IBERMÚSICA, PURO DE OLIVA
IBERMÚSICA, PURO DE OLIVA
Aviso: me voy a poner pesado; voy a decir algo que creo que ya he dicho más de una vez, y que no solo lo he dicho yo, sino bastantes más. Y más de una vez. Pero es necesario repetirlo.
El consumo de música clásica atraviesa una crisis de final bastante incierto. Una crisis gravísima, porque como todas las grandes crisis no tienen una sola causa. Las cosas suelen ponerse muy feas cuando a algo o a alguien se le ataca desde más de un frente, y la música clásica, el consumo de la música clásica, está recibiendo tortazos por todos los lados. Y la cuestión es de tal calado que no resulta nada fácil siquiera hacer un diagnóstico claro que pueda conducir a remedios manejables a corto plazo.
1-El público envejece a una velocidad anormal. Y no hay repuesto porque la gran mayoría de gente ´más joven´ se ha educado en una filosofía de vida basada en el consumo de las cosas relacionadas con la creación bajo la filosofía de la inmediatez y no de la reflexión, una actitud que requiere no ya tiempo, que también, sino la utilización de herramientas que no distorsionen el proceso. Una herramienta que permite comunicarse con pocas palabras o signos es algo que puede llegar a ser bueno y práctico, pero no siempre es la más adecuada para pensar en una obra de arte que, como sucede con la música clásica, exige tiempo y reflexión en términos abstractos. A la gente joven esto le trae sin cuidado; está tan imbuida en esas maneras, que cualquier esfuerzo a añadir para poder comprender en un sentido más elaborado o profundo le parece una pérdida de tiempo, o sea, la pérdida de un tiempo que para ellos es tan cortoplacista que resulta incompatible con la escucha de una obra musical de una hora de duración, por ejemplo.
2- Los poderes públicos, que desde tiempos inmemoriales vieron en esto de la música clásica algo que no da votos, han encontrado al fin la excusa perfecta para que su ignorancia al respecto tenga razones fundadas: la crisis económica. Es decir: como hay crisis, a nadie se le puede ocurrir que el Gobierno piense en los cuatro locos que van a escuchar música de señores que habitan en sus tumbas desde hace siglos. De manera que, dedica (el Gobierno) una pequeña limosna en forma de subvención a cuatro señores a los que manda organizar ciclos musicales para que el ´museo´ de la música siga existiendo. Ni un duro para la educación musical, ni un duro para programas educativos mínimos para enseñar a escuchar música clásica, y ni el más mínimo esfuerzo para elaborar de una puñetera vez una ley de Mecenazgo que pueda echar una mano a los empresarios privados que se juegan cada día el tipo al ir al banco para comprobar una y otra vez que cada hora que pasa se ingresa menos y se debe más.
3-Como todo el mundo sabe, el que compra discos y el que va a los conciertos no suele ser la misma persona. Sin embargo, siempre hubo una fluida corriente entre ambos, por aquello de ´tengo la versión de fulanito porque es la mejor´ Una especie de música personalizada, a la carta, de alguna manera incompatible con el concierto, un acto de creación tan en estado puro que cuando acaba ha desaparecido sin dejar huellas de mejor o peor versión, salvo la que decide un señor llamado crítico, cuando lo hubiere. Sí; siempre hubo buena relación entre el consumidor de discos y el de conciertos, a veces incluso hasta llegar al solapamiento. Pero ya no hay discos; o mejor, lugares donde comprarlos, porque las tiendas han desaparecido. ¿Significaría esto que el aficionado al disco se ha convertido en aficionado al concierto? Ni idea. Pero el caso es que cada vez–salvo alguna excepción cuyo análisis comprometería complejas teorías sicoanalíticas- va menos gente a los conciertos.
4- La crítica. Como los discos, es residual. Por la sencilla razón de que a los medios de comunicación les importa un bledo, porque creen que a sus lectores les importa otro que alguien les explique cómo fue tal o cual concierto. La posibilidad de que un crítico pueda hacer de su comentario una pequeña obrita para ser leída y degustada hasta con placer es inexistente –o casi- en las mentes de los jefes de Cultura de los medios. La cultura, la crítica cultural y muy concretamente la de música, solo interesa si es escandalosa o tiene algún protagonista personal. Es decir, si es política.
5- Internet. Como todo el mundo sabe, la gran revolución tecnológica de nuestro tiempo es lo mejor que le pueda pasar a uno, salvo que uno sea un imbécil y piense que con Internet puede arreglar hasta las averías del burro. Las plataformas están haciendo mucho por la música, pero Internet ha generado en el consumidor medio un intolerable vicio: todo lo que no sea gratis, no interesa. O peor: si no es gratis, no lo quiero. Lo que quiere decir: si el periódico El País me ha regalado la manera de escuchar el Wagner (por llamarlo de alguna manera) de Dudamel a través de un enlace de Internet, para qué voy a ir al concierto en el que Dudamel haga ese Wagner (o cosa parecida). O también: abro Google, marco YouTube y me sale todo. Y si no, da igual porque tengo amiguete que tiene un superprograma con el que me puedo bajar todo. Y si no, me pongo en casa una antena y me bajo las retransmisiones de conciertos que se dan en los países civilizados… O sea, es de tontos pagar una entrada para un concierto con la Filarmónica de Berlín, cuando el concierto lo puedo tener en mi plasma y con mi cojoequipo de música, tomándome un güsiquito o una pizza.
Habría 6, 7, 8… , pero no quiero agobiar más. Todo esto me ha salido así, indignadamente, como se dice ahora, al leer la entrevista que mi querido Julio Bravo le hizo a Alfonso Aijón el lunes pasado en ABC. Nada nuevo, pero a uno se le vuelven a abrir las carnes, y sí, por motivos todo le sentimentales que se quiera. Porque uno, a sus sesenta y algunos años, no puede olvidar que la primera vez que pudo escuchar a más de uno de sus más admirados directores o solitas lo hizo gracias a Alfonso Aijón. Es inadmisible que Ibermúsica pueda desaparecer sin que al Gobierno no se le mueva un pelo, sin que el ministro del ramo no lleve el asunto a Consejo para buscar una solución. Se trata de un trozo de nuestra historia musical de tal magnitud, que esa historia misma no se podría ni explicar ni entender sin Ibermúsica. Alguien tiene que hacer algo para que eso no suceda. Mientras tanto, no se pierdan los dos conciertos de este fin de semana. Ibermúsica puro de oliva. Pedro González Mira
VERDI: Requiem. Maija Kovalevska, soprano; Ildiko Komolosi, Dmytro Popov, Nicolay Didenko. Orfeón Pamplonés. Orquesta Filarmónica de Londres/Vladimir Jurowski. Viernes 30, 22.30. Entre 60 y 168 €.
Sol Gabetta, violonchelo. Orquesta Filarmónica de Londres/Vladimir Jurowski. Obras de WAGNER, SHOSTAKOVICH y TCHAIOKOVSKY. Sábado 31, 22.30 . Entre 60 y 168 €.
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