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Por Publicado el: 10/06/2024Categorías: En vivo

Critica: Emocionante broche final de la temporada de la Euskadiko Orkestra.

EMOCIONANTE BROCHEFecha: 7-VI-2024. Lugar: Auditorio Kursaal. Programa: Correspondances de Henri Dutilleux y Sinfonía doméstica de Richard Strauss. Soprano: Elena Sancho Pereg. Orquesta: Sinfónica de Euskadi – Euskadiko Orkestra. Dirección y concertación musical: Robert Treviño.

Elena Sancho Pereg

EMOCIONANTE BROCHE FINAL DE TEMPORADA

Fecha: 7-VI-2024. Lugar: Auditorio Kursaal. Programa: Correspondances de Henri Dutilleux y Sinfonía doméstica de Richard Strauss. Soprano: Elena Sancho Pereg. Orquesta: Sinfónica de Euskadi – Euskadiko Orkestra. Dirección y concertación musical: Robert Treviño.

El concierto que en las líneas que siguen se valora supuso el cierre de la temporada 2.023 – 2.024 de la Euskadiko Orkestra (en castellano Sinfónica de Euskadi), que bien merece una positiva valoración aunque se apreciaron en la programación la ausencia de Puccini, al cumplirse en este año el centenario de su defunción, y de Beethoven, dada su ausencia, desde enero al final de este ciclo, de su Novena Sinfonía Coral, conocido su estreno vienés el 7 de mayo de 1.824. Tal vez, sólo tal vez, este preámbulo pueda incitar a esta orquesta, a incluir esas ausencias en su agenda del primer tramo de la próxima temporada.

¡Venga, vamos al tajo! Bien puede calificarse como sorpresa la presencia, fuera de programa y abriendo concierto, de la joven directora madrileña Sara Lafón quien sobre el podio dirigió la obertura de la ópera Fidelio. La lectura que hizo de esta partitura -en sus siete minutos (+/-) de duración- resultó enérgica, pese a un modo un tanto rígido de su mando, que el tiempo irá corrigiendo, dulcificando expresiones corporales y dando a cada brazo la adecuada precisión en la técnica, donde uno dulcifica y el otro ordena. Lafón ha sido una de las personas escogidas por Robert Treviño para participar en su master que ha impartido sobre el arte de subirse al podio para dirigir y concertar.

Treviño abrió programa impreso del con la obra Correspondances de Henri Dutilleux, ciclo de cinco canciones para soprano y orquesta, que fue escrito por este compositor entre 2.000 y 2.003, creando una línea intimista que mana del expresionismo musical de Debussy. Se está ante una composición en la que se da voz a una mujer para interpretar -cantando- cartas de Reiner María Rilke (1ª y 4ª), Prihwindra Mukherjee (2ª), Alekxandr Solzhenitsyn (3ª) y Vicent van Gogh (5ª). Es un verdadero tour de forcé tanto la extensa instrumentación orquestal requerida -tal así fue- como la compleja articulación melódica que se exige a la cantante dentro de ese tinglado sonoro. Obra tensa en modulaciones y en concertación, que Treviño resolvió con absoluta solvencia. Otra cuestión bien distinta es el arte de colocar la voz dentro del tinglado orquestal pautado, durante casi 25 minutos. En ese terreno la afamada donostiarra Elena Sancho Pérez tuvo el acierto de mostrar la elegancia en la expresividad de su voz, no perdiendo -jamás- la afinación, dejándola discurrir dentro de una bella y larga proyección, ya que la anchura de su fonación es más propia para el terrero de la tesitura lírica ligera. En esta obra sería de desear la presencia de una soprano spinto, con tintes dramáticos, sobre todo para poder pervivir sobre el chorro sonoro que mana de la orquesta.

Y se dispararon las esencias de la belleza ante la lectura que Treviño llevó a cabo con la Sinfonía doméstica Op. 53, del vienés Richard Strauss. Se está ante una poderosa descripción familiar sobre el pentagrama “en parte lírica, en parte humorística, donde una triple fuga reunirá a papá, mama y al bebé” en palabras de propio compositor. En su desarrollo melódico se encuentra a Mendelssohn, en el movimiento II, scherzo. Fue estrenada el 21 de marzo de 1.904 en el neoyorkino Carnegie Hall. Al poco, el 23 de noviembre del mismo año, Gustav Mahler le da primera luz en Viena. En sus 44 minutos de duración, Treviño, con una orquesta totalmente entregada en todos sus segmentos tímbricos, produjo el encantamiento sonoro de ir desgranando paso a paso los momentos en que Strauss se empapa de elegancia descriptiva. Una batuta poderosa, una mano izquierda llena de patetismo elegante en complicidad con los músicos, hizo discurrir el Adagio por auras leves que en vuelo blando van suspirando sobre la flor sonora que manó de cada instrumento. ¡El verdad emocionante! ¿Alguna vez podrá verse en el suelo de Iberia al texano Treviño concertando ópera desde el foso? Manuel Cabrera

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