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Por Publicado el: 07/04/2019Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Purcell y Verdi, imaginación frente a absurdo

LA-FORZA-DEL-DESTINO.-ROH

LA FORZA DEL DESTINO. ROH. Foto Bill Cooper

Imaginación frente a absurdo

Esta semana hemos podido presenciar dos espectáculos prácticamente antagónicos: “Dido y Aeneas” en el Teatro Real y “La forza del destino” en el Covent Garden, ofrecida ésta en más de mil cines a lo largo de todo el mundo.

Purcell vino de la mano de la coreógrafa Sasha Waltz, la Akademie für Alte Musik Berlin y el Vocalconsort Berlin con un espectáculo imaginativo, de gran belleza plástica y muy trabajado. Más ballet que ópera propiamente dicha y con mayor potencia escénica que vocal. Ciertamente no gustó a todo el mundo y así un conocido compositor y gestor que tenía a mi lado abandonó la representación antes de su mitad. Muy probablemente sobró la escena de mimos sin música y quizá también otros añadidos, pero tuvo la virtud de saber llevar a la ópera barroca el concepto actual de los musicales. No había ni grandes cantantes ni grandes bailarines -hasta sin depilar y con cuerpos nada espectaculares- pero todo funcionó muy engrasado. El público pudo sorprenderse en su inicio, pero mayoritariamente fue entrando en el concepto. Otra cosa es si está justificado programar una ópera de una hora a base de añadidos para cobrar una entrada a precios de una de duración normal.

En el Covent Garden se dio lo contrario: grandes voces y penosa producción escénica. Anna Netrebko estuvo formidable, aunque no pudiese emular a la Caballé de sus grandes tiempos en “La vergine degli angeli” o, especialmente, aquel inolvidable inicio del “Pace, pace  mio Dio” de mezza di voce única. Jonas Kaufmann, ya compitiendo en quilos con Plácido Domingo, cantó con muchos matices aunque la proyección vocal no sea la de antaño. Ludovic Tézier lució voz y también cierta monotonía. Verónica Simeoni bailó mejor que cantó, mientras que Alessandro Corbelli aportó su buen hacer cómico y Ferruccio Furlanetto su clase de gran artista. Formidable Antonio Pappano en el foso, el director al que, con su acuerdo, quise traer al Teatro Real tras el fallecimiento de García Navarro y la comisión ejecutiva me respondió que era un desconocido. Pero, ¡ay! Lo de Christof Loy en la escena fue penoso. Un Verdi nocturno, tan oscuro que apenas se distinguía a los artistas. Una sólo estancia, la de la familia Calatrava, para toda la ópera que resultaba agobiante y claustrofóbica, además de incoherente con el texto. Cierto es que la ópera -y en especial ésta- presenta frecuentemente muchos absurdos, pero no es cuestión de acentuarlos. No puede Melitone decirle a Leonora que la deja a “cielo abierto” cuando se halla en aquella cámara. Ni tiene sentido que Leonora muera sobre la mesa del comedor. Vale, si se quiere y aunque ya manida, la escena inicial sugiriendo en enfrentamiento desde niños entre los dos hermanos Carlo y Leonora, pero la batalla con los soldados mirándola con prismáticos mientras caen los muertos a su lado y otras muchas resultan irrisorias y, sobre todo, desahucian de intensidad dramática al dramón del Duque de Rivas.

Pero, claro, entre el Covent Garden y el Real hay mucho trecho. En uno se puede ver juntos en una misma ópera a Netrebko, Kaufmann, Tézier y Furlanetto a 322€ y en el otro ni se les huele a 390€. Gonzalo Alonso

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Escena de Dido y Eneas

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