Jorge Grundman: “Tengo la suerte de conectar con el público, no creo que sea un don”
El músico publicó el día 26, un nuevo álbum, “Piano & cello concertos”, que reúne tres de sus obras orquestales dirigidas por Pedro Halffter al frente de la Orquesta Sinfónica de Navarra
En casa de Jorge Gruindman (Madrid, 1961) sus padres no querían que se dedicara a la música. Y el niño, aunque obediente, les salió respondón a su manera. El crío podía tocar el piano para las visitas, pero vivir de ello era otra cosa. Le dejaron sin paga para ver si olvidaba el capricho (que no lo era) y él, testarudo e intuyendo lo que quería, se puso a trabajar en una tienda de pianos: “En un acto de rebeldía me dedico a la música”, confiesa desde la Universidad Politécnica de Madrid que tiene una de sus sedes en Vallecas ( donde ejerce la docencia como profesor de Ingeniería y Sistemas de Telecomunicación). Seguimos. Con ese pequeño sueldo se compra su primer teclado y de ahí, andando los años, pasa a formar parte de un grupo que tuvo más que repercusión en la Movida, Fahrenheit 451, sin abandonar los estudios de ingeniería y atendiendo al tiempo al pentagrama. “Estábamos todo el día ensayando; sin embargo yo fui sintiendo que aquello se me quedaba corto”, recuerda.
Hacían un pop más británico que recordaba a lo que sería después Pet Shop Boys. Mecano les hizo sombra o mejor dicho, fue al contrario, y la discográfica CBS, que los había fichado, optó por apostar por los Cano y Ana Torroja (y, por ende, por el consiguiente bloqueo de la banda de Grundman) a pesar de su futuro más que prometedor. “Todo era mercantilismo puro y duro, vender y vender. Y con el disco en el número uno decido dejarlo”. Las aulas le llamaron y a fines de los 90 empieza a colgar su música en internet, “que sonaba a New Age, aunque con características más clásicas. Y se suceden los cientos de visitas, crea una discográfica y posteriormente una fundación. Al poco aparece la figura de Ara Malikian y la asociación entre ambos resulta bastante exitosa. Cuenta Grundman que él es un músico tardío “que empieza a componer entre 2003 y 2004”. No pierde el tiempo y se alista en el equipo que diseña el programa de las partituras Sibelius, después de haber estudiado Informática. El viernes publica un nuevo CD, “Piano & cello concertos”, el segundo trabajo que le dedica Sony Classical al compositor y que contiene las tres primeras grabaciones mundiales de tres de sus obras orquestales (el Concierto para piano “The Toughest Decision of God”, el concierto para violonchelo “Act of Contriction” y la orquestación de su estudio para piano nº 1 “We are the Forthcoming Past”). La Orquesta Sinfónica de Navarra, dirigida por Pedro Halffter, acompaña al pianista Eduardo Frías y al violonchelista Iagoba Fanlo.
La muerte como esperanza
No es el de Grundman un perfil común. Su carrera, su empeño y su tenacidad tampoco lo son. Tiene en su haber 84 obras (entre ellas, la estremecedora “Shoha”, sobre el Holocausto), que define como “una producción corta”, entre ellas una ópera cuyo estreno truncó la pandemia y que hoy cuesta que tenga el favor de algún teatro de ópera, aunque sí cuenta con la puesta en escena de Emilio Sagi. El fallecimiento de un amigo, “Las cuatro estaciones tristes sobre Madrid”, le sirvió como impulso para mirar la obra de Delibes. La esposa de Grundman se lo comentó: “Esto es como Cinco horas con Mario”: “Yo he escrito bastante sobre la muerte, pero siempre viendo en ella la esperanza. El Brodsky Quartet, con quien ya había empezado a trabajar, le animó para que llamara a las puertas de la Fundación Delibes. Les envió la música que había escrito y recibió un correo interesándose por el tema.
El paso siguiente era hablar con la todopoderosa agencia Ballcells, propietaria de los derechos. Lo hizo, recibió por respuesta un “¡adelante!” y se concentró en la ópera, basada en la novela. Que nadie tenga en la cabeza a Lola Herrera y su monólogo: “Yo no quería una soprano sola, sino una ópera. Saco a escena a Mario en un segundo plano en el que él la observa y Carmen no le ve a él. El marido muerto está en el ataúd durante una hora. Digamos que hay dos planos, con un coro serio por una parte, y por otro, una viuda que canta en clave más accesible. Exploto la parte más humorística para acercarla al espectador y que salga de la sala con la música en la cabeza”, cuenta. Cuenta también que la esquela de Mario Díez Collado “fallecido el 24 de marzo de 1966” cobra una importancia capital al hacer partícipe al pueblo mediante su canto.
Entender lo que se escucha
Lástima que el maldito virus lo haya echado por tierra. De momento. A Grundman le han pedido componer una vez que han conocido su trabajo, “porque conecta y se entiende, lo que tiene el inconveniente de dejarte expuesto, pues si todo el mundo la entiende todo el mundo también puede hablar de ella”, asegura entre risas. Y añade: “Tengo la suerte de poder conectar con el público, no creo que sea un don”.
Mientras que el músico no quiere dejar la composición, el otro cincuenta por ciento, el profesor, piensa en jubilarse digamos que ya baraja la idea. Dice que ha cumplido lo que tenía que hacer y que se retira, que las generaciones que llegan a las aulas hoy distan mucho de la preparación que tenían las de años atrás: “No sé qué es lo que estamos recogiendo, pero los alumnos llegan inmaduros. Dejadez es la palabra y en ese aspecto me siento decepcionado y por eso pienso ya en dejar de dar clase. Observo tanta deshumanización en la gente… así como un futuro incierto” El compositor se muestra satisfecho de “haber podido unir el Conservatorio con Teleco y eso me ha hecho feliz porque son mis dos trabajos”.
Grundman es cercanísimo. Le imaginamos dando clase, tratando de retener la atención del alumnado veinte minutos, como explica, y a partir de ahí intercalar un refuerzo en forma de gag para que la cabeza de quien está en el aula siga la clase. Narra como si contase una historia sencilla, que no lo es. Se sacude la importancia de pertenecer a una generación que habla un lenguaje tonal y por la que transitan también Ricardo Llorca, Alberto García Demestres o incluso Miquel Ortega. Y dice sin un titubeo que “no escribo para los compositores, y eso me ha ocasionado muchas críticas. Fuera de España me reciben siempre mejor”. Y pone el ejemplo de Estados Unidos, bastante más generoso a la hora de distinguirle que su país de nacimiento. Gema Pajares
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