Antonio Blancas, la nobleza de una voz
La nobleza de una voz
España, ya se sabe, por tradición es fundamentalmente país de sopranos ligeras, lírico-ligeras y líricas y de tenores del más diverso tipo. No tanto de barítonos y menos de bajos. Aunque a lo largo de la historia no ha dejado de haber alguna que otra voz de estas características. En el campo baritonal hemos de recordar, por ejemplo, y en los últimos tiempos, y entre los más renombrados, a Manuel Ausensi, Luis Sagi-Vela, Vicente Sardinero, Joan Pons, Manuel Lanza, Carlos Álvarez, Ángel Ódena, José Antonio López, Juan Jesús Rodríguez, César San Martín, Gerardo Bullón o Damián del Castillo, por citar solamente a algunos de los más señalados; todos tan diferentes entre sí.
No hay duda de que a su lado habría que situar a Antonio Blancas, que nos ha dejado hace muy poco, aunque poseía características muy personales que lo diferenciaban también de todos aquellos. En primer lugar porque poseía un timbre de raro lirismo, un toque especialmente noble y singular. Barítono “ligero”, de buen y bien pulido metal, de resonancias gratas, de emisión aérea y directa, de extensión suficiente, de amplitud lograda a partir de una excelente técnica de apoyo y de ataque. Fraseaba con claridad, con sentido, con una adecuada administración de colores resultado de una canónica regulación de intensidades.
Era expresivo pero elegante, nunca forzado, mantenía una línea de canto lógica, sin estridencias ni forzamientos, aunque no siempre resolvía con desahogo la zona de pasaje, en la que podían darse determinadas estrecheces y modificaciones en la direccionalidad del aliento. El agudo era fácil y en ocasiones excesivamente claro, vecino tímbricamente al de un tenor. Con todo el espectro acababa por ser uniforme merced a una buena técnica y a la búsqueda de inteligentes sombreados. La especial calidad del timbre, la generosidad de la expresión lo facultaron para acometer las más diversas esquinas del repertorio y solventar los más espinosos retos; siempre dentro del repertorio propio de un lírico.
En este terreno se hizo un buen nombre y ocupó una plaza indiscutible entre los barítonos artistas, de estilo más recogido y sensible. Su tipo de voz era la que probablemente habría elegido Mozart para vestir las ropas de su Don Giovanni, ese joven caballero “extremadamente licencioso”, personaje creado por Luigi Bassi, una voz de las mismas características. Ya sabemos que la posteridad ha preferido las voces de bajo cantante para este cometido, como los históricos Ezio Pinza, Cesare Siepi y Nicolai Ghiaurov; y más adelante los Raimondi, Ramey, Furlanetto, Schrott, D’Arcangelo y un largo etcétera, aunque en los últimos tiempos se tiende a volver a las esencias.
Recordamos a Blancas en el Teatro de la Zarzuela vistiendo los ropajes del Don en una histórica representación en la que doña Elvira era la llorada Ángeles Chamorro. Se desempeñaba con propiedad, con elegancia, con naturalidad, con línea y con algún que otro problema en la zona grave. Su aire sano de Kavalierbariton le daba alas para desempeñar algunos comprometidos papeles de zarzuela y para revestir de finura a otros de índole operística. Voces de esta calidad no abundan; ni artes de canto bien orientados, sin especiales ínfulas. Arturo Reverter
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