Crítica: Ivan Fischer con Budapest y su sólido Brahms
Ivan Fischer con Budapest y su sólido Brahms
“Danzas húngaras n.º 14 y 21”, “Doble concierto para violín y chelo” y “Sinfonía 4” de Brahms. Veronika Eberle, violín y Steven Isserlis, violonchelo. Budapest Festival Orchestra. Director: Ivan Fischer. Auditorio Nacional. Madrid, 16 de mayo de 2024.
La Orquesta del Festival de Budapest y su director Ivan Fischer han preparado cuatro programas con las sinfonías de Brahms y sus cuatro conciertos, acompañados de algunas “Danzas húngaras” de las menos populares, para su gira internacional. Primero las tocan en Budapest y luego en diversas ciudades europeas, aunque entonces no el ciclo completo.
A Madrid han llegado las “Danzas húngaras n.º 14 y 21”, el “Doble concierto para violín y chelo” y la “Cuarta Sinfonía”. Las “Danzas” suelen ser consideradas como música preferentemente festiva, pero algunas de ellas posee un carácter sombrío y nostálgico que encajan más con el espíritu brahmsiano. Así resulta más animada la “21”, arreglada por Dvorak y más serena la “14” orquestada por Albert Parlow, que sirvieron para abrir boca en cada una de las dos partes de la tarde.
El “Doble concierto para violín y chelo” resulta curioso, no ya por la historia de su creación, que también, sino por su diseño. Los tres conciertos previos de Brahms se habían acercado hacia una especie de concierto-sinfonía, muy patente en el “Segundo concierto para piano”, con incluso cuatro movimientos. Sin embargo, Brahms se decantó para el “Doble” por un enfoque camerístico, que alcanza su mejor expresión en el Andante, precisamente lo que mejor y más compenetrados tocaron Veronika Eberle, de sonido contenido, y Steven Isserlis, que matizaron con precisión y pasión. Quizá contrastó demasiado el temperamento lírico de ambos en su exposición con el más fogoso de Fischer. Tras un vibrante Vivace, ambos solistas, sin acompañamiento, concedieron como propina el segundo movimiento de la “Sonata para violín y cello” de Ravel, saliéndose del espíritu del programa.
Es curiosa la gran variedad de tempos que se da en la “Cuarta” brahmsiana, obedeciendo a conceptos más líricos o más efusivos. La lectura de Fischer se situó en un término medio, no con el brío que lucía Haitink ni la emotiva parsimonia de Bernstein, aunque quizá un poco más cerca del primero. En cualquier caso una versión impecable, que comunicó y a cuya sonoridad ayudó la colocación de la plantilla, con los ocho contrabajos en el centro de la parte superior del estrado y los timbales a su derecha. Una orquesta con un sonido muy centroeuropeo en su cálida y empastada cuerda y con solistas de nivel en el viento, como la flautista, estupenda en el vibrante movimiento final. La combinación de la destreza interpretativa de los músicos y la riqueza emocional de las obras de Brahms logró caldear el ambiente para que, para finalizar, llegase una sorpresa, ya que los músicos cantaron a capella el coral “Abendständchen”, la primera de las canciones para coro mixto, Op.42 del mismo Brahms. Una forma peculiar y gratificante de terminar un concierto de lujo. Gonzalo Alonso
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