Giulini
Carlo Maria Giulini
El maestro Carlo Maria Giulini (1914-2005) falleció el pasado martes 14 de
junio en Brescia (Italia) y fue enterrado en Bolzano, pequeña ciudad de
ambiente tirolés a los pies de las Dolomitas. En Bolzano nació en él, con
apenas dos años, su amor por la música: un violinista ambulante despertó la
curiosidad del niño, que pediría su primer violín como regalo de reyes. No
lejos de Bolzano, subiendo hacia el Catinaccio, está Carezza, donde al
maestro le gustaba pasar junto a su lago, espejo de densos bosques de abetos
y altas cumbres, parte de las vacaciones estivas. Y en Bolzano descansa
ahora, junto a su adorada Marcella.
En 1970 tuve ocasión de escuchar su primer concierto en España con la
Orquesta Nacional. En la clase de música en el colegio nos habían puesto los
³Cuadros de una exposición² de Mussorgsky-Ravel y teníamos que pintar uno de
ellos. Al contarlo en casa, mi abuelo me prometió llevarme al Real para que
los escuchara en concierto: Giulini los interpretaba ese fin de semana con
la Nacional. La fascinación de ese primer concierto fue tan grande, que
todos los sábados le pedía al abuelo que me llevara con él al Real.
El maestro italiano no volvió a recalar por la península hasta 1976 con la
Sinfónica de Viena, después sería en el 79 para dirigir de nuevo a la
Orquesta Nacional…¡que Séptima de Beethoven!, en el 80 con la Filarmónica
de los Ángeles y en 1986 en el Festival de Otoño. Fue entonces cuando decidí
tomar medidas, para no tener que esperar para escucharle a sus esporádicas
visitas, y empecé a viajar para asistir a sus conciertos fuera de casa. En
1988 en Munich, entré por primera vez a los ensayos del concierto para piano
nº 23 de Mozart y la Séptima Sinfonía de Bruckner, con la Filarmónica
muniquesa y tuve, también por primera vez, ocasión de hablar con él en una
de las pausas, lo que llegaría a convertirse en algo habitual. Unos meses
más tarde, la integral de las sinfonías brahmsianas en Florencia me impulsó
a escribir un breve texto que se publicó en Scherzo, revista que envié a
Giulini y, a los pocos días, recibí la sorpresa de un gratísimo regalo: una
entrañable carta manuscrita de agradecimiento que me conmocionó, ¡la
generosidad de los más grandes es infinita!.
Poder seguir a Carlo Maria Giulini por los auditorios y teatros europeos ha
sido un gran privilegio que no dejaré nunca de agradecerle. Encerrarse por
una semana en una sala de conciertos y ser participe de su entrega al
servicio de la música, junto a las más prestigiosas orquestas, es una
experiencia única que te enriquece hasta lo indecible, musical y
humanamente. Giulini ha sido, además de uno de los más grandes interpretes
que nos ha dado el siglo XX, un verdadero señor, un caballero de otros
tiempos, un hombre esencialmente bueno, al que se amaba encontrar no sólo
para saber qué pensaba y como hacía la música. Su elegancia interior, aún
mayor que la exterior, su estilo de vida reservado, su inmensa generosidad
sobre todo hacia los jóvenes permanecen, como una luz inextinguible, para
quienes hemos tenido la oportunidad de conocerlo y frecuentarlo. De él se
podía sólo aprender, incluso a vivir.
En el verano de 1994 tuvo lugar en Bolzano un encuentro con la Joven
Orquesta de la Comunidad Económica Europea: los ensayos y un concierto con
un programa dedicado a las Segunda y Cuarta Sinfonías de Brahms. Giulini era
feliz rodeado por aquel centenar de jóvenes que, ansiosos de hacer música
con él, le devoraban con la mirada para no perder el más mínimo gesto o
indicación. La devoción y la humildad con que el maestro se sometía a la
música, la verdad y la belleza que extraía de las partituras, las captaron
de inmediato, y no tardaron en hacer suyo ese amplio respiro de la frase
brahmsiana, la expresión siempre ³cantabile² de la melodía y esa tensión
contenida, que Giulini transmitía de forma inigualable. La sensación que nos
invadió al finalizar el concierto fue la de haber asistido al ³estreno
absoluto² de las dos sinfonías de Brahms.
En la primavera del 98, otra joven orquesta, la Nacional de España, fue
protagonista de uno de los últimos encuentros con el músico italiano.
Valencia y Madrid tuvieron la fortuna de escuchar una Trágica de Schubert y
una Primera de Brahms memorables, que nos sorprendieron a todos por el
altísimo nivel alcanzado: de la mano del maestro los jóvenes interpretes se
habían entregado a la música, dando lo mejor de si mismos, en lo que fue una
emotiva ³concelebración², compartida con un auditorio abarrotado que se
rindió ante la autenticidad y la belleza de lo escuchado.
Pocos meses después Giulini emprendería un silencioso retiro dedicado, sólo
inicialmente, a la docencia. La joven Orquesta Verdi de Milán y los alumnos
de la Escuela de Música de Fiesole fueron los últimos receptores de su
inmenso legado.
El maestro Giulini ha iniciado serenamente el último viaje, sin ruido ni
bagaje alguno, después de haber dedicado de lleno toda una intensa y larga
vida, noventa y un años, a la Música para donarnosla como el más precioso de
los regalos. ¡Gracias Maestro!
Lucrecia Enseñat Benlliure
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