Helga Schmidt: Una figura irrepetible
Una figura irrepetible
HELGA SCHMIDT EN LA PRIMERA DÉCADA DEL PALAU DE LES ARTS
La creatividad y el trabajo excepcional de la fundadora y primera intendente merecen el homenaje de Valencia y de España
Hace dos semanas, el Palau de les Arts Reina Sofía cumplió su primera década como espacio de ópera. Casi el mismo día, su producción estrella, la tetralogía de Wagner El anillo del nibelungo, seguía dando la vuelta al mundo con la inauguración del nuevo National Taichung Theater de Taiwan. Entre otras ciudades, Florencia, Sevilla, Osaka y Houston habían sido escalas de la creación escénica de Carlus Padrissa (La fura dels baus), ganadora de todos los premios internacionales como lectura visual de la obra maestra que es cima indiscutida de la música dramática, desde que fuera inventada por Claudio Monteverdi a principios del siglo XVII. La intendente del Palau, Helga Schmidt, confió en Padrissa muy segura de su apuesta por la estética y la tecnología más revolucionarias en lo que va del siglo XXI. Claro está que, para el éxito pleno, era indispensable una base musical insuperable. Así fue la comandada por un líder mundial, Zubin Mehta, al frente de la fabulosa Orchestra de la Comunitat Valenciana que, atril por atril, había formado otro divo, Lorin Maazel, y del no menos extraordinario Cor de la Generalitat Valenciana dirigido por Fancesc Perales.
El prestigio de la señora Schmidt hizo posible lo que ninguna otra instilación cultural española había logrado: vincular a Valencia, en compromiso de titularidad, a dos de las batutas estelares de nuestro tiempo. Además, su conocimiento directo de las voces famosas y de las nuevas, cristalizó en elencos envidiados por las más prestigiosas casas de ópera. Los consagrados siempre estuvieron disponibles a su demanda y los jóvenes iniciaban en el Palau su lanzamiento internacional. Para culminar la estructura artística, la vinculación permanente de Plácido Domingo fue la definitiva señal de excepcionalidad.
El estándar internacional
Helga Schmidt inauguraba en España el estandar de los teatros señeros de Bayreuth, Milán, Viena, Salzburgo, Berlín, París, Londres y Nueva York, siempre dirigidos por colegas insignes. Desde el 2007 vimos desarrollarse aquel Anillo histórico, cuyos cuatro dramas fueron representados -por primera vez en el país- durante una sola semana de 2009. Quedaba así consolidado el know how de los espacios de primer nivel que mantienen el género operístico en continua evolución y reciben públicos del mundo entero. Parecía un sueño y tal vez lo haya sido por su deslumbradora fugacidad. Porque el Palau de les Arts era mucho más que el Anillo. De sus diez años de vida, los ocho dirigidos por la intendente después de muchos de proyecto en espera de la disponibilidad de la bellísima arquitectura de Calatrava, colocaron a Valencia en el rango que otros alcanzaron después de muchas décadas, y, desde luego, en cabeza de los españoles.
Desde la apertura, el 25 de octubre de 2006, presidida por la reina Sofía, se hizo evidente la ambición de excelencia. Aquel Fidelio de Beethoven, dirigido por Mehta con escena de Pier’Alli y el esplendor vocal de Peter Seiffert, Waltraud Meier y Matti Salminen, fue la primera señal de que algo muy diferente, muy difícil, tomaba cuerpo en el país. Los decorados monumentales, la versatilidad de la maquinaria escénica, la calidad de los coletivos orquestal y coral, la excelente acústica y la perfección representativa, sin un solo detalle confiado al azar, proclamaban una profesionalidad exigente y no solo esto: también la sensibilidad una gestora-artista.
La ambiciosa programación
El aldabonazo beethoveniano quedó ratificado en los retos de las temporadas siguientes y en los programas del Festival del Mediterráneo desarrollados por el mismo Palau y su intendente, con Mehta como batuta residente. No pudimos ver todas las producciones nuevas, pero cada una de las disfrutadas añadía un plus sin parangón en las escenas españolas. De La fura dels baus fue igualmente la escenificación de Los troyanos de Berlioz, dos dramas fundidos en uno, con dimensiones wagnerianas que desafían a los mejores intendentes por su complejidad narrativa y por los elencos que exige. No menos admirables fueron los títulos dirigidos por Lorin Maazel -titular de la Orquesta y del coliseo-, especialmente Parsifal con escena del gran cineasta Werner Herzog -y la polémica imagen del propio Palau alejándose al final de la Tierra-, una Aida verdiana inquietantemente esotérica, una erótica Vida breve de Falla y una desgarrada Cavalleria rusticana(ambas con escena de Giancarlo del Monaco), hasta su propia composición 1984, sobre el libro de H.G.Wells, maravillosa en la partitura y en su visuallzación.
La corpórea Turandot pucciniana, que después alquilaron varios teatros, sigue viva en nuestra memoria de la belleza, como tambièn la Manon de Massenet que dirigió en escena Francisco Negrín, bisnieto del Dr. Negrin, último jefe de gobierno de la II República, que es regista en los mejores teatros; o el magno romanticismo de Tosca. La Tetralogía de Wagner queda glosada como punto culminante, pero sería injusto no ubicar en muy alto lugar el sombrío simbolismo vanguardista de La forza del destino. Las restricciones de los primeros años de la crisis económica fueron dirigidos por la señora Schmidt con extraordinario pulso. La magnificencia de las producciones cedió el paso a presupuestos recortados que mantenían la excelencia artística en escenas más austeras pero artisticamente memorables, como la Medea de Cherubini en la vocalidad grandiosa de Violeta Urmana, un Trovatore arrollador del tenor canario Jorge de León, y. sobre todo, el
Otello de Verdi con escenografía de David Livermore y un dúo de gigantes: el tenor Gregory Kunde en el rol protagonista y el barítono Carlos Álvarez en Yago.
El homenaje pendiente
Títulos, directores, escenógrafos, colectivos y cantantes, aquí citados fugazmente y en desorden, son memoria viva en cuantos fuimos beneficiarios de su saber y su inspiración, todos ellos elegidos por Helga Schmidt, alma y gobierno del Palau de les Arts en un periodo quizás irrepetible. El espléndido equipo del teatro, desde los más cualificados hasta los más modestos, rindió a tope en las temporadas, los festivales del Mediterráneo, la Escuela de Plácido Domingo, y, muy destacfadamente, los ciclos de conferencias, seminarios y conciertos paralelos que organizaba Justo Romero, dramaturgo del Teatro y responsable de todas las publicaciones, con textos admirables de su autoría o valiosas aportaciones encargadas a especialistas.
Esperamos conocer algún día el libro-catálogo y la glosa de la actividad colosal desarrollada por Helga Schmidt. En lo inmediato, su dedicación incansable, sus ideas, sus logros y la fama que ha dado a Valencia en el orbe de la ópera merecen el homenaje de la ciudad y de toda España, cuando el Palau de les Arts cumple sus primeros diez años. Aunque breve, fue una era prodigiosa. Guillermo García-Alcalde
Artículo publicado en el diario LEVANTE el 10 de noviembre de 2016
Interesante articulo con la salvedad de que el libro 1984 es de George Orwell