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Por Publicado el: 13/03/2008Categorías: Crítica

Gergiev, Rotundidades sin sutileza

Ciclo de Ibermúsica
Rotundidades sin sutileza
Obras de Stravinski, Chaikovski, Debussy y Rimski-Korsakov. Orquesta Sinfónica de Londres. Valery Gergiev, director. Auditorio Nacional. Madrid, 11 y 12 de marzo.
Volvió a Madrid la Sinfónica de Londres a esa cita anual de Ibermúsica que viene produciéndose sin interrupción desde 1994. Lo hizo con su actual titular, Valery Gergiev, y dos programas muy atractivos para el público, lo que se evidenció en los llenos completos, salvo por esas bastantes butacas de la primera fila de anfiteatro del protocolo del INAEM que últimamente parecen bastante mal administradas.
Nadie duda que la Sinfónica de Londres es una excelente agrupación, aunque no siempre vaya preparada a conciencia en sus giras. Algo de ello sucedió en algunas de las obras interpretadas. Hubo desajustes en la “Petruchka” de Stravinski y también en la “Patética” de Chaikovski, concretamente en su tercer tiempo, a pesar de que sus monumentales sonoridades provocaran el aplauso a destiempo de los más ignorantes musicalmente hablando. Incluso podría apuntarse cierta aspereza en los tuttis, con sonido excesivamente metálico. En cambio sus solistas de viento, tanto madera como metal, se lucieron individualmente, sobre todo en “Scherezade”, sin olvidar al estupendo concertino.
Ya son muchas las veces que he escuchado a Gergiev y, una tras otra, se corrobora la impresión de que se trata de un mejor empresario musical que director. Ha logrado sacar mucho jugo al Marynski de San Petersburgo, resolviendo con inteligencia sus problemas económicos, y colocarse en el ranking de las batutas más solicitadas. Sin embargo sus versiones, ya sea con unas u otras orquestas, se suelen caracterizar por su opulencia sonora y las muy inferiores dosis de sutileza. La primera obra ofrecida, “Petruchka”, arrastró a pesar del defecto ya apuntado y los conciertos se cerraron con una “Scherezade” apabullante, pero muy lejana en su colorido a lo que Celibidache hacía con ella. No sólo busca impresionar con las rotundidades, sino también con aceleraciones de tiempo en momentos clave, como pudo apreciarse en la obertura de “Romeo y Julieta” de Chaikovski. Ambos factores contribuyen a una cierta superficialidad de sus lecturas, que no generan la tensión subyacente por vías más musicales. No sólo ha de reflejarse la desolación del final de la “Patética” –y faltó intensidad- sino que hay que saber llegar a ella. ¡Qué escasos estamos de auténticos grandes maestros! Gonzalo ALONSO

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