Iolanta en París: Tcherniakov en busca del nexo de unión
IOLANTA (P. I. TCHAIKOVSKI)
Palais Garnier de París.11 Marzo 2016.
Esta representación de Iolanta forma parte de un extraño programa doble, en el que a la ópera acompaña el conocido ballet El Casca Nueces, rememorando lo ocurrido en el estreno de esta ópera en San Petersburgo. Al parecer, ha sido decisión de Dmitri Tcherniakov unir las dos obras. Escena en los ensayos
En los programas dobles de óperas (en este caso de ópera y ballet) hay una auténtica obsesión por buscar un lazo de unión entre las obras que se representan en la misma función, lo que normalmente no es sino un ejercicio mental inútil. Recuerdo que hace once años tuve la experiencia de proponer en Bilbao un programa doble formado por Salomé y Erwartung. Leí críticas que me resultaron muy divertidas sobre los supuestos puntos de unión entre ambas obras, cuando la realidad era que la decisión de unir las dos obras no tenía más sentido que ofrecer algo más al publico, con un coste marginal muy pequeño, ya que no hacía falta sino una soprano más, utilizando la misma numerosa orquesta y maestro, y haciendo una producción ad hoc en corbata. Lo mismo ocurrió dos años más tarde con Elektra y el Castillo de Barba Azul y también entonces hubo toda suerte de elucubraciones sobre el nexo de unión, cuando las razones eran las mismas que en la primera ocasión.
Viene esto a cuento para referirme al esfuerzo de Dmitri Tcherniakov por hacer que el espectáculo en dos partes tuviera su lógica. Para ello el regista ruso retuerce las cosas de manera notable. En primer lugar hace aparecer en escena al principio y al final de Iolanta un personaje mudo, que descubrimos a continuación que no es sino la primera bailarina del ballet. Por otro lado, en lugar de ofrecer Iolanta sin intermedios, que es lo que tiene sentido dramático, se hace una parada de media hora al final del gran dúo de Vaudemont y Iolanta, reanudándose la ópera con los enamorados en la mismísima posición en la que les dejamos. Pero todavía hay más, al terminar la ópera no hay parada, sino que el maestro ataca la partitura de del ballet, mientras se hacen a la vista modificaciones en el escenario y salen los artistas de la ópera a recibir los aplausos, siempre en grupo, mientras la música del ballet sigue sonando.
La producción de Dmitri Tcherniakov para Iolanta resulta atractiva, ofrecida en un escenario muy reducido, obra del propio regista ruso, consistente en una habitación con unas butacas, unas sillas, una mesa y un árbol de Navidad, con un ventanal al fondo. Este escenario tan reducido y cerrado sirve bien al mundo también cerrado de la ciega Iolanta. La acción se trae a tiempos más o menos modernos con un vestuario atractivo, muy ruso, de Elena Zaitseva, contando con una iluminación adecuada de Gleb Filshtinsky. La dirección de escena de Dmitri Tcherniakov está muy cuidada, definiendo muy bien a todos los personajes, En resumen, es una producción escénica simple y atractiva.
La dirección musical estuvo encomendada al francés Alain Altinoglu, cuya lectura me ha resultado muy adecuada, muy cuidada en todos los aspectos, apoyando bien a los cantantes y dando a la obra todo el sentido y la emoción que requiere. Es una pena que se hubiera hecho una parada, porque sufre la carga dramática de la ópera con una parada innecesaria. Buena la prestación de la Orquesta de la Ópera National de París, y adecuada la actuación de Coro, que cantaba desde el foso, dado lo reducido del escenario en este caso.
La protagonista Iolanta era la soprano búlgara Sonia Yoncheva, que tuvo una notable prestación tanto vocal como escénicamente. Esta soprano tiene un timbre atractivo en el centro, contando con la ventaja añadida de que su tercio agudo se abre de manera espectacular, resultando sumamente brillante. Cuenta con una buena figura, es una notable actriz y, en resumidas cuentas, tiene todo para tener una exitosa carrera, como ya la está teniendo.
Sonia Yoncheva y Arnold Rutkowski
Vaudemont fue interpretado por el tenor polaco Arnold Rutkowski, que ofreció virtudes y algunos defectos. Su voz responde a las características de un tenor lírico, con un timbre atractivo, aunque le falta el brillo de las voces latinas. Es un buen cantante, que sabe utilizar bien su instrumento y resulta expresivo en su canto. Se le ve, por otro lado, apretado y hasta algo inseguro en las notas más altas, dando la impresión de que la voz puede romperse.
La imponente voz del bajo ucraniano Alexander Tsymbaliuk no pudo resultar más adecuada en el personaje del Rey René de Provenza. Sin duda, es una de las más espectaculares voces graves del panorama actual y encuentra precisamente su mejor empleo en el repertorio ruso. No había escuchado una voz de bajo tan voluminosa y pastosa desde los tiempos de Nikolai Ghiaurov.
El prácticamente desconocido barítono Andrei Jilihovschi se ha encargado de la parte de Robert, Duque de Borgoña, y me ha resultado una sorpresa agradable. La voz es atractiva, de barítono lírico, desenvuelto en escena y cantando de manera adecuada.
El barítono italiano Vito Priante fue Ibn-Hakia, el médico árabe que acaba curando a Iolanta de su ceguera. Cumplió con su cometido sin excesiva brillantez.
Gennady Bezzubenkov y Alexander Tymbaliuk
Los personajes secundarios estuvieron muy bien cubiertos. El veterano Gennady Bezubenkov fue un sonoro Bertand, conservando todavía un instrumento atractivo. Algo parecido se puede decir de Elena Zaremba en la parte de Martha. Adecuado, el tenor Roman Shulakov como Almerich. Intachables, Anna Patalong y Paola Gardina en los personajes casi episódicos de Brigitta y Laura, respectivamente.
El Palais Garnier había agotado sus localidades y ésta fue la función de estreno, al haberse cancelado por huelga la anunciada premiere del pasado día 9. El público se mostró cálido durante la representación.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 6 minutos, incluyendo un extraño intermedio. Duración musical de 1 hora y 32 minutos, unos 7 minutos más rápida que la de Gergiev en Barcelona.
El precio de la localidad más cara era de 231 euros, costando la más barata 50 euros. José M. Irurzun
Fotos: Agathe Poupeney and Elena Bauer
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