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Por Publicado el: 11/08/2015Categorías: Crítica

Festival de Bayreuth: Zafiedad y desencuentro

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FESTIVAL DE BAYREUTH 2015

 Zafiedad y desencuentro

Wagner: El Anillo del Nibelungo (El Oro del Ring. La Valquiria). Wolfgang Koch (Wotan), Claudia Mahnke (Fric­ka), Albert Dohmen (Alberich), Andreas Conrad (Mime), John Daszak (Loge), Andreas Hörl (Fafner), Wilhelm Schwinghammer (Fasolt), Daniel Schmutzhard (Donner), Lothar Odinius (Froh), Alison Oakes (Freia), Nadine Weissmann (Erda), Catherine Foster (Brunilda), Johan Botha, (Siegmund), Anja Kampe (Sieglinde), Kwangchul Youn (Hunding), etcétera. Dirección de escena: Frank Castorf. Escenogra­fía: Aleksandar Denić. Vestuario: Adriana Braga Perertzki. Iluminación: Rainer Casper. Vídeo: Andreas Deinert, Jens Crull. Di­rec­ción musi­cal: Kirill Petrenko. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Entrada: 1974 espectadores (lleno). Fechas: 9 y 10 de agosto de 2015.

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Dos años después de su estreno en 2013, el muy contestado montaje escénico de El Anillo del Nibelungo concebido por Frank Castorf sigue resultando tan fallido y decepcionante como entonces. “Una zafiedad”, como sentenció un melómano español razonablemente indignado tras soportar el pasado domingo el “prólogo” de la inmensa tetralogía. Sexo, drogas, petróleo, alcohol, contaminantes explotaciones mineras y decrepitud envuelven la decadencia inevitable de los solemnes dioses y personajes wagnerianos. Y con ellos, de todo el sistema social. La lucha de clases adquiere absoluto protagonismo. La mitología wagneriana y sus símbolos quedan destrozados sin miramientos ni remilgos.

Castorf, berlinés de 1951 y reconocido como uno de los nombres incuestionables del teatro alemán, formado en la sólida escuela dramática que se desarrolló en la comunista Alemania Oriental durante los tiempos de la Guerra Fría y director desde 1992 de la legendaria Volksbühne (escenario del pueblo) de Berlín, derrocha ideas y agudeza en un planteamiento intensamente rico, que no deja títere con cabeza. Su trabajo escénico resulta tan perfecto, sofisticado y virtuosístico como alejado del universo estético e idioma wagnerianos. Con talento deslumbrante, el dramaturgo alemán describe con acidez y sordidez la decadencia del capitalismo, del comunismo, el deterioro social y la destrucción de la naturaleza. El codiciado oro del Rin, la ambición del poder, es ahora el petróleo, ya sea el de Texas (en El Oro del Rin) o el de los pozos de la vieja Unión Soviética (en La Valquiria).

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El error de bulto es que transforma la inmensa obra wagneriana en excusa y base para expresar sus personales inquietudes y puntos de vista, y para ello pasa olímpicamente de la obra de arte original, que queda así minimizada a excusa para describir y desarrollar su -por otra parte- legítima visión, que lo hubiera sido más si hubiera escrito él mismo un libreto propio para una nueva ópera y dar rienda suelta con ello a su aguda imaginación y muchos saberes. La singular y provocadora concepción dramática se apoya en una aparatosa y muy funcional escenografía diseñada por Aleksandar Denić. La calidad y recursos técnicos del sofisticado escenario de Bayreuth impulsan y animan una escena siempre sórdida y decadente, en la que los cantantes se mueven y actúan guiados por la incuestionable mano maestra de Castorf.

La poderosa presencia de la escena, multiplicada por las permanentes proyecciones de asfixiantes primeros planos de los cantantes, distrae la percepción del sobresaliente trabajo musical de Kirill Petrenko, que expande, subraya y enfatiza mil y un detalles de la partitura. Cuida y mima a los cantantes con la misma pericia y generosidad con la que impulsa a la siempre estupenda orquesta del Festival de Bayreuth a recrearse y a animar unos pentagramas que en ningún otro sitio suenan con la transparencia, riqueza de matices y empaste con que lo hacen en el resonante foso invisible concebido por Richard Wagner para su Festspielhaus bayreuthiano.

Petrenko, nuevo ídolo en Bayreuth y en el resto del planeta, fue ovacionado por el público hasta el delirio, con la intensidad con que antes se aplaudía a Barenboim y Levine y ahora sólo a él y al flamante director musical del Festival de Bayreuth, Christian Thielemann. Frente al agobio escénico diseñado por Castorf y su escenógrafa Aleksandar Denić, el próximo titular de la Filarmónica de Berlín plantea una visión del Ring contenida y mesurada, sin cargar las tintas. Detallista y meticulosa. Que elude sublimar los muchos pasajes sublimes que pueblan la partitura. Únicamente en contadas ocasiones da rienda suelta a los grandes momentos, que quedan así engrandecidos y adquieren especialísimo relieve. Los pocos deslices instrumentales que se percibieron se originaron debido al sofocante y antimusical calor que reinaba en la sala (¡30’6 grados al concluir el segundo acto de La Valquiria!), mientras que algunos desajustes entre foso y escena respondieron a la muy inadecuada ubicación de los cantantes y al incesante trasiego de estos por la laberíntica escenografía.

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Vocalmente, triunfaron la encendida, luminosa y delicadísima Sieglinde de Anja Kampe (¡qué pena su cancelación de Isolde!), el noble y entregado Siegmund del sudafricano Johan Botha, el Alberich del ex-Wotan Albert Dohmen, el sagaz e histriónico Loge de John Daszak y el impresionante Hunding del coreano Kwangchul Youn, cuya poderosa y cuidada vocalidad recuerda cada día más a la de Matti Salminen o Martti Talvela.

El público, que aplaudió con ganas y reveladora unanimidad a todos –el espíritu crítico de Bayreuth se ha esfumado-, también se mostró generoso con la honesta y esforzada –no más- Brünnhilde de la británica Catherine Foster, el Wotan creciente de Wolfgang Koch o el Mime ligero y ágil de Andreas Konrad. Otros personajes, como Erda, Fricka, Freia, el par de gigantes –Fafner y Fasolt-, las valquirias y las hijas del Rin fueron discretamente encarnados por nombres que nunca harán sombra a tantos ilustres predecesores.

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La decadencia de Bayreuth se observa incluso en el tema de la disponibilidad de las antaño codiciadas entradas: si hasta hace no mucho resultaban característicos los esmoquinados aficionados que merodeaban por los alrededores del Festspielhaus mendigando entradas con un cartelito “Suche Karte” (busco entrada), ahora estos mismos aficionados se pasean con otro cartelito que ofrece entradas sobrantes por un precio considerablemente menor al de taquilla. El lunes, un aficionado español adquirió a uno de estos vendedores fortuitos una entrada de un título tan codiciado como La Valquiria por 50 euros. En el billete figuraba el precio oficial: 240 euros. Definitivamente, en el Bayreuth de Katharina Wagner corren otros tiempos. El nuevo director musical habrá de tomar cartas en el asunto y frenar en seco este acusado declive. El desencuentro está servido. Justo Romero

 

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