Victoria de los Ángeles a través de los ojos de sus contemporáneos
Esto es lo que Miguel Lerín relata sobre Victoria de los Ángeles a partir de los elogios que a ella le dedicaron sus contemporáneos, como Kirsten Flagstad y Maria Callas
“…le deseo todo lo mejor que Usted pueda desearse” -final de una carta llena de elogios, de Kirsten Flagstad, después de haber asistido al debut de Victoria de los Ángeles como Marguerite de Faust en el Metropolitan de Nueva York.
“El Metropolitan era un inmenso estercolero donde solamente había una flor: Victoria de los Ángeles” –Maria Callas en uno de sus comentarios sobre el Metropolitan, teatro con el que tuvo siempre unas conflictivas relaciones.
“Es como una piscina llena de música y solamente arqueando las cejas, ella te lleva a lo más alto, uno tiene solamente que seguirla” –Friedrich Haider, después de un ensayo de un recital con un programa íntegro de Schubert.
“A veces no nos habíamos visto en meses y nos encontrábamos en el hall del hotel, sin haber tenido tiempo para ensayar. Era imposible que el recital fuera mal, yo conocía demasiado bien su enorme musicalidad y podía estar con ella en cada momento” –Gerald Moore, el llamado “rey de los pianistas acompañantes”. Los dos últimos comentarios me los hicieron personalmente.
Victoria… En cualquier círculo musical en el que se encontraran profesionales que la conocieran o que colaboraran con ella, el pronunciar el nombre producía una inmediata sonrisa, como de dulzura, de paz. Porque si algo se puede decir de Victoria de los Ángeles es que era LA Música. Era igual el compositor, en ópera o en concierto, la Música en mayúsculas prevalecía. En Ópera se podrá decir que había papeles que le eran más o menos congeniales, pero siempre eran basados en la Música, en lo escrito y deseado por el compositor. Elisabeth Schwarzkopf llegó a decir que suerte para ella que Victoria nunca cantó la Mariscala de El Caballero de la Rosa. Y ella misma renunció a cantar La Bohème después de haber escuchado la interpretación de Victoria de Mimi.
Todo esto empezó en Barcelona, en los ya muy lejanos años treinta, tocando la guitarra en el silencio de las aulas de la Universidad de Barcelona, cuando no había clase, y donde su padre era bedel. Como su canto, todo tuvo una lógica: el conocer a un hombre volcado en la música, José María Lamaña, quien insistió en que ella colaborara con el grupo de cámara de música antigua que él dirigía, Ars Musicae. En el grupo, ella llegó también a tocar la flauta dulce. Los estudios en el Conservatorio del Liceu, en el concierto en el Teatro con los premiados de otras disciplinas, ella cantó los lieder de Wagner. Mis padres estuvieron presentes en ese concierto. De ahí a cantar la Eva de Los Maestros Cantores, la Elisabeth del Tannhäuser y la Elsa del Lohengrin era un paso. Las tres óperas las debutó en el Liceu, la puerta para cantarlas en el Metropolitan y años más tarde en Bayreuth. Y también en el Liceo cantó en aquellos años los papeles que la hicieron mayormente famosa, Marguerite, Manon y Mimí (que ya había debutado en el Teatro Victoria de Barcelona como premio de un concurso de la radio).
Luego, la gran carrera internacional, con dos teatros favoritos, el Metropolitan y el Covent Garden de Londres. Pero alternando siempre las funciones operísticas con infinidad de recitales, especialidad a la que dedicó exclusivamente la última parte de su carrera. Los recitales eran una muestra de elegancia innata, siempre al servicio del compositor, nunca de ella misma aun poseyendo la personalidad que tenía, que le hacía ganar la batalla con el público solamente en cuanto aparecía en el escenario. Los compositores alemanes, la música francesa, la española, eran servidos en interpretaciones individuales imposibles de imitar.
Los que la escucharon en sus inicios en su ciudad natal, recordaron siempre la impresión que les causó. La mayoría de esas personas lógicamente fallecieron. Ella nunca olvidó aquellos primeros años, la relación con mi abuelo, el Dr. Vilardell, cuando ganó el Concurso de Ginebra, que se mantuvo durante toda su vida con mi madre, María Vilardell, en cuya casa estuvo varias veces junto con Alicia de Larrocha, con Montsalvatge, con la Schwarzkopf. Como no podía ser de otro modo, fue miembro del jurado del Concurso Viñas, ella fue la gran defensora del tratado de técnica vocal del tenor Viñas, El Arte del Canto.
Por suerte para todos y como con otros artistas, nos quedarán siempre las grabaciones que deberían ser escuchadas por tantos jóvenes cantantes para aprender lo que significa la Música de verdad y en el caso de la canción y el Lied, la importancia de la palabra. Victoria… La Música.
Miguel Lerín
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