Crítica: Juventud explosiva. Alexandra Dovgan en el Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo
JUVENTUD EXPLOSIVA
Obras de Beethoven, Schumann, Franck y Prokofiev. Alexandra Dovgan, piano. Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, Madrid, 25 de marzo de 2025.

Alexandra Dovgan
Enfermo Rudolf Buchbinder, pianista anunciado para este recital, hubo reflejos para buscar un sustituto. Felizmente se contactó con esta muy joven pianista, Alexandra Dovgan, nacida en Moscú el 17 de julio de 2007. Ya nos había demostrado sus cualidades un par de semanas antes cuando tocó con la Orquesta Nacional la Rapsodia sobre un tema de Paganini. Irreprochable técnica de ataque y apoyo a la nota, fraseo turgente y cálido, con pasajeras borrosidades a causa de un deseo de epatar, de mostrar habilidades a lo largo de un discurso verdaderamente caleidoscópico.
Esa voluntad de mostrar y demostrar sus virtudes es lo que la puede llevar, y le lleva, alguna vez a correr, a apresurarse, a no medir con cautela la reproducción de ciertos pasajes, a volcarse y a correr más de la cuenta en determinados instantes virtuosísticos, en los que los dedos han de correr de lo lindo, a excederse en la reproducción de octavas y grandes intervalos. Algo que se denotó, por ejemplo, en la por otra parte bien enfocada Sonata nº 31 op. 110 de Beethoven en cuya fuga final, “Allegro ma non tropo”, se dejó llevar ocasionando pasajes poco claros, parcialmente emborronados.
Más cauta y asentada se no mostró en la nada fácil Sonata en Sol menor op. 22 de Schumann, bien elaborada y con un “Prestissimo” final de impresión. No solo hay dedos, sino también preciso y ágil manejo de los pedales y, esto es más raro en un intérprete tan joven, una apreciable calidad del sonido: espectro redondo y cálido en ocasiones, igualdad y matiz.
Aspectos que convienen a esa obra schumaniana y, especialmente, a la de Cesar Franck, la famosa Preludio, Coral y Fuga, expuesta y analizada con detalle. La reproducción fue muy clara y sustanciosa, aunque quizá no tomó el cuerpo necesario, por su concepción y su realización, para dar con la almendra de lo que Cortot denominaba “un vasto campo de meditaciones”.
El concierto se cerró con la explosiva Sonata nº 2 en Re menor op. 14 de Prokofiev, bien estructurada y respirada, estupendamente contrastada, domeñadas todas sus esquinas. El “Vivace final”, una suerte de toccata pero en forma de rondó-sonata, fue verdaderamente espectacular, expuesto a una velocidad supersónica sin aparente fallo ni roces apreciables. Los últimos compases, con esa abundante cascada de arpegios, nos dejó sin respirar. Muchos aplausos y vítores del no muy numeroso público, que fue recompensado con tres regalos chopinianos, los dos primeros enlazados sin solución de continuidad: uno de los más conocidos valses, expuesto quizá demasiado deprisa, y una brillante Polonesa. El tercero, un Nocturno excelentemente balanceado.
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