Crítica: Hilay Hahn y Mikko Franck, cosecha del 79
TEMPORADA DE PRIMAVERA DEL PALAU DE LA MÚSICA.
Cosecha del 79
Obras de Sibelius (Concierto para violín y orquesta) y Berlioz (Sinfonía fantástica). Orquesta Filarmónica de Radio France. Director: Mikko Franck. Solista: Hilary Hahn (violín). Lugar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: Alrededor de 1800 espectadores (lleno). Fecha: Martes, 7 mayo 2019.
Tienen València y su consolidada melomanía hambre de buena música en buenas manos. Y lo demuestra al abarrotar una y otra vez sus dos Palaus cada vez que sobre sus escenarios ocurre algo realmente interesante. Como pasó el martes, cuando el Palau de la Música se llenó “hasta la bandera” para escuchar y disfrutar del arte y del genio de dos artistas tan genuinos como la violinista estadounidense Hilary Hahn y el singular director finés Mikko Frank, ambos nacidos en 1979, ella en Virginia y él en Helsinki. Llegaron con un programa para todos los públicos, que combinaba el virtuosismo instrumental del único concierto para violín de Sibelius con el orquestal de esa absoluta obra maestra que es la más que revolucionaria Sinfonía fantástica. Para redondear la suculenta propuesta, una y otro, los dos cosecha del 79, se hicieron acompañar por los atriles veteranos de la Filarmónica de Radio France, orquesta fundada en 1937 y de la que Franck es titular desde 2015.
Niña prodigio con o de prodigio, Hilary Hahn ha sabido crecer y convertirse en artista honda y con cosas interesantes que expresar desde su violín, un deslumbrante Vuillaume de 1865 del que obtiene sonoridades y registros tan poderosos como sutiles y variados. Su versión del Concierto de violín fue apasionada y fulgurante, recreada en una destreza nunca hueca, cargada de penetrante romanticismo y de ese melodismo entre lejano y nostálgico tan particular del mejor Sibelius. Desde la primera y aguda frase en pianísimo se constató la entidad de todo lo que estaba por venir. Fue una muy hermosa y sabiamente calibrada versión, con un segundo movimiento cantado por el violín solista con íntima efusión y templanza, que supuso uno de los muchos más espléndidos momentos del programa.
El público, que siente y se involucra cuando -como en esta ocasión- se produce algo verdaderamente interesante, aplaudió y vitoreó a la solista hasta obtener como regalo un no menos emotivo Bach. Fue el pórtico de la gran orgía de color y novedades que supone escuchar la Sinfonía fantástica, compuesta por el revolucionario Berlioz en tiempos en que Europa andaba aún enfundada en los sonidos de la orquesta clásica. Corría el año 1830 cuando el compositor francés, del que ahora se conmemora el 150 aniversario de su muerte, compuso esta “sicodélica” (Leonard Bernstein dixit) sinfonía bajo los efectos del opio y de su talento novedoso. Con ella, se anticipó décadas a la llegada del impresionismo y sus colores, timbres y pinceladas. Nunca antes se había escrito una sinfonía con tal despliegue instrumental y de tan enorme intensidad dramática.
Escuchar Berlioz a la Orquesta de Radio France resulta tan natural y estimulante como disfrutar del Strauss de los músicos de Dresde, del Falla de una buena orquesta española o el Mahler de los filarmónicos vieneses. Bajo la batuta precisa y diferente de su titular Mikko Franck, sus profesores laten, palpitan y sienten como propios unos compases tan cargados de exigencias instrumentales como de poder descriptivo. Universales y cercanos a un tiempo. Oboe y corno inglés cantaron con calidad y efusión su dialogo fuera de escena del tercer tiempo, como las arpas (ambas estupendas) en el vals, timbales y percusión (¡campanas!) o todos y cada de los solistas de una orquesta que, sin ser una número uno, triunfó en su empeño de dar vida al descriptivo retablo sinfónico de su paisano.
Mikko Franck que no es francés pero sí es un músico como la copa de un pino, alentó y enzarzó el rico caudal sinfónico sentado casi siempre detrás del podio, como resguardado a la manera en la que lo hacía el inolvidable Guennadi Rozdestvenski. Su baja estatura y su posición discreta, parapetado entre el podio y los músicos, en absoluto resta fuste a la grandeza de una batuta que elude lo superfluo y prescindible para centrarse en una efectividad jamás reñida con su valor expresivo y estético. Nada resultó forzado en esta versión de tiempos tan convencionales como los anchos fraseos y las contrastadas dinámicas, pero que, sin embargo, tenía sello y marchamo propios. Que la música es universal se volvió a poner de manifiesto en la gran propina que tenían reservada maestro y orquesta: el poema sinfónico Finlandia de Sibelius, tocado por los músicos galos tan idiomáticamente como el maestro finlandés había dirigido antes la obra maestra del sinfonismo romántico francés. ¡Gran concierto! Justo Romero
Publicada el 9 de mayo en el diario Diario LEVANTE.
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