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Por Publicado el: 09/11/2015Categorías: Discos, DVD's y libros

La música, la vida misma

RM

RUIZ MANTILLA, Jesús: Contar la música. Galaxia Gutenberg, 387 págs.

La música, la vida misma

Casi nada: contar la música. Ha habido, hay y supongo que seguirá habiendo mucho loco suelto que ha intentado imposibles parecidos; si no iguales, sí semejantes. Por ejemplo,  músicos que han querido hacer sonar la pintura o  escultores del  aire intentando que este se convirtiera en sonidos,  buscados  alrededor de  imponentes  volúmenes materiales.   E inclusos escritores, matemáticos  y pintores que han hecho música de la palabra, de la aritmética,  y otras ramas de la ciencia de los números, u obras musicales a partir de grafismos. Pero casi siempre han sido experiencias más o menos aisladas,  muy concretas, no de y para toda la vida. En España hay trabajos realmente espectaculares sobre esto último de Fernando Palacios (´La educación musical ante la grafía contemporánea´, revista RITMO, núms.575, 576 y 579, año 1987) o Jesús Villa-Rojo, que escribió-dibujó durante varias décadas un portento de trabajo que acabó editando (2003) en un increíble libro de casi 400 págs. con el título de ´Notación y Grafía Musical en el siglo XX´).

      Pero  contar la música  (puede consultarse también el completísimo y muy revelador artículo que José Luis Téllez publicó en el  núm.46 de la revista Quodlibet,  ´Apuntes para una visión lingüística de la música´)  es asunto distinto,  pues este tipo de intentos no suelen aspirar al experimento sino a un resultado que sea tangiblemente pedagógico, cuando no ilustrativo o hasta  aleccionador. Desde siempre ha existido  esa especie singular llamada comentarista musical, que se alimenta de empeños tan inútiles como utilizar la palabra para buscar una explicación no propiamente musical a la música.  Contar la música, que no es lo mismo que analizar sus formas, su lenguaje, que es algo bien tangible y analizable. No; contarla, que quiere decir explicar con palabras qué ha quedado de ella después de haber desaparecido, es decir, después de haber sido sonada.  Un empeño tan vano como altamente motivador, pues no hay más que observar las variopintas profesiones que han nacido a su alrededor. Desde la de comentarista social de eventos hasta la de crítico del asunto, pasando por la de divulgador, o simplemente proselitista transmisor de placer, como, por ejemplo, hacía  maravillosamente Alejo Carpentier en sus inolvidables crónicas de conciertos; o, con más saña intelectual, el grandioso y absolutamente irrepetible  Thomas Mann cuando ponía en boca de sus personajes lo que sentía tras la escucha de una música descomunalmente buena.  Nada que ver con la musicología o el estudio de la música, gracias a Dios, pues esos ejemplos no son sino la punta de un iceberg: un repaso de la cantidad de buena literatura que han producido los profesionales de esas referidas ocupaciones  espurias  frente a la producida por las mentes más –necesariamente- radicales de la musicología lo acredita con pelos y señales. Lo uno atrae, emociona y divierte, es decir es asequible a todo el mundo; lo otro, en demasiadas ocasiones producto de una jerga técnica que de tan altos vuelos suele estrellarse contra el muro de la incomprensión,  está   pensado para unos pocos, y desde luego normalmente aburre a  las piedras.

        Estamos de acuerdo en que la crítica musical – la musicografía,  más bien, como recordó Luis Suñén en el acto de presentación de este libro-  es un arma de doble filo por el altísimo grado de subjetividad que encierra. O mejor, que debe encerrar, porque si no es otra cosa. Pero no hay que rendirse, no han de rendirse los críticos en su empreño de alcanzar la cima imposible de explicar una música o una interpretación de una música; hay margen para todos, y para todo. Porque se puede hablar de  lo que haga falta siempre que, como hace Ruiz Mantilla, se vaya por delante con una actitud constructiva,  y en cierta medida  humilde, ante la grandeza dela Música.  El santanderino traza al respecto  claras líneas rojas en el prólogo de su  libro – algo que ha hecho siempre en su trayectoria profesional- , cuando afirma que él es un cronista musical  que ´nunca quedaré rebajado a mero crítico´.  De manera que, eso;  hay margen para todo y para todos cuando se habla de música y de intérpretes de música. Es decir, lo que, en principio, hacen los críticos, que no es exactamente lo que practica Jesús, un género que tiene que ver no ya con la divulgación musical sino con los del  reportaje y la entrevista periodísticos.

        Y este libro es eso, y por ser eso interesa mucho más que una crónica de un concierto o un estudio sobre repertorio, obra de un señor que habla sobre algo que ya ha tenido lugar y no  de algo que está por nacer, y  además explicado  en boca de quien lo tiene que convertir en música escuchable, ya fuera de la partitura, es decir por el intérprete.  Es ese género maravilloso de la entrevista-reportaje, que Ruiz Mantilla domina como pocos, no en vano lleva un montón de años practicándolo desde el  periódico donde trabaja. Dicho de otra manera, con toda probabilidad es mucho más interesante que sea el propio protagonista quien nos diga de qué va la cosa, que esperar a que un crítico nos explique los resultados. Además, en este caso,  la autoproclamación del autor como un no especialista  conlleva otras interesantes, esclarecedoras y divertidas consecuencias.  Aquí , a los Pollini, Gergiev, Abbado, Barenboim, Rattle, etc se les deja hablar de lo que ellos entienden que es la música, lo que, naturalmente, les lleva a hablar no de música sino de las cosas que rodean a la música, lo que obviamente arroja resultados mucho más inteligibles y sabrosos  para el común de los mortales. ¿A quién le puede interesar indagar en el hecho de que tras una música solo hay notas que se entremezclan bajo indicaciones absolutamente relativas –que si rápido,  que si lento; que si fuerte o muy fuerte o mucho más que fuerte; que si alto o muy alto o altísimo, etc.-,  y que por ello la única valoración que sirve para una versión musical es comentar la afortunada o desafortunada manera que el intérprete tiene de plantear y organizar ese conjunto de relatividades, lo que sin la menor duda  constituye al menos otra gran relatividad ?  Dejo la pregunta en el aire, pero lo cierto es que, al final,  los críticos la mayor parte de las veces no apuntan a esa altura; no hablan de estas cosas (seguramente por miedo a parecerse a los musicólogos) sino de que si tal interpretación  es  mejor o peor porque es emocionante o no (¿), o de por qué debería haber sido más lenta  o más rápida, más triste o alegre, etc.  Así que hace muy bien Jesús en renegar de los críticos y dejar que sean  los propios intérpretes quienes hablen.

     ¿Con qué resultado? Pues para mí, con el mejor de los posibles: acaban hablando de política, lo que sin duda es  gratificante. Boulez habla de Malraux, oponiéndose a gastar dinero en educación musical; Muti, de los sindicatos de músicos en Italia (bueno, antes de que llegara Renzi); Barenboim,  de lo que todo el mundo sabe que siempre habla, afortunadamente;  Gergiev , de que,  bueno, si él no es amigo de Putin…; etc. etc. Y esto sí interesa, y además es ameno. En realidad, es una suerte que Ruiz Mantilla haya hecho este libro. De no ser así, muchísimos de los materiales acumulados en sus cintas magnetofónicas se habrían perdido, pues cuando se hace un trabajo para un periódico generalista (a Jesús nunca le pareció especialmente gratificante entrar en el mundo de las revistas especializadas, donde todo el mundo se ´enrolla´ hasta el  infinito),  buena parte de los ´brutos´ se quedan  en el cajón. Yo le he seguido en estos años, y creo detectar que en algunos casos la reducción fue considerable.

       En resumen, un libro estupendo, que se lee con mucho placer; que humaniza la música clásica, que falta hace. Un libro de música de un escritor y periodista; no de un crítico musical, pero sí de un señor en cuya dieta cultural la música –cosa muy  apreciable en el libro- ocupa un lugar importantísimo. Contar la música: casi nada. Si Jesús no hubiera encontrado un  título tan sugerente y canalla, después de leerlo le habría sugerido este, mucho menos gamberro y más de gente ya mayor: ´ La música, la vida misma´. Pedro González Mira

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