«Esta orquesta es una república independiente»
«Esta orquesta es una república independiente»
El Mundo, 6 de agosto
Barenboim muestra los frutos sinfónicos y «mentales» de su conjunto árabe-israelí
DARIO PRIETO
Nueve años después de su creación por Edward Said y Daniel Barenboim, la Orquesta West-Eastern Divan se ha convertido en algo más que un hermanamiento entre árabes e israelíes. Barenboim volvió a dirigirla ayer en Madrid.
Lo que empezó siendo un canto contra la inhumanidad en un momento concreto (los atentados del 11 de marzo de 2004) ha terminado por convertirse en una tradición. Y así, Daniel Barenboim volvió ayer a dirigir a la Orquesta West-Eastern Divan en la Plaza Mayor de Madrid. Por quinto año, el maestro de nacionalidad múltiple (argentino, español, israelí y palestino) tomó la batuta frente al proyecto musical que creó hace nueve años junto al intelectual árabe Edward Said. Pero antes de acometer la Sinfonía concertante en si bemol de Haydn y el primer acto de La Walkiria de Wagner en el concierto gratuito, el director y pianista compareció junto al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, para hablar de su proyecto.
Sentado junto a la viuda de Said, Barenboim escuchó las palabras de Alberto Ruiz-Gallardón, que retomó una frase suya -«La música no sirve por sí misma para la paz»- e intentó insuflarle ánimos. El alcalde le había oído decir en Sevilla algo que interpretó como que «una pérdida de la convicción».
Raudo y enérgico, Barenboim salió al estrado para desmentir su falta de ánimo. «Cuando dije que no habíamos conseguido la dimensión principal de la orquesta, que es tocar en todos aquellos países que están representados en su seno, fue interpretado como un fracaso. Pero ése no es nuestro objetivo», explicó el director. «No somos una orquesta para la paz, no nos vamos a amar pase lo que pase. Tampoco es para cubrir o matizar diferencias. Nuestros objetivo es despertar la curiosidad por el otro, luchar contra la ignorancia y respetar la legitimidad del otro».
SIN ESCEPTICISMO
En declaraciones posteriores a la rueda de prensa, el maestro dijo que «nunca» ha caído en el escepticismo. «Este no es un proyecto idealista. Para mí es muy, muy real. La realidad pura. No es una imaginación o un sueño, sino que demuestra de forma práctica lo que se puede conseguir cuando hay igualdad y las fuerzas de unos y otros se unen. Nadie pregunta ante una sinfonía de Wagner si eres palestino o israelí, sino si eres buen o mal músico», afirmó.
Sin embargo, desde su nacimiento y su establecimiento en la localidad sevillana de Pilas, la Orquesta West-Eastern Divan ha sido objeto de acusaciones entre partidos políticos. Ayer mismo, IU de Madrid criticó el «agravio comparativo» que supone «gastarse más dinero público en un solo concierto que el que se destina en todo un año a la banda sinfónica municipal».
Ante estos asuntos, Barenboim eleva el tono: «No me preocupo ni cinco minutos al día, ni siquiera un segundo de mi vida por la financiación de este proyecto, porque si nadie me da el dinero, lo pongo de mi bolsillo. Es algo tan importante que está más allá de la política. No tiene nada que ver con el PP, ni con el PSOE, ni con la CDU. Los pobrecitos políticos que quieren atribuirse el mérito por haber subvencionado la orquesta, o los otros que lo critican por lo contrario me hacen reír; es ridículo. Estamos por encima de esto».
El director afirmó que, después de nueve años, «los frutos son evidentes» en la orquesta, que se ha convertido en «una república independiente y soberana donde hay otras leyes y otras costumbres».
Este modelo no sólo atañe a las relaciones sociales, sino a la propia divulgación de la música. Barenboim denunció que, «a pesar de que la música se ha hecho más disponible, ha perdido su lugar en la sociedad. Se está perdiendo la educación musical y la música contemporánea es cada vez más compleja, por lo que la brecha es cada vez mayor». Barenboim no cree en la vuelta a la tonalidad, porque nunca ha creído «en la vuelta atrás», ni tampoco en una alianza con la música popular, porque «tiene otra función. Está para deleitar, mientras que la clásica requiere más reflexión; es para olvidarnos del mundo, pero también para hacernos pensar sobre él». Y después, admite: «Mi hijo es hip hopero».
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