García Abril, la huella de la emoción. Obituario de Gonzalo Alonso
García Abril, la huella de la emoción
Escribe Víctor Pablo Pérez que su dolor es enorme al conocer la marcha de Antón García Abril y que sólo le consuela saber que se reunirá con su entrañable y maravillosa Aurea. Son las mismas palabras con las que se me ocurrió empezar mi obituario antes de leer las suyas. Aurea falleció en mayo de 2016. No sólo era esposa, sino auténtica compañera de vida del compositor y alma de la fundación que llevaba su nombre. Ella se ocupaba de todo lo de Antón, dejándole a él escribir y opinar. Su ánimo, siempre alegre, su dulzura, el cariño que dispensaba a sus amigos eran muestras de la gran persona que era. Antón dio la impresión de llevar bien su pérdida, pero muchos sabíamos que no era así, que era imposible que rellenase su ausencia aún con hijos en la vivienda de al lado, que se sentiría perdido sin ella. Apenas cinco años después se nos ha ido él.
Antón fue un gran luchador, un autor que logró hacerse camino y triunfar en el entorno de las vanguardias con una música mucho más tradicional y asequible, llena de belleza y que llegaba al oyente. Se hizo famoso con las bandas sonoras de películas o programas de televisión inolvidables. Todos recordamos la sintonía de “El hombre y la tierra” con la imagen del águila real, la banda de Gracita Morales en “Sor Citroen”, las de “Los santos inocentes”, “Curro Jiménez”, “Fortunata y Jacinta” … Más de doscientas composiciones para películas que le hicieron rico y le permitieron dedicarse a la música llamada clásica. La influencia entre una y otras obras era obvia, obras para orquesta, cantatas, conciertos, música de cámara, lied, ballets, etc. Cultivó todos los géneros con una finalidad esencial: la de comunicar a través de melodía, armonía y ritmo. La música tenía que llegar al oyente y emocionarle, por eso no dudó en aligerar partituras cuando algunos le insinuamos que podían hacerse reiterativas y él estuvo de acuerdo.
Había nacido en Teruel en 1933 y compuso el Himno de Aragón en 1989. Perteneció a la Generación del 51 y participó en la creación del grupo Nueva Música (1958). Era académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Recibió el Premio Nacional de Teatro (1971), Premio Nacional de Pedagogía e Investigación Musical (1991), Premio Nacional de Música (1993), la Medalla de las Artes y Ciencias Cinematográficas (2014), la Medalla de Oro de las Bellas Artes (1998), el Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria…
Estuvo al frente de la cátedra de Composición y Formas Musicales del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, que ganó por oposición en 1974. Durante casi treinta años fue profesor de tres generaciones de músicos.
Su ópera “Divinas palabras”, con Plácido Domingo como protagonista, sirvió para reabrir el Teatro Real en paralelo a “La vida breve” y “El sombrero de tres picos”. Me regaló su partitura como recuerdo por la ayuda que entonces le presté y mi vana insistencia en que aquella ópera volviese al teatro. Su catálogo es infinito, desde el ballet “La Gitanilla” para el Ballet Nacional de España, “Lurkantak” para el centenario del Orfeón Donostiarra, la cantata “Alegrias”, los “Cantos de Ordesa”, el encargo de Hilary Hahn de la obra “Seis partitas para violín solo”, estrenada en el Music Center at Strathmore de Washington en 2015, el “concierto para piano y orquesta”, el “Concierto de las tierras altas” para violonchelo y orquesta, las “Doce canciones sobre textos de Alberti”, etc. Muchos, muchos estrenos a los que siempre acudíamos sus amigos, entre otras razones porque Aurea o él se encargaban de llamarnos y pasarnos lista.
Todos los intérpretes que estrenaron tocaron o dirigieron sus obras -Teresa Berganza, María José Montiel, Lionel Morales, Rubén Fernández Aguirre, Asier Polo, Victor Pablo Pérez, Miguel Angel Gómez Martínez y un larguísimo etc- se sentirán hoy muy tristes por la pérdida de un gran compositor y, sobre todo, una persona que se hizo querer por su bonhomía.
La vida está llena de casualidades y, justo en este momento, contemplo el vuelo de un águila real en lo alto del Monte Abantos. Su música me invade. Decía que “La música es el arte que representa el alma. Y la emoción es la huella que me gustaría dejar”. Sin duda lo logró. Un abrazo muy sentido a sus hijos. Gonzalo Alonso
Últimos comentarios