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Mareando la perdiz con "Carmen"
Un “Otello” pobre y provinciano
Por Publicado el: 17/09/2016Categorías: En vivo

Instantes de clase con Perianes

 INSTANTES DE CLASE

Mozart: “Concierto para piano nº 23 en la mayor, K 488”. Bruckner: “Sinfonía nº 9 en re menor”. Javier Perianes, piano. Maggio Musicale Fiorentino. Director: Zubin Mehta. Auditorio Nacional, Madrid, 15-9-2016. Juventudes Musicales.

javier-perianes

            Hubo un momento de especial poesía, de lirismo intenso pero sereno, en esta sesión. Fue en el transcurso del Adagio del “Concierto” de Mozart, en el instante en el que el piano y las maderas dialogan a media voz. Estamos en el mundo de las serenatas nocturnas mozartianas, en la atmósfera del cuarto acto de “Las bodas de Fígaro”, ópera prácticamente coetánea, como bien se encarga de decirnos García del Busto en sus excelentes notas. Ahí teclado y orquesta se dieron la mano, se abrazaron expresivamente y nos transportaron.

            Fue un instante que duró una eternidad y nos compensó de la permanente disidencia establecida desde el principio entre un pianista exquisito, de suaves maneras, de fraseo impoluto y mesurado, capaz de administrar las dinámicas con un cuidado y un temple soberanos, de exponer los accidentes del discurso sin un roce, una mota, de matizar lo indecible hasta penetrar en el interior de una música extraordinaria, y un conjunto de tímbrica grisácea, llevada de manera elástica pero algo adusta y poco regulada, de dicción en ocasiones oscura. Fueron dos mundos diversos.

            La interpretación de la “Sinfonía” de Bruckner no levantó el vuelo más que en contadas oportunidades, una de ellas la de la parte final del Adagio postrero, que la batuta supo encauzar con tino, con perfecta disposición de planos, con limpieza de dibujo y con la recogida expresividad que solicitan esas etéreas y mantenidas intervenciones de las trompas y esos “pizzicati” que cierran la inacabada composición. Un auténtico malvado rompió entonces a aplaudir deshaciendo el instante mágico.

            Mehta ha cumplido ya los 80 y se nota. Los brazos, la muñeca todavía responden, pero está algo torpón. Y sobre todo parece que pasa un tanto de los refinamientos. No se preocupó, no lo pareció al menos, de cuidar, de atemperar, de regular, de clarificar esa agreste sonoridad de la orquesta, destemplada en los grandes acordes y peroraciones, aunque no dejara de haber detalles de clase, como los del comentado cierre, los apuntes de signo expresionista en las disonancias del Adagio o la diáfana exposición del primer grupo temático del misterioso inicio.   Arturo Reverter

 

 

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