Kurt Masur, adiós a un luchador
Kurt Masur
El nombre del recientemente fallecido maestro Kurt Masur saltó a la fama a raíz de su actuación un día de octubre de 1989. La visita de Gorbachov a Berlín promovió una ola de disconformidad con el gobierno comunista. Doscientas cincuenta mil personas abarrotaron las calles de Leipzig pidiendo la dimisión del hombre fuerte del partido Erich Honecker. El músico, por entonces director de la Gewandhaus, decidió poner a disposición de los manifestantes su sala de conciertos e invitó a discutir las discrepancias en el primer debate público después de cuarenta años. Honecker cayó y el muro de Berlín fue derribado; y Masur pasó a ser un héroe nacional. “¿Soy un director tan desastroso para tener que dedicarme a la política?”, preguntaba bromeando, nos cuenta Lebrecht. Porque, en efecto, se llegó a barajar su nombre para la presidencia transitoria de la República Democrática Alemana. Aquella noche del 9 de octubre de 1989 interpretó la “Segunda sinfonía” de Brahms mientras a las puertas de la Casa de las telas se congregaba una multitud. Igualmente emocionante fue, mucho tiempo después, el concierto que dirigió en 2001, a raíz del atentado contra las Torres Gemelas, en el Avery Fisher Hall del Lincoln Center, en honor de las víctimas
Nacido en Brieg en 1927, Masur, había estudiado en Leipzig con Heinz Bongartz y fue ascendiendo lenta pero firmemente en el escalafón. Con 16 años Kurt había acudido al Konzerthalle de Breslau para escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven. A la fascinación que le produjo entonces aquel primer contacto musical le debió su vocación y también su carácter como director: una mezcla temperamental entre el rigor de la escuela germana y el alborozo del “Freude” beethoveniano. Un hecho aquel que era una suerte de premonición. Puede que Masur, ahora que ha muerto a los 88 años, no sea recordado como un maravilloso director de orquesta, pero tiene un sitio en la historia como la persona que se enfrentó al colaboracionismo cuando muchos de sus colegas miraban hacia otra parte. “Me he limitado a sostener los principios que me esfuerzo en mantener cuando, al dirigir la “Coral”, expreso el sentimiento de esperanza de Beethoven”. Hermosas palabras que, desde luego, comunicaban una forma de ser y de vivir el arte.
En todo caso, no puede desdeñarse, ni mucho menos, la importancia propiamente musical de este maestro, que, entre otros, ocupó los podios de la Filarmónica de Dresde, la Ópera Cómica de Berlín, Sinfónica de Dallas, New Philharmonia de Londres, Nacional de Francia y Filarmónica de Nueva York, además, por supuesto, del de la Gewandhaus durante lustros. Dejaba siempre la impresión de seriedad, absoluta corrección, entendimiento riguroso de las partituras, que dirigía, dominando el conjunto con su gran estatura, de manera autoritaria, aunque no exenta de brillantez y, en los últimos tempos, sin batuta. Su estilo, sobrio, contundente y vigoroso, sólido y firme, permitía la construcción y desarrollo de interpretaciones que ofrecían siempre unos timbres oscuros y un fraseo bien medido, quizá poco inspirado, pero de enorme eficacia expresiva. Las suyas eran interpretaciones maduras, enérgicas, de un romanticismo prácticamente en sazón. En la memoria tenemos una obertura de “Leonora III”, ofrecida como bis después de un concierto madrileño: amplia de líneas, concentrada y densa, con el “rubato” justo y las densidades solicitadas, con un milagroso control de dinámicas. Arturo Reverter
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