LA CONQUISTA A AMBOS LADOS DEL SUEÑO
LA CONQUISTA A AMBOS LADOS DEL SUEÑO
Wolfgang Rihm: “La conquista de México”. Nadja Michael, Georg Nigl, Graham Valentine, Ryoko Aoki, Caroline Stein, Katarina Bradic, Stepahn Rehm Peter Prucheiwitz. Dirección musical: Alejo Pérez. Dirección escénica: Pierre Audi, Escenografía. Alexander Polzin. Coro y Orquesta del Teatro Real. Madrid, 9-10-2013.
Acontecimiento importante sin duda el del estreno en España de esta ópera de Rihm (Karlsruhe, 1952), que se inscribe, junto con “The Indian Queen” de Purcell, en lo que Mortier llama “un eje principal”. El compositor alemán es uno de los grandes de hoy; en cierto modo, un romántico. “Quiero conmover y que me conmuevan. En la música todo es patetismo”, nos dice. La permanente agitación de un lenguaje muy libre define su potente estilo.
La obra (1992) se basa en el escrito de Antonin Artaud, en el que se trataba con un estilo virulento y en clave mítica, filosófica y utópica, la epopeya y las turbulentas relaciones entre Moctezuma y Hernán Cortés. El libreto, del propio músico, se nutrió asimismo de El teatro del Serafín del mismo Artaud y de Raíz del hombre de Octavio Paz, algunas de cuyas estrofas son ofrecidas al término de cada una de las cuatro partes de esta pieza de “teatro musical”. A lo largo de la extraña acción se expresan, dice Rihm, “las contracciones enérgicas del cuerpo dramático que es México en estado de conquista”.
La brillante puesta en escena que hemos visto abona perfectamente estas palabras de Pierre Audi: “No estamos ante una ópera de corte psicológico, sino de sonidos relacionados con episodios de la historia de la conquista de México”. El sonido se espacializa y potencia por el empleo de altavoces en diferentes ubicaciones. Además de en el foso, donde se sitúan dos peculiares narradores, hay músicos en palcos de platea y en el real. Un colorista telón pintado, en el que distinguimos abigarrados y estilizados grupos de favelas (?) sirve de pórtico a una acción interior y como ensoñada. En el centro del escenario hay un cuadrado central de aspecto metálico, por el que se filtran los figurantes y que sirve de altar, cadalso, púlpito y receptáculo para todo, incluida una especie de urna que desciende en los tramos finales y en la que se proyectan unidas las imágenes de Moctezuma y Cortés, en esa fusión de contrarios –fusión de culturas- que nace del sueño que hay “a ambos lados del sueño”. Bellas ideas, como la que une muerte y amor: “inacabable amor manando muerte” (Paz).
Sobre un texto a veces difícilmente inteligible, Rihm tiene buena mano para manejar un recitado dramático vocal de corte melismático. Hay numerosas vocalizaciones. Sorprendente el uso de los distintos contingentes instrumentales, que mantienen una permanente tensión nacida de un repetido uso del “ostinato” rítmico y tímbrico, de la repetición variada, del empleo de notas largas, de pedales. Sabia utilización de la abundante percusión, de la que emanan danzas de talante exótico, aires tribales imaginarios. Lo que no impide que en ocasiones la narración resulte pesante. Las superficies nos traen a veces el recuerdo de ciertas páginas de Stockhausen, de Ligeti o de Nono (“Prometeo”), pero Rihm es menos sutil y rarificado. Muy cuidadosa la dirección de Pérez, que supo aunar la multitud de elementos con acierto. Buen trabajo. Sonó bien el Coro, que se escuchaba grabado. Entonada Michaels en su papel travestido, esforzado y engolado Nigl y afinadas las dos cantantes colaboradoras, Stein y Bradic. Ignoramos por qué el personaje silencioso de Malinche, “la mujer que habla con su cuerpo”, iba vestida de japonesa, como una actriz de teatro No. Arturo Reverter
Últimos comentarios