IL PRIGIONIERO (L. DALLAPICOLA) 

Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 27 Junio 2007.

Termina la temporada de ópera de Barcelona con el programa doble formado por Il Prigioniero y Suor Angelica. En los últimos años se ha puesto de moda entre los críticos buscar una especie de hilo conductor, cuando se ofrece un programa doble y siempre se busca algún elemento común para justificar la programación de las dos óperas. Reconozco que no comparto esa teoría, sino que lo que realmente me importa es el resultado artístico de lo ofrecido, más allá de ideas teóricas que traten de justificar las programaciones. En esta ocasión las cosas ha funcionado de manera un tanto discreta, como ya ocurriera en Madrid, siendo la diferencia más importante la musical, que estuvo mejor servida en la capital del reino.

No son muchas las ocasiones en que Il Prigioniero sube a la escena de los teatros de ópera, ya que las alabanzas que levanta entre los musicólogos no se corresponden con las del simple aficionado a la ópera. También en esta ocasión se ha podido comprobar la distinta reacción del público al finalizar las dos óperas que componen el programa doble. En cualquier caso me parece oportuno que finalmente esta ópera de Luigi Dallapicola haya tenido su estreno tardío en el Liceu de Barcelona.

La producción lleva la firma de Lluis Pasqual y se estrenó hace 4 años en el Palais Garnier de París. No es Il Prigioniero una ópera que permite muchos alardes escénicos y Pasqual hace un trabajo efectivo, a base de un escenario giratorio (Paco Azorín), que presenta una prisión con rejas metálicas y grandes escaleras en el exterior. La acción, traída acertadamente a tiempos modernos, se desarrolla principalmente fuera de las rejas, como si éstas separaran la celda del prisionero del patio de la prisión, con un final, en el que Lluis Pascual cambia la hoguera de la Inquisición por la inyección letal. El vestuario de Isidre Prunés resulta adecuado, así como correcta la iluminación de Pascal Mérat. La dirección escénica no es espectacular, pero sí bien hecha.

La dirección musical estuvo encomendada al catalán Edmon Colomer, que sustituía a titular de la casa, Josep Pons, que era el inicialmente anunciado. No es Edmon Colomer un maestro habitual en los fosos de los teatros de ópera, pero su dirección de la ópera de Dallapicola ha sido solvente, aunque por debajo de la que Ingo Metzmacher nos ofreciera hace un par de años en el Teatro Real. En más de una ocasión hubo exceso de volumen procedente del foso. La Orquesta Sinfónica del Liceu ofreció una buena actuación.

Robert Brubaker y Evgeny Nikitin

El protagonista que da título a la ópera fue interpretado por el barítono ruso Evgueny Nikitin, que tuvo una buena actuación, aunque su voz tenía mayores dificultades que lo habitual para llegar a la sala. Recordaba a este barítono como bastante más poderoso. El volumen de sonido del foso tampoco le ayudó.

Jeanne-Michele Charbonnet resultó una adecuada intérprete de la Madre. Su mayor problema suele residir en la zona alta de la tesitura, pero aquí no hay ese tipo de problemas, ya que el rol esta escrito más bien para una mezzosoprano. Robert Brubaker fue un comprimario de lujo en los personajes de Carcelero e Inquisidor.

El Liceu ofrecía una floja entrada de alrededor del 80 % de su aforo. El público se mostró un tanto tibio en los saludos finales. La representación comenzó con un inhabitual retraso de 8 minutos y tuvo una duración de 48 minutos. Tres minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 142 euros, costando la butaca de platea 105 euros. La entrada más barata con visibilidad tenía un precio de 30 euros.  José M. Irurzun