Gustavo Gimeno impacta en la Quincena con su abbadiano Réquiem de Verdi
Gustavo Gimeno impacta en la Quincena con su abbadiano Réquiem de Verdi
78 QUINCENA MUSICAL DE SAN SEBASTIÁN. Programa: Réquiem, de Verdi. María José Siri (soprano). Daniela Barcellona (mezzosoprano), Antonio Poli (tenor), Riccardo Zanellato (bajo). Orfeón Donostiarra, Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno. Lugar: Auditorio Kursaal (San Sebastián). Entrada: 1800 personas (lleno). Fecha: Sábado, 26 de agosto de 2017.
Impactante, intimista, cabal y apasionadamente humano. Casi abbadiano. Así ha sido el Réquiem de Verdi ofrecido por la Filarmónica de Luxemburgo y su titular Gustavo Gimeno en su despedida de la Quincena Musical de San Sebastián, para la que se hicieron acompañar por un Orfeón Donostiarra tan fabuloso como siempre y un desigual cuarteto solista. Fue, además, una versión de fuste y calado. Fervorosa y de sobresaliente empaque musical, coronada, tras el Libera me final, por un conmovedor y larguísimo silencio, durante el cual en el abarrotado Kursaal no se movió ni una mosca. Luego, tras ese espontáneo y sobrecogedor “tiempo de silencio” (Martín-Santos), arrancó el aplauso in crescendo de un público impactado que recordará esta Misa de Réquiem como uno de los acontecimientos más intensos y emotivos vividos en la Quincena. En todas las Quincenas.
Fue una interpretación de poderosos acentos y contrastes. Cuya vitalidad y fuerza – inquietante el Dies Irae y su escalofriante motivo, que Verdi repite como recurrente Leitmotiv– quedaron aún realzadas por el subrayado recogimiento con que Gimeno y sus músicos –luxemburgueses y donostiarras- plantearon los episodios más calmos e interiorizados. Esta diversidad de matices y ánimos, que extrema dinámicas y ahonda en la teatralidad con la que Verdi envuelve su dramático réquiem, fue la tónica de una versión que, por encima de su sobresaliente calidad musical, brilló por su encendida y calibrada carga emocional. La sombra cercana y querida de Claudio Abbado habita y late con fuerza en Gimeno, cuya gestualidad y honorabilidad ante la partitura tanto recuerdan a la del inolvidable maestro italiano.
El Orfeón Donostiarra volvió a ser protagonista en una composición que ha interpretado en innumerables ocasiones, y que desde hace tiempo forma parte de su propio ADN musical. Todas sus intervenciones sin excepción se movieron en la excelencia. Empaste, afinación, frescura y color vocal fueron virtudes que asomaron desde las primeras notas de la partitura, y se prolongaron hasta el “morendo” que la cierra con un eterno calderón. Especialmente impactante resultó el polifónico Sanctus, y por supuesto, el arrebatado Dies Irae en sus diferentes secuencias.
En el cuarteto solista destacaron ellas sobre ellos. La soprano uruguaya María José Siri tiene medios, técnica, escuela y, sobre todo, una voz estupendamente proyectada que en ningún momento pierde color, brillantez y homogeneidad. Abordó los exigentes y peligrosos agudos sin romper nunca el decurso armónico ni perder la línea melódica. Admirable es también su expresividad, generosa y sincera, sólo oscurecida por la exigua belleza vocal, que impide que se convierta en referencia. A su lado, la veterana mezzosoprano Daniela Barcellona volvió a ser la cantante absoluta de siempre, dominadora y gran artista. Mantiene intactas las matizadas virtudes que ya lució en la conocida grabación con Abbado de hace ya casi veinte años.
El tenor Antonio Poli lució una voz cuya claridad y transparencia tímbrica trata de suplir la limitada potencia y empuje. Hermoso sin peros su Ingemisco, aunque en las intervenciones en conjunto se resintió esta falta de peso, especialmente al alternar con dos voces femeninas de tanto fuelle como las de la Siri y la Barcellona. El veterano bajo Riccardo Zanellato cumplió con comedimiento y sin alharacas, pero con tablas, estilo y conocimiento del característico canto verdiano, que lució particularmente en el Confutatis. Justo Romero
Últimos comentarios