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Por Publicado el: 28/09/2024Categorías: Colaboraciones

La herencia sin testamento

La herencia sin testamento

Un debate actualizado sobre música y cultura de masas

La herencia sin testamentoUn debate actualizado sobre música y cultura de masas

Teatro Real de Madrid

Mi mujer y yo conocimos en cierta ocasión a una pareja encantadora: clase media aspiracional, abierta al encuentro, dispuesta, a pesar de las muchas cornadas que da la vida, a celebrar siempre lo mucho que ésta sigue ofreciendo de bueno. En un lance de la conversación mi mujer declaró que no podíamos comprometernos a hacer algo que no recuerdo, porque al día siguiente teníamos turno de abono en el Teatro Real. Cayó sobre nosotros un instante de silencio, que rompió una carcajada. Abanicando el aire ante nuestras narices, y dirigiéndose a su mujer, que nos contemplaba con interés, él exclamó: “¡Acabáramos, dos culturetas!”.

No es una anécdota sin significado, como prueba el reciente artículo de Sergio C. Fanjul “Ser cultureta cada vez mola menos: las alucinantes metamorfosis del capital cultural (El País, 01-09-2024) que ha vuelto a traer a la discusión pública, actualizado, el viejo debate de la cultura de masas.

La idea principal de Fanjul es que el capital subcultural (las formas de cultura masiva difundidas actualmente por los medios de comunicación, y especialmente Internet) están ganando prestigio frente al capital cultural, entendido según la ya clásica definición de Bourdieu, como clave de ascenso social: títulos universitarios, lecturas acumuladas, idiomas, modales… y gusto musical, que condicionaba a los encuestados por Bourdieu hasta el extremo de fingir una preferencia que no sentían por la música clásica frente a la música popular.

Sergio Fanjul afirma también en su reportaje que la inclinación de los jóvenes actuales hacia la cultura masiva trae consigo un cambio de valores, con el éxito y la fama ocupando un lugar prioritario frente al capital cultural entendido en el sentido de Bourdieu.

En las últimas semanas, el artículo de Fanjul ha provocado varias respuestas. Ustedes pueden seguirlo por su cuenta, pero yo, que soy generoso, les ofrezco un rápido resumen de las principales, y así les evito el esfuerzo. Tomemos en primer lugar las réplicas que, en mi opinión, marran el tiro, y cogiendo el pañuelo por otra esquina, dejan ver, en el fondo, una especie de perplejidad ante el problema.

Así, por ejemplo, Luis Gago y Raquel Peláez (“El debate | ¿La cultura sigue siendo elitista?El país, 18-09-2024), que afirman (Gago): “la alta cultura es hoy gratis, o más barata que muchas formas de cultura popular”, y por tanto “el problema es la indolencia, la falta de esfuerzo para acceder a ella”.

Por su parte Peláez viene a afirmar, en esencia, que “no existe cultura alta o baja, sólo acceso limitado o general a la cultura y el conocimiento”, y pone como ejemplo el dominio del inglés, reservado hasta hace unas décadas a la élite, y hoy de acceso común. Ninguno de los argumentos expuestos, me parece, ponen en cuestión las afirmaciones de Fanjul, sino que responden a cuestiones interesantes, pero alejadas de ellas.

También hay salidas sarcásticas, como la de Sergio del Molino (El gozo de no molar”. El País, 04-09-2024), que afirma con retranca sentirse cómodo ante la nueva situación. Los culturetas ya no molamos, ¡qué alivio!, parece decir. O, si se me permite resumir su pensamiento parafraseando a los Rolling Stones: “Ya lo sé. Es solo alta cultura, pero me gusta. Vaya si me gusta”.

En segundo lugar, están las respuestas que voy a denominar centradas, y que reproducen, mutatis mutandis, la dialéctica de Umberto Eco en Apocalípticos e integrados a mediados de los 1960. Así, desde la trinchera de los “apocalípticos”, Andreu Jaume (“Capital subcultural”. The Objective, 08-09-2024). Según él, el reportaje de Fanjul “sirve para hacerse una idea de la degradación sin paliativos que sufre el periodismo cultural”.

Si el debate estuviese planteado en las circunstancias imperantes en la segunda mitad del siglo XX, Jaume no dudaría en situarse a sí mismo en el terreno de los “integrados” porque entonces, y tal como señaló Eco frente a los miembros de la Escuela de Frankfurt, dentro del mercado “podía haber mucha vida inteligente e incluso cabía la posibilidad de popularizar lo que antes se había entendido por «alta cultura»”.

La situación es hoy día, sin embargo, muy diferente, porque para Jaume la revolución digital “nos ha situado ante un abismo del que el reportaje de marras es el perfecto síntoma. Por una parte, la cultura, gracias a Internet, parece más accesible y democrática que nunca, pero en realidad eso que ahí se llama «cultura», como implícitamente reconocen los sociólogos, ha desembocado en una negación y aún en una prohibición de la misma”.

Y ya en un tono definitivamente pesimista, añade: “Arrastrado por una inercia que venía de mucho antes, Internet ha terminado de rematar el juicio crítico… ha quedado en su lugar una constante producción de opiniones huecas que giran en un vacío disfrazado de emancipación”. Vamos, que según Jaume, estamos metidos en un auténtico lío.

La segunda respuesta centrada, ésta desde la trinchera de los actuales integrados, viene de Hipólito Ledesma (“La cultura según Fanjul: esnobismo reciclado para las masas modernas”. Jotdown, 02-09-2024). Partiendo de la afirmación de que la cultura “no es simplemente un bien de consumo, sino un campo de lucha simbólica donde se disputa la legitimidad y el poder”, y en relación con el supuesto cambio actual de valores, Ledesma afirma que “se subestima la complejidad de las identidades juveniles contemporáneas y sus prácticas culturales”.

“Las subculturas juveniles, que el artículo (de Fanjul) menciona de manera superficial, son espacios donde se negocian y reconfiguran constantemente los significados culturales”. O sea, que no hay para tanto, y que en el seno de la cultura juvenil, mediante la reinterpretación de los objetos culturales, surgirán antes o después respuestas variadas al conformismo que difunden los medios.

Nótese que, por mucho que Hipólito Ledesma discuta con Fanjul, ambos están de acuerdo en un punto esencial: el capital cultural se sigue utilizando hoy día, y de la manera en que siempre se ha utilizado, como forma de distinción, si bien “es hoy más difícil identificar estas formas, porque despreciar la cultura popular se considera clasista” (Fanjul). O, como afirma Ledesma: “La distinción cultural no ha desaparecido, sino que se ha sofisticado, haciendo más compleja la identificación de las formas contemporáneas de capital cultural”.

En resumen, que la capitalización de la cultura por parte de las élites sigue siendo, hoy como ayer, un medio para el mantenimiento de la hegemonía cultural.

¿Quieren ustedes un ejemplo de lo que ambos quieren decir? Ahí está Ana Iris Simón, que en su celebrado (al menos en ventas) Feria (Círculo de tiza, 2020), nos recuerda cómo a principios de los 2000 el reguetón se volvió culturalmente respetable, y pasó a ser “el principal gancho del Primavera y del Sónar y a sonar en cualquier after y a ser incluido como cuñita rompedora en forma de verso en los poemarios de todo aquel que quería ser distinguido precisamente por abrazar la ausencia de distinción… Nada nuevo bajo el sol: señoritos diciéndole al pueblo lo que el pueblo es”.

Y bien, ¿podemos nosotros, aficionados o profesionales de la música clásica, extraer algún beneficio de este debate? En mi opinión sí: dos enseñanzas y una conclusión. La primera enseñanza parte de una constatación grave, de la que ya el mismo Fanjul se hace eco en su reportaje al describir una de las causas del (supuesto) rechazo que sienten los jóvenes ante la alta cultura: “late en el fondo, entre otras cosas, la desconfianza en la educación como forma de ascenso social”. Cualquier profesor de Música en Secundaria puede confirmarlo rotundamente.

Los jóvenes están deseando hacer música, cierto, pero eso es caro, y el sistema educativo español disimula con un vergonzante sucedáneo de práctica musical, por el que se debe fingir que las flautas escolares o los instrumentos reciclados partiendo de la basura, en manos de adolescentes que escuchan diariamente música pop y reguetón, garantizan la satisfacción de ese deseo. El necesario complemento de una historia de la música de tradición clásica, entendida como alta cultura, no encuentra eco en el alumnado, parte del cual se rebela contra el sistema educativo golpeando en la paciencia de lo que tiene más a mano: su profesor/a.

La segunda enseñanza a extraer del debate nos llega de la mano de Andreu Jaume: “Está claro que algunas cosas ya no volverán, como por ejemplo la vieja práctica de la crítica, tal y como la conocimos en el siglo pasado. El hundimiento de la tradición, la herencia sin testamento, por decirlo con René Char, hace ya imposible la existencia de mandarines que juzguen, premien y condenen… Para los más jóvenes, se requiere una nueva pedagogía cultural que sea capaz de guiar entre las ruinas”. ¿Quién le pone este cascabel al gato?

La conclusión se la dejamos al también periodista cultural Víctor Lenore (“¿Por qué ya nadie aspira a ser culto?Vozpopuli, 18-09-2024): “Nadie duda que hoy es más sencillo que alguien guapo se haga rico en Onlyfans a que alguien brillante lo consiga pasando por la facultad de Filosofía. Seguramente han pasado cosas similares siempre, la diferencia radica en aceptarlo con resignación o rebelarnos aunque sea un poquito”.

Emilio Fernández Álvarez

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