¿GUERRA DE INTERESES?
¿GUERRA DE INTERESES?
Editorial de septiembre de la revista especializada “RITMO”
Comenzó este verano con una buena noticia para la música clásica en Madrid. Se confirmaba la compra del edificio del Palacio de la Música por parte de la institución financiera de la capital del Estado más comprometida con el asunto, la Fundación Caja Madrid, sin la cual, lo hemos dicho desde estas páginas más de una vez, la actividad concertística de la ciudad quedaría notablemente disminuida. Numerosos conciertos sinfónicos, ciclos de carácter histórico, ayudas económicas puntuales y dos productos de extraordinario interés y calidad como son el Liceo de Cámara y el Ciclo de Lied consituyen la carta de presentación de una actividad global que hasta ahora pasaba (y lo seguirá haciendo hasta concluir las ya programadas obras de rehabilitación y transormación del inmueble) por contar con las salas del Auditorio Nacional para ser materializada (con la excepción del Ciclo de Lied, que se celebra en el Teatro de la Zarzuela). La consecuencia inmediata en cuanto el nuevo Palacio de la Música esté dispuesto (¿2011 sería una fecha razonable?) será que todas esas actividades dejarán de celebrarse en el Auditorio; la Fundación Caja Madrid tendrá el suyo propio, ganando autonomía y dinero, pues el alquiler de la salas del Auditorio Nacional no es precisamente bajo.
Previsiblemente, además, la nueva sala podría también albergar otros conciertos o ciclos privados que ahora tienen lugar en el Auditorio, por diversas razones, económicas o de simple inadecuación a la nueva filosofía definida por el actual equipo del INAEM. Como ya hemos informado a nuestros lectores (véase entrevista con José Manuel López López en el número 805) el Auditorio deja de ser un recinto cuya única unidad de producción propia es la ONE para serlo al completo, interviniendo directamente (a través de cuotas de obligado cumplimiento) en las programaciones que planteen las diversas instituciones privadas que necesiten sus salas para poder celebrar los conciertos. La cuota se refiere a la parte de repertorio español que se debe incluir, pero ello, claro, afecta directamente a las empresas que quieran “vender” en exclusiva la música más conocida o popular, como ya le está sucediendo a Promoconcert.
Se han juntado, pues, dos buenas razones para que la manera de ofertar la música clásica en Madrid pueda cambiar sustancialmente a corto-medio plazo: la existencia de una nueva sala de conciertos y el cambio en la gestión en las dos del Auditorio Nacional. Así, y con la política de programación establecida en el Auditorio, ¿no es lógico pensar que las instituciones privadas que se dedican a dar conciertos quieran salir de las dos salas de aquél en busca de espacios donde poder moverse sin restricciones para poder de esa manera programar la música más acorde con su negocio?
Si echamos cuentas, la posiblidad de que en poco tiempo el Auditorio pueda quedarse con una actividad relativamenre minoritaria es bastante plausible. Es urgente, pues, que las diferentes partes se sienten a hablar; no es deseable que intereses espurios puedan conducir a una “guerra” entre los que son de carácter claramente público (la defensa de los autores españoles, en primer lugar) y los privados, tan legítimos como cualesquiera otros. Porque, sin ninguna duda, quien saldrá perdiendo es la Música. Ésa que a nosotros nos encanta escribir con mayúsculas, y cuyo vector más visible apunta su flecha hacia el consumidor, hacia el sufrido aficionado.
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