¿La número uno?

Especular sobre un asunto de esta naturaleza quizá sea inútil. Pero algo nuevo se ha de intentar para referirse a la Orquesta Filarmónica de Viena. ¿Sigue siendo la número uno? Pues a lo mejor ni sí ni no, sino exactamente lo contrario.

Para los que pintamos bastantes canas, es decir para aquellos a los que nos salieron los dientes discutiendo sobre la primacía de tal o cual orquesta (por supuesto en Europa, como si en los Estados Unidos no ocurriera nada) y sus correspondientes titulares, hoy es motivo de regocijo recordar lo dogmáticos que éramos. La Orquesta Filarmónica de Viena, con sus Furtwängler o Böhm al frente era la auténtica campeona en la pugna establecida con la Filarmónica de Berlín de Karajan. La cosa era: Berlín tiene una técnica descomunal, pero Viena un sonido único, el mejor. Todo esto olvidándonos de lo que pasaba en la Alemania fuera de Berlín, en Londres, en Praga o en Amsterdam; en algún momento, incluso en París. Obviamente Nueva York, Filadelfia, Cleveland o Chicago quedaban lejos de este tablero. Con los años nos hemos ido tranquilizando (bueno, algunos todavía siguen con la misma copla) a medida que hemos podido comprobar cómo las números uno también saben pifiarla y las números dos alcanzar cielos inalcanzables. La cosa es que, afortunadamente, las orquestas europeas, como todo en Europa, se ha ido democratizando, hasta incluso el malévolo extremo de que quizá en algún aspecto las cosas hayan ido a peor. O a mejor: cuándo, por ejemplo,  unas orquestas como la del Divan o la Simón Bolívar se escuchan sonar como suenan, ¿puede uno seguir mirando hacia las capitales de los reinos de taifas europeos en busca de excelencias únicas? A m i me parece que no; que todo ha cambiado mucho en los últimos 30 años en este negocio, y que una parte importante del cambio general afecta también al consumo de la música. Pero hay que estar atentos, porque si democratización significa traición a las tradiciones musicales vamos mal, pues mal casa el consumo de un producto que se define como clásico con los nuevos hábitos de los nuevos consumidores (¿no-consumidores?). Conclusión: Y qué más da que tal o cual orquesta sea  la número uno. Lo que sucede es que, sencillamente, hay orquestas que están a años-luz de la mayoría. La Filarmónica de Viena es una de ellas, sigue siendo una de ellas, con independencia de la salvaje globalización a la que viene estando sometida la cosa musical.

Por eso recomiendo estos dos conciertos. Llegan los vieneses con dos directores no divos y un pianista joven español. Se trata del británico Jonathan Nott y el colombiano Andrés Orozco Estrada. El pianista será Javier Perianes. Es decir, más democracia, pues escuchar a la OFV sin una vaca sagrada delante es también algo nuevo. A mí me parece maravilloso, y con la que le está cayendo a la música clásica (una falta de consumidores jóvenes galopante), más. Es absolutamente necesario renovarlo todo, y encontrar grandes intérpretes en esas bandas de edad. Es necesario para la supervivencia. El repertorio de estos conciertos es popular. En el primero se escuchará la Obertura Coriolano de Beethoven; Muerte y transfiguración,de Richard Strauss, y la primera sinfonía de Brahms. En el segundo, Perianes tocará el cuarto de Beethoven, completando Orozco el concierto con dos obra que algo tienen que ver entre sí: las Danzas de Galanta de Kodály y las Danzas sinfónicas de Rachmaninov. Ambos programas, preciosos. Pedro González Mira.   

Orquesta Filarmónica de Viena. Dir.: Jonathan Nott. Obras de Beethoven, R. Strauss y Brahms. Viernes 24, 19.30. Entre 50 y 210 €.

Javier Perianes, piano.Orquesta Filarmónica de Viena. Dir.: Andrés Orozco Estrada. Obras de Kodály, Beethoven y Rachmaninov. Domimgo 26, 19.30. Entre 50 y 210 €.