Flórez, éxito con algunas reservas críticas
Nadie duda que Juan Diego Flórez triunfó en el Teatro Real. Entre las críticas hay aquellas que, como casi siempre, son sólo alabanzas al ente, otras claras y tajantes y otras más sutiles. Lean despacio las de Gonzalo Alonso y Alberto González Lapuente y comprobarán lo cerca que están en sus opiniones, aunque cada uno de ellos tenga su personal forma de expresarlo.
LA RAZÓN, 18/11/2015
Flórez: desquite con despropósito
Obras de Duparc, Mozart, Rossini, Donizetti, Leoncavallo y Tosti. Juan Diego Flórez, tenor y Vincenzo Scalera, piano. Teatro Real. Madrid, 16 de noviembre de 2015.
No parece que el Teatro Real sea una de las salas preferidas de Juan Diego Flórez. En los últimos años le hemos escuchado un intachable “Barbero de Sevilla”, un correcto “Orfeo y Euridice”, unos algo frustrantes “Pescadores de perlas” y dos recitales, el primero de ellos con incidencias. El tenor achaca sus dificultades madrileñas a la sequedad del ambiente y, aunque en esta ocasión no se vio perjudicado, bien se encargó de recordarlo sacando un spray vocal. Fue una de esas acciones destinadas a buscar complicidades. Hubo bastantes más, como el parón en la última propina, “La donna è mobile”, justo antes del célebre “pensier” final. Y logró que el público, que llenaba el teatro, se enganchase a pesar del disparatado programa y terminar con cinco propinas que se prolongaron entre aclamaciones más que toda la brevísima segunda parte. Allí estuvieron los nueve “do” de “La hija del regimiento”, “Una furtiva lagrima” e incluso “José Antonio”, una canción peruana para la que se acompañó de guitarra y que supuso la única afortunada salida del repertorio y, para muchos lo más sugestivo.
Lo anterior no quita que el planteamiento del recital fuese un despropósito. De entrada por el simple acompañamiento con piano. Para eso no está el Real sino la Zarzuela. Al Real, con orquesta. Luego el programa de cuarenta minutos la primera parte -con cuatro arias exigentes- y treinta y cinco la segunda, una mera sucesión de piezas-propina de la que sólo se salvó la última, el aria de “Lucrecia Borgia”, colocada para cubrir el expediente. En la primera tres canciones de Duparc, que el tenor dedicó a las víctimas parisinas cuando previamente se había anunciado la dedicación de todo el acto e incluso guardado un minuto de silencio, en el que se echó de menos la presencia de los artistas en el escenario. El teatro ha de cuidar estas cosas. Flórez deambuló luego por él como por su casa, dejando por ejemplo que el pianista se quedase solo tocando la introducción al aria de esa “Lucia di Lammermoor” que debutará en diciembre en el Liceo, porque allí sí canta ópera. No le fueron bien los debuts en “Puritani” y “Rigoletto” y en el nuevo Donizetti deberá resolver inteligentemente la pasional escena del contrato matrimonial donde se requiere un centro con más carne. Había micrófonos en el escenario y un espectador se preguntaba si era para amplificar la voz, que ciertamente no es grande, por lo que la tapa del piano estuvo abierta al mínimo. Lo compensó con la siempre musical línea de canto, la impoluta dicción y la facilidad y buena proyección del registro agudo. Un gran cantante que lo sería aún más si lograse una mayor matización dinámica, potenciando la emoción. Gonzalo Alonso
ABC 18/11/2015
Juan Diego Flórez: cantar y cantar
Todavía está fresco el lanzamiento del último disco de Juan Diego Flórez dedicado a Italia y sus canciones. Cualquier tenor de éxito que se precie de tal debe algún día tantear en este repertorio lleno de emocionantes melodías, de camufladas dificultades y aplauso inmediato. Flórez lo ha hecho con tal asiduidad que a nadie puede extrañar que se escucharan varias de ellas en el último recital del ciclo Las voces del Real redondeando un programa abierto a la mezcla de lo culto y lo popular. También se juntó canción y ópera, siempre al cuidado pianístico del valioso Vincenzo Scalera, configurando un continuo musical difícil de defender por lo incoherente y porque sacarlo adelante requiere algo más que un gesto de simpatía hacia el público: siempre es de agradecer un mínimo sentido del espectáculo que evite silencios interminables, salidas y entradas absurdas, aplausos tras cada fragmento, alguna licencia poco musical aunque sea como fin de fiesta.
Obviamente a Flórez no le preocupa ni la coherencia argumental ni el cuidado del protocolo. Tiene a su favor la voz como única riqueza, como fundamento hacia un éxito tan ganado por méritos propios que no es de extrañar la media decena de propinas entre las que no han de faltar does estratosféricos, melodías imperecederas y alguna canción natal acompañada por la guitarra. Es evidente que Flórez es fiel volviendo sobre Rossini o Donizetti; cuando apunta a Mozart o canta muy bien Henri Duparc dejando que la voz apiane en «Phidylé» como no lo volverá a hacer en todo el recital. Podría considerarse una carencia a unir con otros recursos expresivos poco o nada utilizados, lo que niega un punto de emocionante contraste a la interpretación, por otra parte siempre vibrante a partir de una voz tan crecida en armónicos que corre fácilmente, ágil, cercana, comunicativa, fácil.
En Flórez la calidad de la voz y su meticulosa utilización es un todo que le sitúa en un nivel de excepcionalidad realmente notable. Así ha sido en Madrid, en un recital redondo como ningún otro de los suyos en esta ciudad. En este caso hablar de un aforo lleno y entusiasmado es mucho más que una referencia circunstancial. Alberto González Lapuente
EL IMPARCIAL, 17/11/2015
Juan Diego Flórez pone en pie, una vez más, al público del Teatro Real
El tenor peruano se ha reencontrado este lunes con el público madrileño, que no ha tardado en rendirse a los “encantos” de su bellísima voz y carismática personalidad durante un recital que ha incluido algunos de los temas napolitanos de su último trabajo discográfico.
El recital de Juan Diego Flórez empezaba, en todo caso, como solo podía hacerlo tan solo tres días después de la masacre terrorista de París. En pie, los asistentes guardaban un minuto de silencio antes de recibir al tenor – acompañado del pianista Vincenzo Scalera -, que dedicaba de manera especial las tres canciones del compositor francés Henri Duparc (Chanson triste, Phidylé y L’invitation au voyage) a las víctimas de París. Los primeros “bravo” de la noche llegaban, sin embargo, justo después, con el aria “Il mio tesoro” de la ópera de Mozart, Don Giovanni. También del compositor de Salzburgo, Flórez ha interpretado “Un aura amorosa”, de Cosi fann tutte, antes de volver a arrancar la entusiasta respuesta del respetable con el aria “Intesi, ah tutto intesi”, de la ópera de Rossini Il turco in Italia y, justo después, con “Tombe degli avi miei” de la famosísima obra de Donizetti Lucia di Lammermoor, con la que se daba por finalizada la primera parte de un programa que reservaba la segunda para las canciones con las que, según declaraba estos días el tenor, él había crecido.
Entre ellas, conocidos temas napolitanos que de niño escuchaba tocar a su abuela al piano y con los que él empezó su andadura. Una forma de volver la vista atrás en vísperas de cumplir – el próximo año – dos décadas de brillante carrera, una carrera que Flórez sigue considerando difícil porque se está “siempre al borde del precipicio”.
Quizás sea precisamente su plena conciencia de este “límite fatal” lo que aparte a Flórez de cualquier clase de divismo. Sus encuentros con el respetable se caracterizan siempre por la cercanía con el mismo, un público al que de una forma o de otra invita a participar en lo que ocurre en el escenario. Así, durante la segunda parte de este recital, enmarcado en el ciclo “Las voces del Real”, el tenor ha recibido espontáneas demostraciones de afecto o peticiones para que cantara algún tema en concreto, especialmente durante el generoso apartado reservado a los bises. Pero antes de llegar al final, la segunda parte comenzaba con dos temas de Ruggero Leoncavallo, “Vieni amor mio” y “Mattinata”, para seguir con las canciones sin duda más populares. Temas compuestos por el prolífico Paolo Tosti, de quien Flórez ha elegido para interpretar en el Real “L’alba separata” y “Marechiare”, este último convertido ya en un verdadero símbolo de la canción popular italiana.
En todo caso, Rossini y Donizetti han sido de nuevo los compositores elegidos por Flórez para finalizar la segunda parte del concierto, que no de la velada. Porque el público no tardaba en ponerse en pie para aclamar al tenor peruano y al pianista en esa protocolaria puesta en escena que requiere el final de los esperados recitales: el público reclama con sus aplausos los platos que no vienen en la carta. Y Flórez también ha puesto su “salsa” en esta parte que es siempre más relajada – sin la pajarita que aprieta en la garganta mientras se canta, como bromeaba el tenor – cuando ha encarado el segundo de los bises, una canción peruana titulada “José Antonio” que escuchaba, ha dicho, “cuando estaba en la tripa de su madre” y para la que él mismo se ha acompañado con una guitarra. En total, más de media hora de bises en los que no ha faltado la impecable interpretación del aria compuesta por Donizetti para su Elixir de amor, “Una furtiva lacrima”, con la que Flórez ha hecho enmudecer al teatro. “La donna è mobile”, el indispensable aria de Verdi para poner un definitivo y apoteósico broche final, servía para que, por fin, Juan Diego abandonara el escenario antes de atender a los fans que hacían cola para llevarse su último trabajo discográfico con la correspondiente dedicatoria. Alicia Huerta
EL MUNDO 17/11/2015
Apoteosis Flórez
El tenor peruano Juan Diego Flórez tiene dos grandes virtudes a cual más difícil de encontrar. La primera es una voz soberbia, preciosa; la segunda, que tampoco abunda, es el buen sentido para no pedir a su instrumento, la voz, lo que le es imposible dar, algo que parece obvio pero que ha provocado numerosos casos desafortunados en la historia del arte de cantar.Flórez se presentaba el lunes en el Teatro Real de Madrid con un programa como hecho a su medida, diseñado al milímetro para que brillaran el resto de sus enormes cualidades vocales: timbre viril, fraseo elegante, dicción diáfana, agudos plenos, musicalidad y una arrolladora simpatía en escena. El público respondió como se esperaba y disfrutó tanto que el tenor corrió serio peligro de tener que encadenar bises hasta pasada la medianoche.La velada fue, de todos modos, de menos a más. El peruano entró en materia con tres breves piezas de Henri Duparc donde su voz no fluía con la naturalidad acostumbrada, no parecía tanto porque la elección fuera inadecuada como por la sequedad del clima madrileño que Flórez acusa notablemente. Valió este arranque del compositor parisino como homenaje a las víctimas de los recientes atentados en la capital francesa -el Real tributó también un minuto de silencio antes del concierto-, con lo que se dio por bienvenido.Las mozartianas ‘Il mio tesoro’ y Un aura amorosa’ sirvieron al cantante para entonarse y transitar hacia los territorios que le son más propios, el repertorio rossiniano y belcantista. Por si acaso, Flórez tiró de nebulizador -cargado, como siempre bromea, con agua de Machu Picchu- para hidratar la garganta, y ahí la cosa comenzó francamente a mejorar.Con ‘Intesi, ah tutto intesi’, de ‘Il turco in Italia’, escaló el tenor a sus primeros agudos nobles y se le sintió por fin ‘desatrancado’, ya -como Aquiles- con los pies ligeros a pesar de los insólitos zapatones que calzaba en el Real. El aria sobre la tumba de los antepasados de ‘Lucia di Lammermoor’, rematada en un final pleno y emotivo, dio paso al descanso con el público que se deslizaba ya hacia la pleitesía al artista.Cada vez más relajado y con su vis cómica a flor de piel, Flórez acometió en la segunda parte del recital varios de los temas incluidos en su reciente álbum ‘Italia’, que combina canciones populares italianas con repertorio de compositores del XIX, también italianos, de los que se acomodan perfectamente a su voz ligera, léase Leoncavallo, Paolo Tosti y, de nuevo, Rossini (‘Bolero’) y Donizetti, de quien cantó ‘Amor marinaro’ y ‘T’amo qual s’ama un angelo’. Muy bien secundado al piano por Vincenzo Scalera, sutil y eficaz toda la velada, Flórez remataba el programa con una interpretación cálida y evocadora del aria de ‘Lucrecia Borgia’. El tenor parecía hacer su trabajo sin el menor esfuerzo, y el personal andaba por entonces exigiendo con la misma naturalidad que no se le ocurriera poner fin al concierto. “No tenemos prisa”, gritaba una señora desde el patio de butacas.”Ni yo tampoco”, respondía un Flórez exultante. Inició fuerte los bises con la famosa aria de los nueve do de pecho de ‘La hija del regimiento’, ‘Ah!, mes amis’. A continuación sacó la guitarra, como viene siendo costumbre, para interpretar un tema de Chabuca Granda que lleva escuchando desde antes de nacer, ‘José Antonio’, al que siguió por sugerencia de otro espectador el clásico ‘Una furtiva lágrima’.Con el teatro en pie desde hacía rato, Flórez y Scalera interpretaron otro ‘hit’, ‘La donna e mobile’, antes de despedirse desde una esquina del escenario para no exponerse a más ‘encores’. Todo el mundo quería más, pero todo lo bueno se acaba, y lo mejor también. El tenor repite recital en París el día 20, y ése será sin lugar a dudas otro acontecimiento excepcional después de días de barbarie. P. Unamuno
EL PAÍS 17/11/2015
Fulgurante éxito del tenor Juan Diego Flórez en el Teatro Real
Como en la famosa novela inacabada de Stefan Zweig, La embriaguez de la metamorfosis, la historia del tenor Juan Diego Flórez (Lima, Perú, 1973) se asemeja a la oruga transformada en mariposa. De mediocre cantante pop que triunfó en un concurso local de 1989 al más grande tenor belcantista internacional en menos de diez años. Un fenómeno vocal que sigue en la cúspide tras casi dos décadas de imponente carrera. Un lírico-ligero con una prodigiosa combinación de naturalidad y perfección técnica que ha hecho creer al público que cantar las más intrincadas arias operísticas de Rossini, Bellini y Donizetti es algo sencillo.
Flórez volvió a embriagar al público del Teatro Real con un recital ascendente, bien diseñado, con varios guiños a Alfredo Kraus y hábilmente acompañado por el pianista norteamericano Vincenzo Scalera. La noche empezó marcada por el recuerdo de los terribles atentados de París con un minuto de silencio y la dedicatoria del tenor peruano de las tres bellísimas mélodies de Duparc que abrían el programa. Flórez las defendió con toda su elocuencia musical, pero se resintió su pronunciación de los versos de Cazalis, L’Isle y Baudelaire. Tampoco el estilo, fraseo y vocalidad en las dos arias de Mozart de Don Giovanni y Così fan tutte fueron ideales. En realidad, la fiesta no comenzó hasta que llegaron Rossini y Donizetti. Y aquí la belleza de su timbre, una técnica inmaculada, su personal forma de integrar las agilidades o esa generosa propensión al agudo ganaron al público ya fuera como Narciso en Il turco in Italia o Edgardo de Lucia de Lammermoor, un papel que cantará por primera vez el mes que viene en el Liceu de Barcelona.La segunda parte se abrió con un ramillete de arietas y canciones napolitanas bien conocidas que forman parte de su nuevo disco titulado Italia como Mattinata de Leoncavallo o Marechiare de Tosti. Pero nuevamente fue la ópera lo que marcó la diferencia con una proverbial versión de la scena ed aria de Gennaro Partir degg’io… T’amo qual s’ama de Lucrezia Borgia. Donizetti la añadió al comienzo del segundo acto para lucimiento del tenor ruso Nicola Ivanoff, Richard Bonynge la recuperó en los años sesenta, Alfredo Kraus la consolidó en el repertorio y ahora Flórez ha recogido su testigo. Fue quizá lo mejor de la noche con una impresionante mezcla de seducción vocal, generosidad en el fiato y consistencia en el registro agudo.
Tampoco faltaron las propinas con los destellos de simpatía natural del tenor peruano. Empezó por todo lo alto con la cabaletta Ah! mes amis…Por mon âme de La fille du regiment de Donizetti y sus impresionantes nueve Do de pecho. Siguió un guiño a sus orígenes con el vals José Antonio de la cantautora peruana Chabuca Granda que se acompañó él mismo con la guitarra. Atendió la petición del público de la romanza Una furtiva lacrima del L’elisir donizettiano que cantó con exquisito legato. Lució vis cómica manzana en mano en Au Mont Ida, trois déesses de La belle Hélène de Offenbach. Y todo terminó con la famosa canzone La donna è mobile de Rigoletto de Verdi, precisamente la próxima ópera que subirá a las tablas del Teatro Real. Pablo L. Rodríguez
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