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Por Publicado el: 03/04/2008Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Karajan, el mito recomercializado

Karajan, el mito recomercializado
Pocas personalidades del mundo de la música clásica han alcanzado la popularidad, las cimas de poder, la fortuna económica y, por tanto también la controversia, de Herbert von Karajan (Salzburgo, 1908- Anif, 1989). Norman Lebrecht, célebre crítico polémico, escribió en su blog el pasado febrero un artículo titulado “El monstruo y su mito” en el que llamaba al director de todo menos bonito. Mucha tinta ha corrido sobre él y aún habrá de pasar mucho tiempo para que su figura sea valorada con equilibrio.
Se le acusó de pertenecer al partido nazi y de usar su influencia para hacer carrera. De hecho parece que se afilió a él en 1933 y existen películas en el que se le ve dirigiendo en ocasiones especiales del partido, sin embargo tampoco hay que olvidar que la primera de sus tres esposas, Anita Gütermann, fue judía. Tampoco que parece que su primer encuentro con Hitler no resultó muy afortunado y que el dictador incluso prohibió que Karajan dirigiese en Bayreuth mientras él viviese. Lo cierto es que su “depuración” duró poco y que ya en 1948 colaboró ampliamente con la Gesellschaft der Musikfreunde de Viena, la Philharmonia londinense y volvió a dirigir en Salzburgo. En la temporada 1951-52 apareció en Bayreuth y en 1955, tras la desaparición de Furtwängler, se convertió en director vitalicio de la Filarmónica de Berlín. Posiblemente ningún otro director haya tenido tanto poder como él: titular en Berlín –considerada entonces la mejor orquesta del mundo-, de la Ópera de Viena –con su no menos impresionante Filarmónica- y factotum en el Festival veraniego de Salzburgo (desde 1957), al que añadió como creación personal el de Pascua (1967) e incluso obtuvo una nueva sala de conciertos en Berlín, conocida como “Circus Karajani” por su estructura. Tampoco se le resistieron ni la Scala ni el Metropolitan. A pesar de todo ello no logró que Rubinstein, Stern o Perlman colaborasen con él y, en cambio, sí consiguió enfrentarse a sus filarmónicos vieneses al imponer la presencia de la primera mujer en la orquesta, la clarinetista Sabine Meyer. En 1987 también se atrevió a llevar a los míticos conciertos de Año Nuevo vieneses a otra mujer, Kathleen Battle. Karajan fue precursor en casi todo.
Era un gran trabajador en los ensayos, tanto que luego dirigía con los ojos cerrados y así se le puede contemplar en muchos de los videos que dejó grabados. Adicto a la tecnología –tuve la suerte de conocer la sala de “juego” electrónico en su casa de Anif- lo mismo se entusiasmaba con el último invento que pilotaba su propio jet, su yate o afrontaba la enésima versión de un Beethoven porque algo había aparecido en el mercado que mejoraba audio o imagen. Fue en este sentido un claro precursor del sonido digital y de los cds. Llegó a poseer su propia firma para la edición y comercialización de videos sinfónicos y líricos, la aún hoy omnipresente UNITEL, y desde ella dio a conocer versiones de presentación espectacular y evitó que se grabaran otras. Así se cuenta que si hoy no existe una “Tosca” con Callas es por un tema de derechos con UNITEL.
Se le achacó la mala utilización de voces en repertorios inadecuados hasta destruirlas, pero trabajó con casi todos los grandes cantantes, figurando entre los españoles Berganza, Caballé, Domingo, Aragall –quien protagonizó una de sus típicas espantadas- o Carreras, quien le dijo no al personaje de Fenton en “Falstaff” tras aceptar el Radamés, y tuvo como ayudante a Ros Marbá en Salzburgo. Vino a España en varias ocasiones, originando las mayores colas que uno recuerda en el antiguo Real. Muchos aficionados se convirtieron en amigos compartiendo días y noches de frío, cafés y vinos mientras esperaban los sucesivos pases de lista. Los melómanos de aquellos años ’60 y ’70 estuvimos dispuestos a todo por escuchar aquel sonido esplendoroso, elegantísimo, perfecto, que llegó a bautizarse como “sonido Karajan”.
En 1976 empezó su calvario como consecuencia de una hernia discal, de la que fue operado otra vez en 1983. Un momento inolvidable fue presenciar el día en que se volvió al público para pedir perdón por tener que dirigir por vez primera sentado en una silla. Aquel Karajan, de sonidos ya no elegantes sino edulcorados, poco tenía que ver con el que obligó al encargado del hotel Ritz a que me dejasen entrar sin corbata para entrevistarle, al que ví por los suelos jugando en su casa con la última tecnología o con el que compartí algunas copas en el club “Le Bichonie” de Saint Tropez junto a su mujer Eliette. Era, sí, un divo, pero también humano. La muy modesta lápida en el suelo del pequeño cementerio de Anif se verá este año más llena de flores que nunca y las discográficas harán su agosto con el centenario de un maestro tan amado como odiado, elevado en vida a la categoría de mito y denostado tras su desaparición por mediocres y envidiosos.

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