LA EVOLUCIÓN DE LANG LANG
LA EVOLUCIÓN DE LANG LANG
Ciclo de Juventudes Musicales
Obras de Bach, Schubert y Chopin. Lang Lang (piano). Auditorio Nacional de Música, Madrid, 1 de marzo de 2011.
Hace un año, casi por estas mismas fechas, se escribía en estas páginas: “cada nueva actuación revalida (…) a un artista que gana profundidad, sabiduría y, sustancial, musicalidad”. En la primera de sus cinco prestaciones en Madrid, Lang Lang, 28 años, se lanzó en picado sobre una de las cimas absolutas del teclado universal, la última “Sonata” de Schubert, el D. 950 en Si bemol mayor, del último año de la vida del compositor, 1828. Pocas piezas, acaso sólo las últimas “Sonatas” de Beethoven, la “Kreisleriana” o los “Estudios Sinfónicos” de Schumann –tocados el día anterior en la misma sala por Elisabeth Leonskaja-, o el “Op. 118” de Brahms, pueden exigir tal grado de interioridad a un intérprete, mucho más allá de cualquier virtuosismo. Pues bien, Lang, menos ovacionado de lo esperable por el público, cuajó una lección de “sustancialidad” musical, completamente volcado en la recreación de una obra que le exige todo al traductor de estos pentagramas, que no admite un segundo de distracción o banalidad. Es obvio que a su edad no se le puede pedir al músico chino la madurez interpretativa de un Arrau, un Kempff, un Richter o un Brendel, por citar a algunos de los grandes pianistas vinculados a la página, pero Lang probó ir por un camino incontestable de seriedad y madurez progresivas.
Es curioso que Juventudes Musicales de Madrid traiga año tras año al artista: mirada a la taquilla, dirán algunos, pero hay una segunda lectura muy importante, y es que esta escala madrileña anual nos está permitiendo seguir paso a paso la evolución de un artista capital, y aquí María Isabel Falabella, presidenta de la organización, merece todas las felicitaciones.
Lang abrió sesión con el Bach de la “Partita nº 1”, en la misma tonalidad que la obra de Schubert. Sin llegar al grado de alquimia de un gigante bachiano a través del piano como Weissenberg, el de Shenyang, ahorrando repeticiones –el búlgaro las hace todas-, concitó claridad y elegancia que también apuntarán a más en el futuro. El arrebato –aunque no tan considerable como otras veces- llegó con los “Estudios, Op. 25” de Chopin, un territorio quizá más usual para el artista. Pero es ese Schubert, y todo lo que en él se atisba, el que da la medida de la evolución ascendente de Lang. José Luis Pérez de Arteaga
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