Ibermúsica: Znaider, un violinista-director a tener en cuenta
Ciclo de Ibermúsica
Znaider, un violinista-director a tener en cuenta
El violinista danés Nikolaj Znaider junto al pianista palestinian-israeli Saleem Abboud Ashkar
Conciertos nocturnos los de Ibermúsica de esta semana. De los que terminan a la una de la madrugada, algo incomprensible para los artistas y cada vez más para el público, pero las giras tienen sus fechas y el Auditorio Nacional funciona a tope, con la OCNE en las tardes del fin de semana. La Orquesta de Pittsburgh ha visitado España en varias ocasiones desde 1992, ya fuera con Lorin Maazel o Mariss Jansons, dos de sus últimos titulares. El renombre de éstos da idea del potencial del conjunto de una ciudad “pueblerina” americana, conocida aquí por ser la sede del Ketchup Heinz. Manfred Honeck es su responsable desde 2007 y su contrato abarca nada menos que hasta 2020.
Vino a Madrid Steven Stucky para el estreno español de su obra “Silent spring”, basada en el libro del mismo título de la bióloga Rachel Carson, figura prominente en la defensa del medio ambiente. Los aproximadamente veinte minutos de la partitura, dividida en cuatro tiempos, responden a lo que se entiende por poema sinfónico de un cierto contenido programático y exigen una plantilla amplia que se luce en los frecuentes fortísimos, aunque la pieza termine difuminándose. Música fácil, que enlaza bien con el siguiente Sibelius, muy aplaudida por la audiencia. En el “Concierto para vilín y orquesta” del finlandés exhibió técnica, amplitud de sonido, energía, musicalidad y el punto justo de expresividad el danés Nikolaj Znaider con su Guarnieri de 1741, que perteneció a Fritz Kreisler. Ha sido muy apoyado por Gergiev y Colin Davis y al parecer se trata además de un buen director de orquesta que podrá dar muestras de ello con la OCNE y el pianista Yefim Bronfman el próximo mes de abril. Regaló como propina un Bach muy sólido. Debe reseñarse que las opiniones de buena parte de la crítica -Pitssburgh excluída- sobre él, sus cancelaciones y sus relaciones con las agrupaciones americanas no le resultan nada favorables.
Hay que quitarse el sombrero ante la brillantez de las orquestas americanas. La de Pittsburgh lo es en sus metales, redondos en las explosividades sonoras de la sinfonía del “Nuevo mundo” de Dvorak. A la cuerda le falta sin embargo la pastosidad de las centroeuropeas y ambas características fueron patentes en el inicio del cuarto tiempo de una sinfonía que Honeck supo llevar con vivacidad y control total. Gonzalo Alonso
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