Crítica: Gustav Mahler con David Afkham, dislocación y orden en la ONE
Crítica: Gustav Mahler con David Afkham, dislocación y orden en la ONE
Mahler: “Sexta Sinfonía”. Orquesta Nacional. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 4 de abril de 2025.

David Afkham y la Orquesta Nacional
Antes de comentar la interpretación que de esta imponente “Sinfonía” nos han ofrecido la Nacional y su todavía director titular, nos parece interesante, recoger estas palabras del musicólogo italiano Armando Gentilucci: “Mahler rompe la forma, la disuelve, la desquicia en sus mecanismos apriorísticos y permite emerger la dimensión fundamental de lo negativo». El sarcasmo, característica poco musical, existía también, como un elemento determinante más, en el lenguaje mahleriano.
Bruno Walter, discípulo dilecto, consideraba que Mahler era clásico por la determinación de dar una forma a la música que manaba de él, de controlar y encauzar su fuerza viril, su imaginación y su sensibilidad; y era romántico, en el sentido más amplio del término, por las propuestas más audaces e ilimitadas de su fantasía: su lado nocturno; una tendencia al exceso en la expresión que conducía muchas veces a lo grotesco.
Son aproximaciones, consideraciones muy a tener en cuenta a la hora de escuchar y de juzgar una interpretación de una obra que, como dice en sus bien razonadas notas al programa Ramón Puchades, oboísta de la Orquesta, “es abstracta, emancipada de cualquier texto condicionante, de arquitectura aparentemente clásica, pero solo desde una perspectiva estructural”.
En efecto, a primera vista, cuatro movimientos, delineación superficialmente sonatística, trabajo temático, desarrollos, codas… Pero, claro, estamos en otro mundo, un mundo de rupturas y confesiones. Todo ello ha de ser tenido en cuenta a la hora de enfrentarse a estos pentagramas y tratar de darles forma coherente. Y lo ha hecho con buena fortuna David Afkham, en lo que ha sido una de sus mejores actuaciones madrileñas. Ha cogido el toro por los cuernos y se ha metido de hoz y coz en los atribulados, virulentos, autobiográficos y demoledores pentagramas.
Sin dejar de manejar los acentos y resaltar los timbres, de frasear en los instantes líricos más apasionados (ese tema de Alma, la esposa, que aparece, reaparece y cierra el primer movimiento, por ejemplo), Afkham ha guardado un orden, un equilibrio, unas formas, necesarias pese a todo.
Desde el mismo comienzo, con ese seco y determinante ritmo guerrero, de pavorosas resonancias, que nos introduce en lo más virulento de la tragedia, que, en el fondo, pese a los cálidos lirismos del “Andante moderato” (colocado aquí en segundo lugar, como quería el compositor), no deja de latir y que se desborda físicamente en los impresionantes golpes de martillo, tres en la versión original, dos como dejó sentado el músico en su última revisión.
Golpes de martillo -un gran martillo de madera, como debe ser- que contribuyeron a incrementar la tensión, siempre presente en el agitado desarrollo, en el que juegan los temas fundamentales, y que a la postre conduce a un cierre absolutamente nihilista.
Afkham, en esta ocasión con batuta, distribuyó las fuerzas, parceló las secciones y enlazó todo con gran habilidad, con mando certero y firme seguido por una formación orquestal disciplinada y atenta. Lo grotesco se amalgamó con lo lírico, lo banal con lo apasionado.
Todo ello presidido por una buena distribución de planos. Las nueve trompas tocaron muy bien en todo momento. Lo mismo que el resto del conjunto. Especial mención para el trompetista Manuel Blanco, espléndido en todas sus intervenciones. A resaltar también el fimo tejido logrado en el sinuoso y engañoso “Scherzo”, donde se obtuvieron excelentes efectos y se destacaron con claridad los diálogos entre familias. Estupendo concierto, pues, a falta quizá, de un colorido más arrebatado, de una acentuación más acusada, de unos efectos tímbricos más esperpénticos. Pero lo conseguido fue para nota.
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