Gaudí, doce años después
Temporada del Liceo
Gaudí, doce años después
“Gaudí” de J.Guinjoan. R.Bork, V.Ombuena, E.Matos, F.Vas, S.Palatchi, etc. L.Danés, estenografía. J.Abril, vestuario. J.Teixidó, iluminación. R.Oller, coreografía. M.Huerga, dirección de escena. J.Pons, dirección musical. Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 3 de noviembre.
Leía el otro día que sólo se habían estrenado cinco óperas de compositores españoles –Turina, García Abril, Halffter, de Pablo y Guinjoan- entre Liceo y Real desde su reapertura. La verdad es que si a estos estrenos se suman las recuperaciones efectuadas de obras olvidadas, habremos de concluir que posiblemente no haya dos ciudades de un mismo país donde, en ocho años, se haya producido otro tanto. Y, además, se han presentado bien. El Liceo no escatima medios para dar a conocer este “Gaudí” y así, sin complejos y con convencimiento, es como se han de hacer las cosas. Es fundamental brindar a nuestros compositores la tan difícil oportunidad del estreno, porque sólo así desarrollaran sus capacidades creativas y mejorará la calidad de su creación.
Dicho lo cual me remito al juicio de Joan Guinjoan sobre su propia obra: “Si la hubiera escrito ahora, sería totalmente distinta”. Doce años de espera tienen la culpa. Los lectores saben que no me ando por las ramas. ¿Aburren sus cien minutos de duración? No. ¿Hay cosas de interés en ellos? Sí. ¿Es realmente una ópera? No. ¿Es de las obras que apetece volver a ver? No. Vayan ahora las explicaciones.
Estamos ante un declamado continuo, una especie de “sprechgesang”, con algún intento esporádico y no logrado de aria al estilo del XIX. ¡Qué distinto le debe haber sido a Guinjoan pasar de crítico de ópera a escribir una! Él, como crítico, sabe bien que obras como “Wozzeck” comparten este principio, pero que su desarrollo se basa en muchas pequeñas escenas que aportan variedad y contrastación al discurso musical y escénico. No sucede lo mismo en “Gaudí”. La primera parte, de carácter más tradicional en reflejo de finales del XIX y con un precioso decorado reutilizable en una “Boheme”, presenta algunos personajes reales y otros inventados. Hay cierto movimiento y cierto aire de ópera que, en la segunda parte desaparece. Ésta, con ambiciones mucho más innovadoras musical y escénicamente y sólo parcialmente llevadas a buen fin, casi se reduce a un ballet de coreografía de poco enganche y a varios recitativos filosóficos, el de Gaudí “a capella”. Decorados, proyecciones e iluminación buscan pero no encuentran el espíritu de la nueva época “atormentado, roto y sin posible armonía” en palabras del propio compositor.
Joseph Pons realiza un loable trabajo con una orquesta en la que la percusión es parte fundamental y en la que las cuerdas son empleadas con mayores funciones rítmicas de lo habitual. Los coros cumplen en su nada fácil parte y entre los intérpretes destacan Elisabete Matos –últimamente ligada a papeles “imposible”- y, sobre todo, el barítono Robert Bork que realiza una buena caracterización de “Gaudí” en todos los sentidos.
Guinjoan puede estar contento de cómo se ha ofrecido su obra. Que estemos ante una ópera maestra ya es otra cosa, aunque se vea y escuche hasta con agrado y cosechase aplausos más cálidos que los de simple compromiso. Gonzalo ALONSO
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