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Por Publicado el: 30/11/2014Categorías: Crítica

La OBS y Coin en Madrid: la belleza y la tormenta

LA BELLEZA Y LA TORMENTA

CNDM. Ciclo Universo Barroco. El “Sturm und Drang” de Carl Philipp Emanuel Bach. F. García Fajer: Obertura de Tobías; G. Facco: Concierto para violín en Do menor, Op. 1, nº 4 de Pensieri Adriarmonici; C. P. E. Bach: Concierto para violonchelo en La mayor, H 439, Wq 172. Concierto para violonchelo en La menor, H 432, Wq 170; C. Ordóñez: Sinfonía en Fa menor. Dmitry Sinkovsky, violín. Director y solista: Christophe Coin. Orquesta Barroca de Sevilla. Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid. 28 de noviembre de 2014.

Con una Sala de Cámara sin un solo asiento vacío se presentó la Orquesta Barroca de Sevilla en el Auditorio Nacional, bajo la dirección del violinista Dmitry Sinkovsky en primer término y la del chelista Christophe Coin más tarde. El concierto se desplegaba bajo el disfraz de un itinerario entre dos mundos: el que separa el barroco más italianizante del Sturm und Drang más tormentoso. Para ello, un programa que pivotaba sobre la figura arquetípica del movimiento, C. P. E. Bach, y que viajaba hacia unos alrededores bastante bien trazados. Arrancó la sesión con la obertura del oratorio Il Tobia del hoy casi desconocido García Fajer, una música rotunda, bien fijada a los moldes del barroco tardío y que aún despliega una carga rítmica importante, derrelicto inevitable de su espíritu de danza. El empuje de Sinkovsky secundado por una sección de violas y chelos de precisión milimétrica sentaron las bases de la rotundidad de todo el concierto.

El vivaldiano concierto de Giacomo Facco (el nº 4 de los Pensieri Adriarmonici) fue el punto de partida real del viaje hacia las arenas movedizas del Sturm und Drang, porque su música funciona como epítome de toda una serie de prácticas compositivas e interpretativas del primer tercio del siglo XVIII, con su distribución tripartita, su tímbrica cercana al concierto grosso y unos ritornelli vivaces y perfectamente repartidos. Es cierto que el Grave no transmite todo el tejido poético del veneciano, pero la interpretación cuidada, detallista de la OBS solventó las distancias inconvenientes. Hay un trabajo tímbrico en esta orquesta que va mucho más allá del mero empaste: se trata de una planificación minuciosa sobre cómo magnificar los afectos, un manual del buen sonar. El contrabajo de Ventura Rico y el chelo de Mercedes Ruiz supieron amalgamar y destensar la cuerda, a ratos llevada un tanto al extremo.

El centro neurálgico del programa eran los dos conciertos para chelo de C.P.E. Bach (la mayor y la menor), dos prodigios de escritura cuya importancia no radica en el virtuosismo (que atesora mucho) sino en el uso que Bach hace del concepto de música absoluta o, maticemos, de música independiente. Esa búsqueda de libertad expresiva que comenzó en los segundos movimientos de las sonatas prusianas llega aquí a su modo más evolucionado. C. P. E. Bach trataba de hablar con el instrumento para convertir en inútil la palabra, y para ello articulaba sus tiempos lentos en forma de recitativos operísticos, con bastante poca atención a las reglas formales y más centrado en lo expresivo que en lo cantábile. En estos conciertos la herencia operística no es tan explícita pero sí la prosodia musical, las melodías casi silabeadas del chelo (la cadencia del  Largo con sordini lo demuestra). En el plano interpretativo Coin estuvo espléndido, más profundo que en las versiones con el Ensemble Baroque de Limoges, incisivo en el primer movimiento y casi doliente en el segundo. Su forma de digitar sigue siendo extraordinaria desde todo punto de vista y el enriquecimiento de recursos que le supone su carrera paralela como violagambista le dotan de una soltura engañosa. La belleza del citado Largo y del Andante del concierto en la menor erradicaron de las sala las toses perennes y despertaron algo parecido a aquella parálisis frente a todo lo hermoso de Stendhal.

Tras eso, la sinfonía de Carlos Ordóñez no tenía mucho que hacer, y quedó relegada a un segundo plano en el que, a pesar de los avances estructurales de la pieza, muy poca materia se sustentaba sobre muy cortas patas. Coin nos regaló tras esto un bis perfecto, el fin del camino clasicista: el Adagio cantabile de la sinfonía nº 13 de Haydn. Las capacidades expresivas de Joseph Franz Weigl, el chelista de la orquesta de la familia Esterházy en 1763, explican que Joseph Haydn compusiera un número tan atípico. Lo que se antoja inexplicable es que compusiera algo tan conmovedor y de lirismo tan directo. La OBS se aprovechó del tacet de los vientos para poder interpretar en la formación de cuerdas que presentaron en el Auditorio el tiempo lento de la obra. Christophe Coin lo presentó diciendo: “algo para irnos a tranquilos a casa”. Más bien emocionados nos fuimos: qué gran orquesta, qué gran chelista. Qué belleza. Mario Muñoz Carrasco

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