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Por Publicado el: 03/08/2024Categorías: Colaboraciones

In memoria recordatio Carlo Bergonzi, el maestro

A la luz de haberse cumplido, concretamente el pasado próximo mes de julio, el centenario del nacimiento del tenor Carlo Bergonzi, así como los diez de su fallecimiento, con la licencia de Herr Beckmesser, me permito redactar las líneas que siguen al objeto de plasmar, desde el subjetivismo personal, mis vivencias con el gran cantante lírico italiano.

A la luz de haberse cumplido, concretamente el pasado próximo mes de julio, el centenario del nacimiento del tenor Carlo Bergonzi, así como los diez de su fallecimiento, con la licencia de Herr Beckmesser, me permito redactar las líneas que siguen al objeto de plasmar, desde el subjetivismo personal, mis vivencias con el gran cantante lírico italiano.

Carlo Bergonzi con el autor

Habiendo viajado a Milán en febrero de 1.989 y una vez terminadas las gestiones profesionales encomendadas, me desplacé hasta Busseto para visitar los lugares por donde transcurrió una parte importante en la vida de Giuseppe Verdi, incluida la aldea de Roncole.  Ya en la ciudad parmesana me alojé, por tres noches, en el L’albergo I due Foscari sin sospechar para nada en la grata nueva que la vida me iba a regalar.

En la comida del primer mediodía, compartiendo mesa con una hermosa mujer estaba una persona a la que de seguido reconocí. Era Carlo Bergonzi. Al terminar el postre me acerqué a saludarle, lo que hice con alto grado de timidez. Disculpándome por el atrevimiento le agradecí los magníficos momentos que había disfrutado con su voz indicándole que la primera vez había sido en el Teatro Campoamor de Oviedo escuchando Un Ballo in Maschera cuando tenía 12 años -cosa que le hizo mucha gracia- y la última con motivo del concierto que ofreció en el Coliseo Albia de Bilbao en 1.981.

Me presentó a su esposa, Adele Almi, la cual me invitó a sentarme a la mesa. Resultó sorprendente el poder de su memoria, pues recordaba su Tosca ovetense y su Lucia di Lammermoor bilbaína con mucha precisión. Se disculpó cortésmente indicándome que tenía que descansar puesto que a las cinco de la tarde proseguía dando clase de canto a sus alumnos. Ante mi sorpresa me invitó a la sesión matutina del día siguiente. Su escuela del ars canendi estaba situada en la entreplanta sótano de la hostería, que era de su propiedad.

A la mañana siguiente, tras desayunar, me pidió que le acompañara y bajamos a la estancia donde impartía sus clases (entonces no se les daba el nombre de Masterclass), en la que le esperaban un pianista y diez alumnos, entre mujeres y hombres. Indicó que me sentara cerca, a su derecha pues el piano lo tenía a la izquierda, y comenzó a explicar que en esa sesión iban a trabajar sobre el último acto de Aida en los pasajes que él les iría indicando, ya que había sido estudiado en clases anteriores.

Fueron pasando los distintos alumnos, quienes, por lo allí escuchado, ya habían calentado la voz con anterioridad, para interpretar sus respectivos personajes que intervenían en ese momento lírico, sin servirse de la partitura. En un momento determinado requirió la intervención de un joven tenor (luego supe que era alemán) y una soprano (seguramente italiana), para que hicieran el dúo de Aída y Radamés que se inicia con La fatal pietra sovra mi si chiuse … (lo recuerdo perfectamente).

En un momento determinado pidió al pianista que se detuviera e indicó al tenor que estaba fuera de compás como consecuencia de no respirar en el momento preciso. Ordenó da capo al maestro repertorista y volvió a cortar el canto. Entonces, como si algo no le gustara, indicó al tenor que repitiese de nuevo y que en esa ocasión no le iba a acompañar el piano sino él mismo tatareando las notas que están escritas para el violonchelo, pues señaló que era el instrumento que en la partitura y dentro la orquesta estaba sosteniendo el entramado armónico.

Así lo hizo -inolvidable momento- y entonces el tenor, siguiendo las indicaciones de Bergonzi, respiró donde debía y al terminar ese momento el maestro explicó a sus alumnos que él cuando cantaba conocía la música de cada instrumento por ser, a su juicio, la única manera de comprender y estudiar perfectamente al compositor y a su música. A la una de la tarde, en punto, acabó la clase, agradeciéndome la presencia con cita para después de la cena, cerca chimenea del salón.

En tal ubicación volvimos a encontrarnos y, tras pedir mi opinión sobre la clase de la mañana y agradecer la valoración positiva que le hice, hizo un detenido análisis de su método de enseñanza en la escuela de canto que dirigía. Cuando un alumno quería inscribirse en sus cursos les pedía, de principio, la cualificación académica en estudios de solfeo y de algún instrumento musical, así como la acreditación de no haber superado los 26 años, amén de su conocimiento del italiano para los alumnos extranjeros.

Acreditados tales extremos, debería ir a Parma para que un neumólogo y un foniatra de su confianza le hiciera un examen de su capacidad y estado pulmonar y de su órgano fonador. A la luz de los informes dados por ambos médicos, aplicaba su personal decisión. Tenía el criterio de que las condiciones de salud física eran muy importantes para ser cantante. Respecto a la duración de cada curso le parecía adecuada la de veinte días.

Mostró tener mucha afición por el futbol, hasta el extremo de que él no se consideraba profesor de canto, sino un entrenador de cantantes. En su escuela consideraba que era importante conocer, también, determinados aspectos físicos de la anatomía humana, sobre todo los musculares, así como de higiene bucal. También me contó que estaba trabajando, junto con Renata Tebaldi, con quien tenía una gran amistad, para que los estudios de canto tuvieren el reconocimiento de una titulación universitaria, con una duración de cinco años.

ras casi hora y media de interesantísima conversación, tuve la osadía de preguntarle sobre la forma de poder visitar la residencia campestre que tuvo Verdi cerca de Busseto, Sant’Agata, pues era mucha la ilusión mía por conocerla, aunque sabía que no estaba, entonces, abierta al público. Para mi sorpresa me indicó que en la tarde del día siguiente, después de la clase matutina -a la que nuevamente me invitó- él mismo me acompañaría en la visita porque la gestionaría personalmente hablando con el encargado a quien conocía desde hace muchos años. Pero esa es otra historia.

Su maestría en el canto lírico, como figura principalísima en la segunda mitad del siglo XX, estuvo acompañada, también, siendo un elegante maestro en el trato humano.

Manuel Cabrera

Un comentario

  1. Fernando 03/08/2024 a las 13:50 - Responder

    Increíble experiencia. Una gran suerte..

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