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Por Publicado el: 19/08/2014Categorías: Crítica

La Bohème en el Kursaal: corrección sin emoción

Corrección sin emoción
LA BOHÈME (G. PUCCINI)
Auditorio Kursaal de San Sebastián. 17 Agosto 2014.
En la programación de la Quincena Musical Donostiarra la ópera no ha sido tradicionalmente sino un complemento dentro de excelentes programas sinfónicos. En la presente edición, que celebra los 75 años de su fundación, la Quincena ha ofrecido una interesante Damnation de Faust bajo la dirección de Tugan Sokhiev, a la que no pude asistir, y esta Bohème, que podía haber tenido cierto interés inicialmente, pero a la que las cancelaciones de Ainhoa Arteta primero y de Teodor Ilincai a continuación la han dejado muy corta de relevancia, aunque el público ha respondido llenando el Kursaal en las dos representaciones anunciadas.
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Lleva ya unos años la Quincena Donostiarra programando sus espectáculos operísticos conjuntamente con el Festival de San Lorenzo de El Escorial, compartiendo repartos y producciones, de modo que los espectáculos llegan ya rodados a San Sebastián, con lo el Kursaal queda mucho más desahogado para las programaciones sinfónicas. ´
En esta ocasión la producción escénica elegida es la ya conocida de Davide Livermore, que se pudo ver en el Palau de Les Arts de Valencia, contando entonces con la excepcional e inolvidable dirección musical de de Riccardo Chailly. La producción escénica es una coproducción del Palau de Les Arts y la Opera Company de Filadelfia, donde se estrenó en Septiembre de 2012, tres meses antes que su reposición en Valencia.. La producción lleva la firma de Davide Livermore, quien se encarga también de la escenografía y la iluminación, mientras que el vestuario es un reciclaje del propio Palau de Les Arts. Davide Livermore ofrece la ópera como una especie de homenaje a la pintura del siglo XIX, con abundancia de proyecciones de cuadros impresionistas, no faltando también algunas obras de Van Gogh, y otras son aportación del propio Museo de Filadelfia. La presencia de la pintura no parece tener otro motivo que el hecho de que Marcello es pintor en la ópera. La escenografía está muy basada en las proyecciones, utilizando las paredes, fundamentalmente la de la izquierda del espectador, para las mencionadas proyecciones. En el primer acto llegan a resultar un tanto molestas, no por falta de calidad, sino por el hecho de que los numerosos cambios de proyecciones llegan a distraer de la acción y la música en escena. Mucho mejor resulta el tercer acto, con un paisaje nevado de gran belleza. El segundo acto nos ofrece un cuadro impresionista del París del XIX, en el que destaca el rápido cambio de escena que tiene lugar a base de juego de luces.
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La dirección de escena resulta bastante tradicional y, únicamente, me resulta muy poco convincente el aire bufo que da al acto del Café Momus, en el que el movimiento permanente de unos camareros, que no paran de hacer acrobacias, también acaba por distraer. El homenaje a la pintura se extendía también a la escena, con la presencia de las bailarinas de Degaz, pero esto ha desaparecido en San Sebstián. En resumen, es una producción atractiva y tradicional. La dirección musical estuvo encomendada a José Ramón Encinar, cuya lectura no pasó de la modesta corrección. Su labor de coordinación fue notable, pero La Bohème necesita un ingrediente fundamental, que es la emoción y ésta apenas hizo acto de presencia en el Kursaal, ni en el foso ni en el escenario. La Orquesta Sinfónica de Euskadi ofreció una prestación también correcta, cumpliendo la Coral Andra Mari en su breve intervención del segundo acto. Me llamó poderosamente la atención la Escolanía Easo, tanto por la avanzada edad de algunos de sus componentes como por su número excesivo, que llegaba a los 32 componentes. La Banda en escena se caracterizó por su excesivo volumen sonoro y la falta de un Tambor Mayor, a pesar de que el coro se refiere repetidamente a él.
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El reparto vocal sufrió con las anulaciones referidas más arriba y tampoco voló por encima de la modesta corrección. Las voces más importantes correspondían a los dos barítonos, que no son precisamente los protagonistas de la ópera.
Mimí fue interpretada por la soprano israelí Gal James, que ofreció una interpretación corta de emoción y un tanto monótona. La voz de esta soprano tiene cierta calidad, pero su paleta de colores es escasa, con un cierto brillo en la parte superior. No está muy sobrada de volumen y parece que los piani no son su especialidad o, al menos, yo no pude captarlos.
El sustituto del Rodolfo anunciado era el prácticamente desconocido tenor italiano Giordano Lucà, quien salvó los muebles y no mucho más. La voz tiene cierto atractivo, con una emisión muy natural, pero el tamaño es alguna talla menor de lo requerido, y resulta más ligero que lo que el personaje requiere. Por otro lado, su inexperiencia le hace ser muy inexpresivo en escena, lo que casa bastante mal con el supuestamente apasionado poeta.
Juan Jesús Rodríguez ofreció la voz más importante de todo el reparto en el personaje de Marcello. La voz del onubense es auténticamente verdiana y, por tanto, menos lírica que lo que estamos acostumbrados en la parte del pintor Marcello. Si prestara más atención a la matización de su canto, seria un barítono muy caro. En este caso no tenía que hacer ningún esfuerzo para demostrar que vocalmente juega en una liga superior a la de los otros componentes del reparto.
Elena de la Merced fue una más bien modesta Musetta. Este personaje requiere un  centro de mayor entidad que el de la valenciana, cuya voz es poco adecuada para este
repertorio.
El asturiano David Menéndez fue un notable Schaunard, cuya voz no tenía más competidor en cuanto a volumen que la de Juan Jesús Rodríguez. Su actuación fue irreprochable. Una pena que la calidad de su timbre no sea excesiva. El bajo malagueño Francia Tójar fue un más bien deficiente Colline. En estos momentos no está para pasar de ser un puro comprimario. No tiene voz ni elegancia para cantar la Vecchia Zimarra.
Fernando Latorre lo hizo bien en su doble cometido como Benoît y Alcindoro.
El Kursaal estaba prácticamente lleno. El público se mostró cálido con los artistas, aunque no pude escuchar bravos en ninguna de las arias.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 29 minutos, incluyendo dos entreactos. Duración musical de 1 hora y 47 minutos. Seis minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 94 euros, siendo el precio de la localidad más barata de 48 euros. José M. Irurzun

 

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