La Condesa
A esta condesa nunca me la imaginé descalza de vivencias, sino con los zapatos llenos de historias. ¡Ay si ella hablase, si ella escribiese su autobiografía! Es una de esas artistas que no sólo ha actuado sino que ha vivido y mucho. Aún conserva parte de las cualidades que la hicieron famosa y que la llevaron a trabajar con los más grandes entre los grandes pero, sobre todo, conserva el porte. La admiro, por supuesto, cuando ordena con rotundidad, pero también cuando se apoya en el bastón, cuando se echa el echarpe al cuello o cuando sueña con los ojos abiertos y un hilo de voz. Ella es condesa, quizá sea la condesa. Así lo ha demostrado ahora en Madrid.
Se decía en sus buenos tiempos que era espía, que alertaba a los servicios secretos de su país de las posibles fugas de artistas. Ella salía de su país, pero volvía entrar para vivir en él a lo grande. Era figura nacional. Sería sorprendente todo lo que contase de tantos compañeros de profesión que abrazaron otras libertades, religiones o intereses económicos.
Salía de sus actuaciones invernales envuelta en impresionantes abrigos de pieles, pero en una ocasión la vi poner uno de ellos sobre los hombros de una mendiga que le pidió limosna en la calle al término de una velada triunfal.
Las coristas la llegaron a coger cierto miedo, aunque no seré yo quien diga el motivo. Fue asunto muy comentado en una de sus célebres actuaciones madrileñas.
Tuvo amantes, alguno muy conocido. Un día, en una de las más atractivas capitales europeas, protagonizó una escena digna de la más verista de las óperas. Estando con un buen amigo se presentó la mujer de éste, arma en mano. Allí, en pleno vestíbulo, fue desarmada por otro muy conocido compañero de profesión ante los ojos de un testigo inoportuno. Y uno se pregunta qué sucedería si, por esos azares de destino y profesión, al cabo del tiempo se encontrasen los cuatro en la misma unidad de tiempo y lugar.
Ella forma parte de un pasado reciente, en el que los artistas eran de verdad artistas, en el que todos los viejos amantes, como nos llamaba Jacques Brel, aún podemos refugiarnos para soñar y salirnos de la mediocridad que nos rodea. Por eso la seguimos aplaudiendo con entusiasmo. BECKMESSER.COM
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