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Por Publicado el: 28/03/2010Categorías: Crítica

Festival de Salzburgo: Semiescenificación en forte para el

Festival de Salzburgo
Semiescenificación en forte
“El ocaso de los dioses” de Wagner. S.Vinke, G.Grochowski,
M.Petrenko, D.Duesing, K.Dalayman, E.Vette, A.S.von Otter, etc. S.Braunschweig, dirección escénica. S.Rattle, dirección musical. Orquesta Filarmónica de Berlín. Grosses Festspielhaus. Salzburgo, 27 marzo.
Quizá por un tiempo que no ayuda, lo cierto es que al viajero que lleve sin venir a Salzburgo más de cinco años le entrarán múltiples añoranzas. Casi no hay carteles por las calles de las discográficas promocionando sus fichajes, ni dinero para pintar las maderas de los escaparates de la célebre librería Mora, ha desaparecido la gran tienda de electrónica junto a la plaza de la Universidad, un soso parque abierto cubre los sótanos donde en los años gloriosos se reunía toda la plantilla artística de la DGG… Quedan, como un rito, el Tomaselli, la revendedora Polzner y la oficina de American Express. Y también se añoran personas, como Santiago Palés, que empezara en Salzburgo su prematuramente interrumpida carrera. Por lo demás, lo de siempre y los visitantes hispanoparlantes en crecimiento.
El Festival de Pascua corre a cargo de la Filarmónica de Berlín y más que nunca desde esta edición, por problemas financieros con estafas e intentos de suicidio por en medio, que les contaré en otra crónica. Una ópera y tres conciertos componen la edición, en la que este año es Maris Jansons el director invitado. Simon Rattle abrió el sábado con la última jornada del “Anillo del Nibelungo” wagneriano, culminando así la andadura iniciada en 2007. La puesta en escena se encargó a Stéphane Braunschweig pero, seamos claros, su trabajo no pasa de ser lo que por nuestros lares denominamos una semiescenificación”. Siete troncos invernales, tres sillas, un viejo butacón y una enorme escalera son todos los elementos que se barajan, amén de un vestuario imposible en su mezcolanza de épocas y estilos. Tampoco es que brille la dirección actoral y sólo en su discutible final, con la iluminación haciéndose cargo de agua y fuego, puede vislumbrarse algo de ingenio. No sorprenden por tanto las bastantes protestas finales.
Simon Rattle no es un especialista en ópera y Wagner supone un verdadero peligro en su afición desmedida al abuso de grandes dinámicas. Si Maazel puede ralentizar tiempos en la “Cavalleria rusticana” valenciana por contar con una excepcional orquesta, Rattle sale airoso de sus “fortes” porque tiene a la Filarmónica de Berlín en el foso, aunque en cuatro horas siempre hay lugar para el error puntual. Desafortunadamente las emociones no discurren paralelas a las sonoridades salvo, muy especialmente, en el dúo entre Brunhilda y Waltraute, donde Katarina Dalayman y Anne Sofie von Otter estuvieron magníficas. Sin embargo Dalayman llegó tocada al segundo acto y completó la inmolación del tercero con algunas notas calantes y bastante destemplanza. Si su voz no es la de Brunhilda, mucho menos con tanto foso y un sector del público así lo valoró. Stefan Vinke sustituyó como se preveía a Ben Heppner, sacando adelante con dignidad la difícil papeleta. Mikhail Petrenko compuso un buen Hagen, Gerd Grochowski cumplió como Gunther al igual que Emma Vetter como Gutrune, mientras que quedó pobre el Alberich de Dale Duesing.
Este “Anillo” se perderá pronto en el baúl de los recuerdos, por no legar al nivel de los últimos presentados por el mundo. El mismo de Valencia, con Mehta y la Fura, posee mucho mayor interés. Gonzalo Alonso

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