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Por Publicado el: 28/02/2025Categorías: Colaboraciones

Ferenc Rados, clave del pianismo húngaro

Ferenc Rados, clave del pianismo húngaro

Parecía tan atemporal como Bartók o los grandes genios. Desde siempre, el mundo del piano ha visto a Ferenc Rados como pilar clave y maestro del nuevo pianísimo húngaro, aquello que en los años setenta se vendió como la “nueva joven generación de pianistas húngaros”, una deslumbrante pléyade de alumnos liderada por esa trinidad tan diversa y luego hasta enfrentada de András Schiff, Zoltán Kocsis y Dezsö Ránki, pero en la que también habitaban otros grandes nombres del nuevo teclado magiar.

Ferenc Rados, clave del pianismo húngaroParecía tan atemporal como Bartók o los grandes genios. Desde siempre, el mundo del piano ha visto a Ferenc Rados como pilar clave y maestro del nuevo pianísimo húngaro, aquello que en los años setenta se vendió como la “nueva joven generación de pianistas húngaros”, una deslumbrante pléyade de alumnos liderada por esa trinidad tan diversa y luego hasta enfrentada de András Schiff, Zoltán Kocsis y Dezsö Ránki, pero en la que también habitaban otros grandes nombres del nuevo teclado magiar.

Ferenc Rados

Rados, el eterno maestro, falleció el pasado martes en Budapest, donde había nacido nueve décadas antes, en 1934. Tras de sí deja una inmensa estela de ilustres alumnos, tanto de piano como de música de cámara, disciplinas que enseñó en la Academia Ferenc Liszt hasta su jubilación en 1996. La relación somera de sus discípulos da idea precisa de la magnitud de su magisterio: además de la célebre trinidad, con él estudiaron los violinistas Leonidas Kavakos y Barnabàs Kelemen, así como los pianistas Balázs Fülei, Kirill Gerstein, Keren Hanan, Hyung-Ki Joo, Imre Rohman, Balázs Szokolay, Arno Waschk, entre otros muchos. También los españoles Pablo Galdo, Miriam Gómez-Morán, Claudio Martínez Mehner, Adolf Pla y Alberto Rosado.

Rados se había formado con Kadosa, de quien fue alumno entre 1956 y 1959. Luego marchó a Moscú para perfeccionarse en el Conservatorio Chaikovski con Víktor Mersiánov. Desde 1964 y hasta su jubilación, en 1996, trabajó codo con codo con Kadosa y sus discípulos. Fue, además, profesor de música de cámara de la Academia, algo que redondeaba la formación de los estudiantes de piano.

Era un pianista excepcional que optó por el magisterio. Según sus alumnos, una persona exquisita y sabía, con una cultura musical y humanista que nutría sus conceptos interpretativos, que conjugan idealmente el respeto a la estética propia de cada partitura con un sentido interpretativo natural y consustancial a la propia entraña pianística y expresiva. España tampoco fue ajena a su magisterio: durante años enseñó en el Aula de Música de la Universidad de Alcalá de Henares y en la Escuela Reina Sofía de Madrid.

Fue también brillante concertista, y hasta que dejó los escenarios a finales de los ochenta para centrarse en su pasión pedagógica, desarrolló una notable carrera en los escenarios -formó dúo de piano con su alumno Zoltán Kocsis- y estudios de grabación, donde dejó testimonio de su pianismo sabio con registros de muy diversos autores, tanto desde el fortepiano como desde el propio piano, con fundamental presencia de los grandes creadores húngaros y compositores como Brahms, Mozart o Schubert.

En 2010 fue reconocido en su país con el Premio Kossuth, que es la máxima distinción cultural que concede el Estado Húngaro. Antes, en 1980, recibió el Premio Estatal Húngaro, el Premio Bartók-Pásztory (en 1997),  y, en  2004, la Cruz de Caballero de la Orden del Mérito Húngaro. Con su muerte desaparece uno de los más admirables caballeros de la música para piano, pero, sobre todo, queda la memoria de un artista cercano, ilustrado y exquisito. Un virtuoso maestro de maestros.

Justo Romero

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