LA CRÍTICA AL ÚLTIMO RECITAL DE AINHOA ARTETA EN SEVILLA
LA CRÍTICA AL ÚLTIMO RECITAL DE AINHOA ARTETA EN SEVILLA
Querida Ainhoa:
Justo Romero
RECITAL DE AINHOA ARTETA (soprano). Roger Vignoles (piano). Programa: Obras de A. Scarlatti (Già il sole dal Gange. Le violette), Duparc (Canción triste), Ravel (Vocalización en forma de habanera), Liszt (Tres sonetos de Petrarca), García Abril (Tres canciones sobre textos de Antonio Gala), Granados (Cuatro tonadillas) y Falla (Siete canciones populares españolas). Lugar: Sevilla, Teatro Maestranza. Entrada: Alrededor de 1500 personas. Fecha: Sábado, 15 de mayo de 2004. Calificación: *
Querida Ainhoa, seguro que cuando vea esta crítica pensará para sus adentros algo así como: “¡Dios, otra vez este diablo! ¡Qué habré hecho yo para que me caiga esta cruz cada vez que canto en Andalucía!”. Seguro que piensa que le tengo manía y cosas por el estilo. No se preocupe: no es la única. Pero quiero decirle que no, de verdad que en absoluto le tengo manía. Naturalmente, no me hace gracia ese flirteo que se trae usted con la prensa rosa, como si fuera la Jurado o la Pantoja. Bueno, también sale Penélope Cruz y me cae estupendamente. Tampoco me parece de recibo su falta de respeto al público, por muchas risitas y piropos que usted le dirija: ¿Piensa que se puede justificar que una y otra vez programe las mismas obras en la misma ciudad, como si fuera lo único que sabe cantar? Igual que nunca repite los modelitos que luce, debería anotar en una agenda lo que canta en cada sitio para no reiterarse de ese modo tan machacón. ¡Ya casi me sé de memoria las canciones de García Abril!
Créame, no, no es nada de todo eso. Lo que me irrita y me pone malo, y se lo digo con toda franqueza y cordialidad, es su forma de entender el canto, su manera de expresar, de vulgarizar y adulterar lo que yo más amo. Presiento que lo hace con su mejor intención, con honestidad, que intenta hacerlo lo mejor que puede y sabe. Pero, de verdad, lo que hizo el sábado en el Teatro Maestranza con las tonadillas de Granados y las Siete canciones de Falla no tiene perdón de Dios.
Por más que los filantrópicos Hermanos Rocieros de Triana la aplaudan de corazón. No se puede vulgarizar y aflamenquear la obra de arte de esa manera. Y si quiere usted hacerse la simpática, deje tranquilas las músicas de Granados y Falla, no las zarzuelice, y cante el Tango de la Menelgida, La périchole o algún tema de Martirio, que seguro que lo hará tan bien como Clavelitos, que anteayer le quedó francamente bien. Y se lo digo sin ironía.
Su voz está ahora mejor que nunca. Sin duda. Y me alegro. Sin embargo, y aunque doctores tiene la iglesia, me da la impresión de que es un error estirarla hacia abajo, hacia un centro que suena hueco y sin soporte. Lo sentí especialmente en la preciosa Habanera de Ravel, que dijo con indudable buena intención, pero a la que le faltó anchura y entidad vocal.
Lo que más me gustó –o donde menos me disgustó- fueron los Lieder petrarquianos de Liszt. Ahí estuvo más contenida y renunció al frivoleo. Le prometo que la aplaudí con ganas. ¿Me permite un consejo? Si contiene su expresión corporal, ese anodino y obvio movimiento de brazos que parece empeñado en animar ingenuamente el canto -también ese contoneo exagerado y frivolón tan impropio de una soprano como usted- su expresión se concentrará en el asunto vocal. Wieland Wagner lo sabía perfectamente. ¡Confíe en usted y en la música! ¡No necesita esa gestualidad ramplona para seducir al público! Ningún lenguaje más convincente que el del arte sonoro. Ya sé que ha tenido problemas en su vida privada, que lo ha pasado mal y todas esas cosas. Lo he leído en las revistas. Pero esto es otra historia. En cuanto a los fines benéficos del recital, ¡aplaudo su generosidad! Pero este asunto correspondería a otra sección del periódico, aquí lo que toca es el comentario musical. Por eso no corresponde hablar de lo emotivo que resultó el canto de la Salve rociera al final del programa o el ramo de flores que le entregó aquella bella señorita con gafas y sonrisa inolvidable. ¡Ah! se me olvidaba, como era de esperar, Roger Vignoles la acompañó maravillosamente al piano. Atentamente. Justo Romero. justoromero@wanadoo.es
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