Kissin: el corazón de Beethoven
Kissin: el corazón de Beethoven
Beethoven: “Sonata nº 29”, “Hammerklavier”. Rachmaninov: 12 “Preludios”. Evgeny Kissin, piano. Auditorio Nacional, Madrid, 25 de octubre de 2017. Ibermúsica, serie Arriaga.
La cima del concierto, que acabó en apoteosis para el pianista (Moscú, 1971), fue el “Adagio sostenuto, appassionato e con molto sentimento” de la “Sonata” beethoveniana, un movimiento que elabora un largo tema de 26 compases que desemboca en una especie de lúgubre lamento. Ahí, en esa música abstracta, demoledora, esquinada, sorprendente, que anuncia un nuevo día con sus variadas repeticiones, sus silencios, sus sombríos acentos, estuvo el corazón del concierto. Kissin se concentró, se recogió, se metió en lo más profundo de la expresión. Fueron minutos preciosos, áureos, de los que abundan muy poco, en los que el ensimismamiento rozó la estratosfera.
El artista ruso enfocó la interpretación de la obra, con una resolución limpia y ejemplar del contrapuntístico “Allegro risoluto” de cierre, poblado de trinos en ambas manos, como si se tratara de un logro unitario, estilísticamente regular, y acometió la partitura desde el mismo comienzo como si los dos primeros movimientos se atuvieran a las mismas sorprendentes pautas que los dos siguientes y no descansaran en presupuestos de un clasicismo más afable y reconocible. Visión de rara inteligencia basada en un ataque justísimo a la nota, en un sonido terso y redondo y en un juego dinámico de altura gracias a un manejo magnífico del pedal. Se comprenden de este modo las palabras del gran Wilhelm Kempff: “Beethoven pone a nuestra disposición los diferentes períodos de evolución de los planetas. Por movimiento retrógrado, por movimiento contrario y por aumentación nos conduce a los límites de la atonalidad. Un verdadero monumento al piano de martillos, el Hammer-Klavier.”
Luego doce “Preludios” variados de Rachmaninov tocados con propiedad, fantasía y técnica sobrada, con claroscuros y multiplicidad de acentos y de colores. Anotamos lo colosal, pesante y dramático del “op. 3 nº 2”, la tempestuosa brillantez del “op. 23 nº 2”, las prodigiosas octavas del “op. 23 nº 5”, el lirismo trascendido del “op. 23 nº 6”, los trinos etéreos del “op. 32 nº 5” o la rotunda afirmación, además en un espectacular re bemol mayor, del “op.32 nº 13”, que coronaba la sesión… a la espera de los bises, hasta seis, coreados uno tras otro por el enfervorizado público. Escuchamos un poco de todo: más Rachmaninov, ecos de Hollywood, el “Vals del Minuto” de Chopin, el Schumann más tierno… El pianista, impertérrito, serio, circunspecto, prácticamente no pestañeó. Arturo Reverter
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