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El culebrón de Bayreuth
Dos reyes en apuros
Por Publicado el: 30/07/2008Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Flacos favores

Flacos favores
En uno de los cursos de verano de El Escorial se culpó a la familia Real de que el palco central del teatro que lleva su nombre no se pusiese a la venta cuando ellos no asisten. Estoy convencido que la Reina sería la primera en votar a favor. Simplemente hay quien toma las decisiones por ellos autointerpretando sus deseos y se equivoca. Como se equivocó aquel prior del Monasterio de El Escorial que impidió unas representaciones de “Don Carlo”. Al final se inauguró el Teatro del lugar con escenas de esta ópera y asistieron los Reyes sin poner el menor reparo.
El problema se repite constantemente. Malas interpretaciones, deseos de hacer la pelota a los jefes, sin mediar consulta, pueden ocasionar graves perjuicios que, habitualmente, los suponen para dos partes. He aquí un caso. Nadie contrata a José Luís Castro, gerente durante años del Teatro de la Maestranza y buen director de teatro. La razón es tan simple como absurda. Juan Carlos Marset, actual director general del INAEM, no renovó el contrato a Castro a su vencimiento porque no lo consideró oportuno y porque quiso colocar a Pedro Halffter con responsabilidades artísticas además de musicales. Estaba en su derecho. Quienes ahora podrían contratar a Castro para una producción lírica o teatral, siempre dependientes directamente del INAEM o indirectamente de sus subvenciones, se dividen en dos bandos: aquellos que tienen miedo a posibles represalias de Marset y aquellos que piensan que no contratando a Castro le hacen un favor al jefe. Craso error y flaco favor. Bastaría con que hablasen con Marset en vez de interpretarle. Él, que es una persona justa e inteligente y no tiene motivo alguno para vengarse de Castro, les rogaría que le contratasen si ello no pudiera ser visto como una intromisión artística. Al actuar como actúan, ejerciendo de censores sin motivo, no sólo están causando un serio perjuicio a una persona, a su carrera y a su economía, sino que dejan a Marset al pie de los caballos, como si él fuera el auténtico responsable de que Castro no pueda trabajar.
Es obvio que, existiendo tantas situaciones análogas, había que contar ésta para que se remedie y para que se tome ejemplo en otros casos.

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