La crisis del disco
La revista Ritmo ha dedicado varios editoriales a los efectos que Internet está teniendo en la edición y distribución de discos de música clásica, y los cambios que la red está produciendo en los sistemas de información, documentación y crítica en la prensa musical especializada. He aquí el contenido de los cuatro últimos.
El disco se queda sin escaparates
La crisis mundial en las ventas de grabaciones audiovisuales en soportes físicos, CD, DVD y el tecnológicamente más avanzado Blu-ray, es notoria y permanente. El disco físico está en decadencia. Las nuevas tecnologías desarrolladas para Internet, el cambio de hábitos en el ocio de los jóvenes, la piratería y la crisis económica y cultural que vive el mundo pueden ser los responsables de esta debacle discográfica. Ya hemos resaltado, desde esta misma página editorial, los problemas endémicos del sector, la falta de imaginación y criterio de los editores y distribuidores y la mala visión de futuro en la distribución discográfica a nivel mundial. La música clásica no está al margen de todo ello: aunque su clientela es fiel y las editoras presentan gran número de novedades cada mes, realizando promociones continuas de su fondo de catálogo, las ventas han caído significativamente en los últimos tiempos, tanto en España como en el resto de Europa.
Este mes queremos llamar la atención de nuestros lectores sobre un nuevo hecho, muy negativo, que confirma todo lo anterior. Las tiendas tradicionales de discos están echando el cierre por todo el mundo. En los últimos meses ha saltado a los periódicos la noticia de la entrada en suspensión de pagos, cierre o “hibernación” de grandes y significativas cadenas de tiendas de discos en Francia y en el Reino Unido. Y numerosas pequeñas tiendas discográficas de toda Europa han cerrado o tienen previsto cerrar a corto plazo.
En España la situación no es diferente. Cada mes se confirma la desaparición de algún establecimiento de venta de discos. La mayoría de las ciudades importantes del país ya no tienen tiendas especializadas, si exceptuamos a los grandes almacenes que, por su concepto comercial más generalista, son capaces de diluir los riesgos comerciales del negocio discográfico con sus ventas en otras áreas. Pero estos grandes almacenes también sufren la crisis audiovisual y, por ello, reducen constante y significativamente los espacios físicos dedicados a la venta de música. Hoy en día es casi imposible encontrar en todo el país una tienda que nos pueda ofrecer en sus estanterías un fondo de catálogo importante de discos de música clásica, en cualquiera de sus formatos CD, DVD o Blu-ray, que no sean las novedades de los últimos tres o cuatro meses o la oferta de turno. Y ello en un momento en el que el catálogo activo de títulos de música clásica es hoy más amplio que nunca. Encontrar un disco, editado hace más de seis meses, ya sea de una de las grandes compañías multinacionales o de cualquiera de las independientes, es tarea casi imposible. Innumerables veces el aficionado, buscando tal o cual título, recibe del establecimiento la respuesta: “lo siento, está descatalogado por la compañía”. Pues no, la respuesta no es correcta. El problema reside, simplemente, en que el establecimiento no tiene, ni va a tener, el disco en sus estanterías y, al parecer, encargarlo a la compañía de turno para poderle ofrecer el servicio a su cliente le es molesto o poco rentable.
Los discos de música clásica se están quedando sin tiendas donde esperar al cliente; sin escaparates ni vendedores. Los discos clásicos, en uno de sus mejores y más explosivos momentos editoriales (nunca antes se ha editado tanto y con tanta calidad artística y técnica), no disponen de espacios físicos donde poder mostrarse al aficionado. Es cierto que los tiempos cambian, que las circunstancias del mercado y las nuevas tecnologías condicionan el futuro, pero no es menos cierto que, en la actualidad, sin tener alternativas concretas de futuro en la distribución digital, los aficionados no tienen dónde ir a comprarlos. Las tiendas se cierran y los departamentos de discos de los grandes almacenes reducen continuamente sus espacios de venta física.
El mercado actualmente ofrece otras alternativas de compra. Internet muestra nuevos escaparates digitales en sus numerosas tiendas “online”, con productos bien editados y, muchas de ellas, con un servicio excelente de venta por correo. Internet también ofrece servicios de audición “online” o “streaming”, servicios de descarga de música y vídeo, de manera legal, en ficheros que podemos almacenar en nuestros ordenadores, tabletas y teléfonos inteligentes. Todo ello es tremendamente atractivo para las nuevas generaciones y, con total seguridad, marca el camino a seguir para el disfrute de las grabaciones musicales. Pero hay un numeroso grupo de aficionados que generalmente supera los cincuenta años, que añora y precisa su tienda de discos de toda la vida. Y no olvidemos que los discos de música clásica, casi siempre, se han caracterizado por sus lujosas ediciones, un factor difícil de evaluar cuando se trata de un disco exclusivamente digital. ¿También se perderá esta distinción?
Quizá alguien descubra que mantener, en determinadas ciudades de España, una bien surtida y cuidada tienda de discos de música clásica puede seguir siendo un negocio, además de un gran servicio a la cultura musical y un escaparate muy necesario para las editoriales. También es cierto que, para que estas tiendas puedan funcionar es necesario que las compañías de discos apoyen los proyectos, se fijen en los sistemas de distribución del libro y, sobre todo, que en cada tienda haya alguien con afición musical y suficientes conocimientos. Es evidente que esto último marca la diferencia con respecto al mundo de la distribución digital.
Adiós a una época del disco
A lo largo del presente año han ido sucediendo diversas desgracias para el sector de la distribución de discos de música clásica en nuestro país y, seguramente en menor escala, en el resto del mundo, desgracias que afectan directamente al aficionado y al desarrollo de la cultura musical.
En España han echado el cerrojo Harmonia Mundi Ibérica y Diverdi, dos importantes distribuidoras que ofrecían un extenso abanico de sellos independientes, con gran oferta de novedades y extenso fondo de catálogo. Quizá entre las dos disponían de más de un centenar de novedades discográficas al mes, manteniendo varios miles de títulos en sus estanterías. Estados Unidos y el resto de Europa tampoco han estado al margen de estas turbulencias comerciales, pues varias de sus grandes distribuidoras también han desaparecido.
Ya hemos comentado en otros editoriales el cierre sistemático de tiendas de discos a lo largo de todo el país, así como la disminución de los espacios dedicados a la venta de discos en los grandes almacenes y cadenas de tiendas especializadas en música grabada. Esta situación se ha agudizado este año, pues se pueden contar con los dedos de una mano las tiendas de discos especializadas en clásico que quedan en España y, parece ser, que algo parecido va a suceder con las secciones de discos clásicos en los grandes almacenes, incluidos los especializados en cultura.
El cierre de las distribuidoras discográficas es consecuencia del cierre de las tiendas. Una distribuidora que no tiene puntos de venta no tiene sentido. Ahora, las pocas tiendas especializadas que permanecen se encuentran en una curiosa situación. Sobreviven gracias a un público residual que proviene del cierre de las que antes eran su competencia. Un público que se nutre, sobre todo, del producto de las distribuidoras independientes, un mercado dominado, hasta la pasada primavera, por tres compañías: Ferysa, Harmonia Mundi y Diverdi, en el que dos ya han cerrado y cuyo producto ahora ya no está disponible en los circuitos comerciales tradicionales. Esto afecta directamente a las ventas de las pocas tiendas que resisten, corriendo un mayor peligro de cierre. Nos vamos a quedar sin ninguna.
La caída de ventas de los discos clásicos en España está siendo mucho más radical que en otros países europeos. Por diversas causas. Hace muchos años la gran industria del disco en nuestro país apostó por la distribución en grandes almacenes, en detrimento de la tienda tradicional. Era más fácil y rentable vender a centrales de compras que a múltiples pequeños clientes. Eso no sucedió en el resto de Europa. Como consecuencia de tal política comercial fueron desapareciendo las pequeñas tiendas de discos. Cuando llega la crisis del producto “Discos Pop”, por la competencia de Internet y los cambios de hábitos de consumo cultural y de ocio de los jóvenes, esas grandes superficies cambian, sin pestañear, sus espacios dedicados a la música para otros productos más rentables. Y así llegamos a la situación actual española, en un difícil entorno de profunda crisis económica del país: los grandes almacenes abandonan el negocio del disco y no tenemos la pequeña tienda familiar que podría atender la demanda, residual o no, de los discos de música clásica que siguen editándose por cientos cada mes.
En este escenario también ha intervenido un importante nuevo actor: Internet y sus tiendas “online” de venta, descargas y audición de discos. Son tiendas que actúan en una economía global, muchas a nivel mundial, con tremendos recursos de localización y compra de discos en todo el mundo. Estas nuevas tiendas acercan al aficionado toda la oferta internacional de novedades y fondos de catálogo, con precios muy competitivos y un fiable servicio. Ya se puede comprar fácilmente un disco disponible en otros países y no en España, con solo hacer un “clic” en Internet. Ahora el mercado y la oferta son mundiales. Estas organizaciones ya no dependen de los distribuidores locales; se entienden con las centrales de los sellos discográficos y disponen de almacenes continentales de bases de datos y servicios “hosting” normalizados y globales. ¿Puede la tienda tradicional competir en este nuevo escenario? ¿Sigue teniendo sentido el distribuidor local?
Pero no toda la responsabilidad de la actual situación del disco de música clásica en España la tiene el mundo comercial. Los aficionados también tienen mucho que decir en esta triste historia. Ni se ha valorado ni se valora el servicio de asesoramiento y comunicación que siempre ha dado la pequeña tienda discos; ni los servicios informativos y promocionales de los distribuidores. Utilizando la información y servicios de documentación de las tiendas y distribuidores españoles se ha ido a buscar el mejor precio en plataformas internacionales que no ofrecen esos valores añadidos. Por otro lado, grandes aficionados ahora también presumen de sus “descargas privadas” de las principales novedades en CD y DVD en el mercado internacional a coste cero. Incluso comparten con amigos dichos logros sin el menor sonrojo. Parece que todo vale, pero lo cierto es que todo suma (quizá esto sea tema de otro editorial).
La tradicional forma de consumir nuestros queridos discos de música clásica ha quedado atrás. Adiós a una época.
I – Internet y discos de Clásica
Como todo el mundo sabe, para bien y menos bien, Internet permite una comunicación sin precedentes entre los miembros de nuestra sociedad. Y goza de total libertad de movimientos en la mayoría de los países, independientemente de la discreta vigilancia que ejercen algunos gobiernos por motivos de seguridad nacional, tal y como ha salido a la luz últimamente.
La Red es la gran plataforma internacional para la libre difusión y comercialización de todo tipo de productos, susceptibles de ser digitalizados. Por ello, textos, imágenes y música la inundan; se trata de una auténtica revolución tecnológica, comercial y social.
Las agencias de control de los gobiernos pueden, si quieren, seguir el rastro de las comunicaciones por la Red. Estas grandes autopistas de datos pasan necesariamente por las infraestructuras de las operadoras de comunicaciones y por las máquinas de las entidades que nos abren las rutas hacia los contenidos que buscamos. Por otro lado, todo terminal que accede a Internet está normalmente localizado por su acceso y por su registro. Luego nuestras andanzas por las nuevas autopistas de la comunicación no son tan anónimas como muchos puedan pensar.
Para la música, Internet ha supuesto no solo una revolución industrial y comercial, sino también una revolución cultural. Desde el inicio de los servicios en red, estaba claro que la documentación escrita y la audiovisual iban a ser los grandes protagonistas de su desarrollo. Ahora es posible subir a la Red un concierto o una ópera celebrada en cualquier teatro del mundo para su libre acceso, si el propietario lo desea, desde todos ordenadores, tabletas o teléfonos móviles inteligentes. También, cualquier usuario particular, sin los medios de una gran organización, puede volcar información audiovisual en la Red, de manera sencilla y con una gran calidad técnica. El uso de Internet ya no es patrimonio de las grandes empresas o instituciones; la Red es de todos y para todos.
En este nuevo escenario digital de libertad para las comunicaciones y de socialización de la información, la industria del disco navega sin aparente rumbo concreto. Por un lado, las tradicionales empresas fonográficas pretenden mantener su posición comercial en el mercado del disco tradicional (disco físico en las tiendas tradicionales o en venta por correo), como si nada pasase. Y al mismo tiempo desarrollan la distribución digital en Internet, con precios similares a los del disco físico. Absolutamente ilógico, pues los costes de distribución del disco físico suponen más del 50% de su precio de venta, y en el mundo digital no existe tal coste. Los sellos independientes, por su parte, también han creado su distribución digital, pero sin una clara política comercial de abaratamiento de precios. Y las grandes orquestas y teatros de ópera están ofreciendo sus actuaciones en directo a través de la Red, con precios más cercanos a la realidad digital.
En paralelo al escenario comercial “oficial” de la música en la Red, surgen nuevos actores privados que distorsionan, aún más, la oferta y la demanda del mercado. Nos estamos refiriendo a intérpretes y autores que han decidido “colgar” sus conciertos y obras en la Red, de forma gratuita, desde las múltiples plataformas sociales que ofrece el medio. Con ello logran difusión, comunicación directa con la audiencia y promoción para sus conciertos en vivo, de los que piensan recibir el dinero necesario para su día a día, pues ya no cuentan con la industria discográfica.
Los aficionados a la música clásica y a los discos también están desarrollando nuevos usos y costumbres en Internet, que no aportan nada positivo al mercado del disco. Nos referimos a las descargas “ilegales” desde plataformas que ofrecen gratis las últimas novedades discográficas en CD y DVD, con alta calidad, libreto detallado, fotos, etc. También a las copias privadas de novedades y fondos de catálogo en CD y DVD, a las copias de transmisiones de eventos musicales (en TV digital, radio o servicios de “streaming”) y que luego distribuyen gratuitamente entre amigos, tertulianos de blogs y páginas privadas de intercambio e información musical, sin, lógicamente, autorización de sus propietarios, autores y artistas. Como es lógico, estas prácticas están afectando muy seriamente a las ventas actuales de discos en las tiendas y en la red.
Está claro que hay que buscar una cierta organización y control en este caos de la distribución audiovisual por Internet. Los gobiernos, las operadoras y las entidades que operan en la Red pueden poner cierto orden, si quieren. La industria del disco debe ya definir su modelo de negocio en la Red, dentro de unos precios lógicos y en línea con la sociedad actual de la información. Los autores e intérpretes deberían agruparse en plataformas independientes para la difusión “inteligente” de sus obras. Y, para finalizar, los consumidores (los aficionados a la música) deberían ser mucho más respetuosos con los derechos de los autores y los intérpretes en la distribución digital de sus copias “privadas”.
Si el mercado del disco (productores/consumidores) no se organiza correctamente, su situación de futuro va a ser más complicada, aún si cabe, que la actual, ya grave. Lo que sin duda causará serios perjuicios a la cultura y al desarrollo musical de la sociedad.
Y II – Internet y la información musical
En la página editorial del mes pasado nos referíamos a los efectos que Internet ha producido en el mundo de los discos de música clásica. Veíamos cómo la Red ha revolucionado el consumo de productos audiovisuales por parte de los aficionados. Y también cómo ello había generado una importante incertidumbre comercial en las empresas del sector, e incluso en los propios artistas. Como la Prensa y la información musical no parecen precisamente ajenos a esos efectos, nos ha parecido conveniente dedicar una segunda reflexión al asunto.
La información musical (noticias, artículos de fondo, crítica de espectáculos, entrevistas, reportajes…) ha estado reservada, hasta la entrada en escena de Internet, a las revistas especializadas, a los periódicos y a las emisoras de radio y TV. Dentro de esos medios se han ido creando (y formando) firmas de prestigio, cuyos responsables han ido ofreciendo una información organizada, instructiva, orientativa, e incluso a veces doctrinaria. Y el periodista, el divulgador, el crítico, etc., han estado estrechamente unidos a la cabecera editorial que les ha estado amparando en cada caso. Este ha sido el escenario tradicional de la información musical hasta la llegada de Internet.
La aparición de Internet y su utilización masiva y gratuita por parte del ciudadano, con sencillas y potentes herramientas de comunicación y participación (redes sociales, blogs, foros, páginas y portales privados, etc.), ha permitido la creación de una red informativa independiente de los medios periodísticos consolidados, en la que parece que ya no es necesario el respaldo de una cabecera editorial. En la actualidad podríamos contar por cientos en nuestro país los focos informativos gratuitos que circulan por Internet para la música clásica. La mayoría de las grandes plumas del sector tienen sus blogs privados, participan en foros de opinión, mantienen el pulso diario de la información desde sus cuentas de Twitter y Facebook, entre otras redes sociales, o crean sus propias páginas y portales web con cierta estructura editorial. Por no hablar de los números de aficionados que, ansiosos por comunicar y participar de la información, también han entrado en el selecto club del periodismo musical en la Red. Por otro lado, muchas empresas comerciales del sector, también están creando sus portales, aunque en este caso fuera más propio hablar de “boletines informativos o promocionales” ya que, como es lógico, no suelen hacer críticas negativas a sus propios productos. Todo ello aporta al aficionado un abrumador volumen de información musical gratuita que, en muchos momentos, puede llegar a desbordar su capacidad de documentación y análisis.
En este escenario, la situación de los medios de comunicación tradicionales especializados en música clásica, especialmente las revistas y los periódicos (la radio y la televisión “juegan en otra liga”), queda muy comprometida y está siendo muy cuestionado por los lectores. Los medios tradicionales se mantienen gracias a la fidelidad de un amplio sector de aficionados que buscan la presentación y estructura informativa del medio impreso. También la publicidad del sector musical es más fiel, por ahora, al papel que a la red. Pero esta situación está cambiando a marchas forzadas. Las nuevas generaciones (los aficionados de menos de 40 años) prefieren Internet y las agencias de publicidad y el pequeño anunciante miran cada día con más confianza a la Red. Todo parece indicar que, a no muy largo plazo, Internet vencerá en este pulso.
¿Cuál ha de ser el papel de una revista de música clásica en este presente digital? Al igual que sucede con la industria audiovisual, nadie tiene todavía un modelo claro para su negocio. Pero en todo caso, hay que buscar siempre el servicio al aficionado. El volumen de información que Internet ofrece es tan brutal y disperso que “alguien” debe asumir la labor de clasificar, resumir, valorar, documentar y mostrar, de manera lógica y sencilla, toda esa información. Pero ¿dónde debe plasmarse el resultado de ese trabajo, en el papel o en el medio digital? Por el momento hay que seguir sirviendo a los dos señores. No se puede prescindir del papel y hay que estar en la Red, teniendo en cuenta, además, que la información en papel se cobra y que en Internet, hoy por hoy. es mayoritariamente gratis. O en otras palabras: el usuario de la Red está acostumbrado al “todo gratis”, con el grave problema que ello supone para cualquier planificación de una empresa editorial.
La conclusión no es precisamente alentadora. En este futuro digital de la prensa especializada en música clásica, donde los focos informativos gratuitos fluyen por doquier; donde la competencia del no profesional (entendiendo por “no profesional” el que no vive de ello) es abrumadora y donde todo ha de ser gratis, ¿tiene algún sentido una revista especializada?
Internet abre a los profesionales del periodismo musical nuevos caminos de comunicación y a las empresas editoriales nuevas fórmulas de ingresos. A las tradicionales labores editoriales hay que sumar las enormes posibilidades de enriquecimiento de la información en sus ediciones digitales, con audio, vídeo y enlaces documentales. Un gran número de valores añadidos comerciales también esperan tras la puerta digital. La interrelación comercial con las actividades de los artistas, las orquestas, las discográficas, los teatros o las organizaciones musicales puede ser máxima en el entorno digital. Y todo ello ofreciendo al aficionado, al lector, un mundo de servicios nunca antes visto. Quizá en un futuro no muy lejano todo esto sea posible y, además, con una fórmula comercial que permita una correcta planificación empresarial de las editoriales.
Una revista especializada en música clásica, como RITMO, tiene un futuro muy esperanzador en el nuevo mundo digital. Esperamos poder ofrecérselo.
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