Crítica: “Fierrabras” en la Scala de Milán
FIERRABRAS (F. SCHUBERT)
Teatro alla Scala de Milán. 19 Junio 2018
José M. Irurzun
Franz Schubert es uno de los compositores capitales en la historia de la música, auténtico representante del movimiento romántico, y cuya figura es mucho más habitual en las salas de conciertos que en los teatros de ópera. A pesar de su corta vida (1797- 1828) su catálogo es muy importante, destacando en el género lírico sus lieder, especialmente la Bella Molinera y el Viaje de Invierno, que se han convertido en obras muy habituales en los últimos años. Compuso también 8 óperas propiamente dichas, la mayor parte de ellas pertenecientes al género del Singspiel, que son auténticas rarezas, ya que apenas se representan. Quizá las más conocidas entre ellas son Alfonso und Estrella y Fierrabras, que es la que ahora nos ocupa.
Frantz Schubert compuso Fierrabras en 1823, pero no pudo verla estrenada en vida. Una versión concertante y muy mutilada se pudo ver en Viena en 1835, siendo la primera representación verdadera la que tuvo lugar en Karlsruhe en 1897. Es una ópera basada en la famosa Chanson de Roland, con un libreto de escaso interés, que acaba en un final feliz. Las cortes de Carlomagno y del moro Boland están enfrentadas, con la existencia de amoríos poco convincentes entre personajes de ambos bandos. La ópera resulta poco interesante, demasiado monótona, echándose en falta arias propiamente dichas, destacando algunas páginas corales y los concertantes que dan fin a los tres actos.
Pocas han sido las oportunidades de representarse esta ópera en los últimos años, si exceptuamos la que se pudo ver en el Festival de Salzburgo de 2014.
La producción escénica se debe al veterano (81) regista alemán Peter Stein y es precisamente la que se estrenó para la mencionada reposición del título en Salzburgo.
La producción huye de relecturas para centrarse en la narración del argumento.
Tampoco es que la trama permita cualquier tipo de puesta al día. La escenografía de Ferdinand Wögerbauer ofrece una serie de telones pintados, fáciles de mover, a los que se añaden algunos elementos de atrezzo. El vestuario de Annamaria Heinreich resulta un tanto monótono, centrado en el medievo y con colores que van del blanco al negro, pasando por alguna gama de grises. Adecuada la iluminación de Joachim Barth.
La dirección escénica no tiene nada de especial, resultando bastante sosa y corta de vida, con escasa atención a los solistas y prácticamente nada a las masas. Tiene el serio inconveniente de exigir dos intermedios, lo que alarga considerablemente la representación.
La dirección musical estuvo encomendada al británico Daniel Harding, que llevó a buen puerto la representación. No es fácil dirigir esta ópera, en la que impera bastante la monotonía. El británico dirigió con mano firme y segura, aunque no pudo evitar que la monotonía y el tedio estuvieran presentes. Buenas las prestaciones de la Orquesta y del Coro de la Scala, especialmente de este último.
Fierrabras fue interpretado por el tenor suizo Bernard Richter, que tuvo una buena actuación, con una voz atractiva y bien manejada, cumpliendo bien en escena.
Como en el estreno en Salzburgo, repetía en la parte de Florinda la soprano alemana Dorothea Röschmann, que fue lo más destacado del reparto, cantando con voz atractiva y buena expresividad.
Orlando o Roland fue interpretado por el barítono austriaco Markus Werba, que tuvo una actuación correcta, sin mayor brillo. Algo parecido se puede decir del tenor Peter Sonn en la parte de Eginhard.
La soprano Anett Fritsch dio vida a Emma, la hija de Carlomagno y lo hizo bien, aunque me llamó poderosamente la atención que está muy destemplada en las notas altas, lo que resulta sorprendente en una soprano ligera como ella.
El bajo barítono Sebastian Pilgrim fue un más bien modesto intérprete vocal de la parte de Carlomagno. Adecuado y sin brillo el barítono Lauri Vasar en la parte de Boland, el caudillo árabe.
Los personajes secundarios estuvieron correctamente cubiertos por Marie-Claude Chappuis como Maragond, Martin Pinkorski como Ogier, Alla Samokhotova como una Joven y Gustavo Castillo como Brutamonte.
La Scala ofrecía una entrada que no llegaría al 80 % de su aforo. El público se mostró frío durante la representación y no mucho más cálido en los saludos finales, en los que los mayores aplausos fueron para Dorothea Rösschmann, Bernard Richter y Daniel Harding.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 39 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 2 horas y 40 minutos. Cuatro minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 252 euros, costando 50 euros la localidad más barata con visibilidad.
Fotos: Brescia/Amisano – Teatro alla Scala
José M. Irurzun
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