He aquí algunas de las críticas a “Ballo” en el Real
De ellas destacamos la amplia de ABC, firmada por González Lapuente, en la que entrelaza las confabulaciones en boston con otras en Madrid.
ABC:
Verdi
Todo para el pueblo, pero sin el pueblo
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
En un ambiente de gran expectación, se inauguró anoche la temporada del Teatro Real. En escena «Un ballo in maschera», la ópera de Verdi que convirtió al compositor en político, patriota y revolucionario. Nada importa que la versión programada haya sido la «americana», aquella en la que, por orden de la censura, al rey Gustavo III de Suecia se le convirtió en gobernador de Boston, pues en el fondo, todo es igual: abuso de poder, ambición, celos, traición y muerte. Lo muestra Verdi mezclando ironía y tragedia, risa y drama, un cóctel que es siempre un aliciente y un consuelo. Porque si mañana se ríe es porque hoy se ha llorado. Pasa en la ópera y en este Real madrileño.
Los lectores más informados ya sabrán de un ofensivo artículo publicado en «El País» donde un anónimo miembro del patronato del Real declaraba que es necesario «sacar a la institución de su bajo perfil». Dicho de otro modo, que el teatro no ha cumplido los mínimos que el público merece aunque este y la crítica (perdón), lejos de protestar, aplaudan. Una vez más, lo importante es el «todo para el pueblo, pero sin el pueblo», principio sobre el que se instauró aquel despotismo ilustrado que corre por la venas del «Baile» verdiano y para cuya aplicación siempre habrá dispuesto rey, gobernador o presidente, en Estocolmo, Bostón o Madrid, en reino, república o patronato. La primera consecuencia es la no renovación del contrato para aquellos que han hecho creer en falsas grandezas, Antonio Moral, director artístico, y Jesús López Cobos, director musical. Por pura casualidad, uno de los intérpretes que anoche compartieron la importante ovación con la que se cerró la representación, puesta en escena a partir de una producción en convenio con el Convent Garden para que el Real ha fabricado el calzado y las pelucas, nada menos que el disfraz de la intriga.
En este sentido, podrá estar contento López Cobos, porque su trabajo estuvo lleno de buena música, variado en el color, refinado en el acabado, pleno de sonido y cargado de intención en momentos relevantes. Al director se le vio disfrutar y a la orquesta sacar lo mejor de sí misma apoyando lo culminante con intensidad. Sonaron bravos, que ya es difícil en un estreno madrileño. Sucedió en el dúo del segundo acto con Violeta Urmana demostrando claridad y punción en el agudo, poderosa y con arrestos; con Marcelo Álvarez terrenal, noble en la intención, desenvuelto en la línea, de una naturaleza cercana y creíble. Quizá no sea la suya una voz especialmente bella, pero son muchos los detalles y la seguridad con la que traza el papel de Riccardo. Se aplaudió su «Ma se m’é forza perderti» como antes se hizo con la visceral intervención de Urmana en el aria de Amelia «Morró, ma prima in grazia».
Una consideración especial merece el barítono Marco Vratogna quien saltó desde el segundo reparto por indisposición de Carlos Alvarez. Un aseado «Eri tu», donde echó el resto y lució toda la potencia de su centro, permitió olvidar lo que hasta entonces fue una presencia más modesta y algo escasa en el grave. Alessandra Marianelli fue otra de las triunfado-ras con su Oscar ágil y desenvuelto, además de Elena Zaremba pues a Ulrica le disparó el agudo, le puso anchura y vibración, y una notable y contagiosa expresión física. De manera que esta fue, o pareció ser, la importante noche de ópera de ayer. También lo comprobaron en directo los espectadores de 87 cines europeos. Lo harán asimismo quienes acudan a las próximas trece representaciones y, el día 4, en España, Europa y EEUU a través de Radio Clásica. El pueblo.
EL MUNDO:
Un Verdi para todos los gustos
‘Un baile de máscaras’ está resuelto de manera irregular con escenarios poco expresivos, pero el espectáculo es disfrutable
Un ballo in maschera Director musical: Jesús López Cobos. / Director de escena: Mario Martone. / Reparto: Marcelo Alvarez, Violeta Urmana, Marco Vratogna. / Escenario: Teatro Real (Plaza de Isabel II). / Fecha: 28 de septiembre. ** Cabría preguntarse por qué esta ópera, tan atractiva y variada como caprichosa y desequilibrada, figura entre los títulos verdianos más frecuentados. La atractiva variedad se produce gracias a una sucesión de escenas que recorren un amplio abanico de asuntos llamativos; ante nosotros desfilan una siniestra conjura, una maga adivinadora de desgracias, un ambiguo paje que sugiere ocultas complicidades, una llameante pasión adúltera, la venganza del fiel amigo traicionado y, como remate, un magnicidio perpetrado aprovechando el sigilo de un baile de disfraces. El carácter fragmentario de la ópera influye necesariamente en su interpretación; por eso no es extraño que en esta ocasión después de un primer acto lánguido y de palidez extrema en todos los órdenes, la batuta inicie el segundo con un súbito brío que mantiene hasta el final; el arranque llega a olvidarse y la orquesta de Jesús López Cobos responde a sus órdenes con incisiva nerviosidad y transida inspiración. Del reparto sobresale enérgicamente Violeta Urmana, en plenitud de facultades; su Amelia tiene la hondura, la emoción y los contrastes de las auténticas heroínas verdianas. Marcelo Alvarez es un Riccardo menos efusivo, cuya temperatura sube en sus dúos con Amelia. Tosco Marco Vratogna como Renato, efectiva la Ulrica de Elena Zaremba y fluido el Oscar de Alessandra Marianelli, aunque no llegamos a ver al paje sino a una chica calzada con botas altas. Mario Martone se diría que es más imaginativo y personal como cineasta que como director de escena. Su propuesta es desmañada y convencional, sin un definido criterio actoral, con espacios enfáticos, vetustos y poco expresivos; por culpa de ambientar el campo solitario en un edificio en ruinas debemos soportar un entreacto innecesario. El baile se resuelve con un audaz espejo, cuyo efecto, reflejando un sótano, no está del todo conseguido. El público recibió el primer estreno de la temporada número 12 de su teatro con algo así como un previo entusiasmo, aplaudiendo con frecuencia y prodigando bravos con caudalosa generosidad. El espectáculo es disfrutable, pero habrá que esperar al segundo reparto para completar una visión de conjunto. Alvaro del Amo
EL PAÍS:
UN BALLO IN MASCHERA
De Giuseppe Verdi. Con Marcelo Alvarez, Violeta Urmana, Marco Vratogna, Elena Zaremba y Alessandra Marianelli. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Jesús López-Cobos. Dirección de escena: Mario Martone. Coproducción con Covent Garden de Londres. Inauguración de temporada. Teatro Real, 28 de septiembre. Una gigantesca imagen de la muerte pasando las hojas de un libro ilustraba hace una década la producción de Richard Jones y Antony Mc Donald para Un ballo in maschera en el lago de Constanza dentro del Festival de Bregenz. Tenía tal potencia visual que dio la vuelta al mundo, llamando la atención a propios y extraños sobre esta ópera verdiana. A nivel más local -y más discutible- Calixto Bieito ponía a un grupo de parlamentarios leyendo el periódico en una fila de retretes en la producción de Un ballo in maschera en el Liceo de Barcelona. Los medios de comunicación se frotaban las manos y de nuevo saltaba esta ópera al primer plano de la actualidad. De la puesta en escena de Mario Martone que abrió ayer la temporada del teatro Real también quedará una imagen -la de los espejos- o una escena, si se prefiere, -la final, del baile-. Con ella la representación coge un vuelo plástico y conceptual que hasta entonces no tenía, y todo el juego de ambigüedades, disfraces, simultaneidad de tragedia y comedia, divagaciones sobre el amor y la muerte, adquiere un sentido reflexivo y teatral que complementa la ambivalencia -compleja y popular- del discurso musical. Martone es un director de escena inteligente pero hasta ese cuadro final no había destapado el frasco de las esencias. No había estado especialmente inspirado, ni siquiera en la dirección de actores. En el baile se redime y da la vuelta a la obra. No es cuestión únicamente de habilidad técnica o de potencia plástica. Lo que salta a la superficie es la profundidad de las pasiones verdianas.
Del trío vocal protagonista faltó a la cita Carlos Álvarez por una laringitis y fue una lástima. El barítono malagueño tiene un peso en escena excepcional. Su sustituto, Marco Vratogna, tiene potencia pero escasa personalidad de momento. Tampoco sus dotes de actor son convincentes. El otro Álvarez, Marcelo, fue, a mi modo de ver, la voz más verdiana de la noche y gracias a su empuje, su fraseo y su musicalidad, la representación elevó el vuelo y cogió empaque. Cuando él no estaba en escena el tono de la función se resentía. Violeta Urmana es una cantante todoterreno que supo dar a Amelia ese aire de madurez que solía destacar del personaje la cantante Katia Ricciarelli. Estuvo impecable casi toda la noche pero se dejó sin torear, que dirían los taurinos, el momento más esperado de su cometido, el aria del comienzo del tercer acto, Morrò, ma prima in grazia, a cuya interpretación faltó intensidad y emoción. Resultaron adecuadas para sus papeles Elena Zaremba y Alessandra Marianelli.
López Cobos dirigió con más alma, corazón y vida que en otras ocasiones. Su oficio es incontestable. Se agradece en cualquier caso, tratándose de Verdi, algún detalle de vulgaridad, si está inspirado por el propio fuego de la música del compositor. Y esta vez los hubo. Especialmente notables el segundo acto al completo, por su tensión dramática, y el cuadro final, por su gran limpieza, en sintonía con la solución teatral. La orquesta respondió a las indicaciones del maestro. El coro cumplió. Juan Angel vela del Campo
LA RAZÓN:
UNA GRAN URMANA
Verdi: “Un ballo in maschera”. Violeta Urmana, Marcelo Álvarez, Marco Vratogna, Elena Zaremba, Allessandra Marianelli, Borja Quiza, Miguel Sola, Scott Wilde, Orlando Niz, César San Martín. Coro y Orquesta titulares del Real. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Mario Martone. Escenográfo: Sergio Tramonti. Teatro Real de Madrid. 28-IX-2008.
Aplausos cordiales a la salida del director, que no va a renovar su contrato. Al terminar ovaciones tras un final en el que la batuta supo controlar y retener el tempo y manejar la dinámica hasta conseguir un ejemplar “crescendo”. Económica de gestos, enjuta, un tanto seca, la dirección de López Cobos fue a nuestro juicio demasiado complaciente con las voces en ciertos pasajes del gran dúo del segundo acto, con abuso de rallentandi. En todo caso, lirismo de buena cepa.
Urmana fue la más aplaudida tras un inicio irregular: fácil en esta ocasión arriba, segura y musical, sólida en el grave, cantó con fervor su aria del tercer acto. Álvarez atrae por su cálido timbre, algo falto de brillo, y por su calurosa dicción; pero está en el límite del carácter del personaje, que pide un lírico-“spinto”. Cantó con intención, con reguladores, el barítono Vratogna –que sustituía a un enfermo Carlos Álvarez- su esencial “Eri tu”; pero se ve perjudicado por la cortedad del volumen y el timbre poco grato. Refrescante el Óscar de la gentil Marianelli y notables los graves de Zaremba, una Ulrica en busca de afinación. Buenas prestaciones del resto y excelentes coro y orquesta. Se interpreta la versión tradicional, “de Boston”.
Martone traslada la acción a la época de Verdi en un intento de asimilación a “El gato pardo”; no molesta, pero aporta poca cosa. Efectos ingenuos en el trasiego de cortinas del primer cuadro y rigidez en el movimiento de masas. Gran decorado de un edificio en ruinas en el paraje en el que Amelia ha de encontrar la hierba mágica. Y gran efecto visual en el último cuadro: un enorme espejo refleja el piso de abajo en el que toca la orquestina –disposición musical muy mozartiana-; una doble perspectiva de todas formas poco lógica. Arturo Reverter
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