Critica: Lujos, lujazo y resplandores de la OCNE con Pablo González e Iván el Terrible
Lujos, lujazo y resplandores de la OCNE con Pablo González e Iván el Terrible
Temporada de la OCNE. Obras de Takemitsu, Chaminade y Prokófiev-Stasevich. Solistas: Emmanuel Pahud (flauta), José Coronado (narrador), Olesya Petrova (mezzosoprano), Alexánder Vinogradov (bajo). Director: Pablo González. Lugar: Madrid, Auditorio Nacional de Música. Fecha: Viernes, 4 octubre 2024.
Andamos por la periferia tan contentos con la nueva vida sinfónica surgida fuera de Madrid en las tres últimas décadas que nos hemos olvidado de los valores y méritos de una OCNE que también ha sabido crecer y ponerse al día, y, por ende, seguir en el grupo de cabeza de lo mejor de lo mejor de la música española. En su segundo programa de abono, inteligente, comprometido y diverso, tanto el Coro como la Orquesta Nacionales de España confirmaron esta condición puntera en un concierto redondo, que aunaba músicas de Takemitsu, Chaminade y Prokófiev. Protagonistas del mismo han sido el maestro Pablo González y tres artistas tan sobresalientes como el flautista Emmanuel Pahud y los cantantes rusos Olesya Petrova y Alexander Vinogradov, a los que aún se sumó el actor José Coronado como narrador de la música que Prokófiev compuso entre 1942 y 1945 para la película Iván el Terrible, de Eisenstein.
Escribe Eva Sandoval en las notas al programa que la interpretación de esta última obra requiere “un coro de voces mixtas de fuerte presencia escénica en la acción y una grandiosa orquesta que revista de esplendor las andanzas del cruel tirano”. Efectivamente, el viernes, el Coro Nacional lució, además de “fuerte presencia escénica”, prestancia vocal, afinación, entrega, empaste en una intervención matizadísima en todo el espectro dinámico, con esos pianísimos largos, corpóreos y perfectamente afinados tan exclusivos de las mejores formaciones corales. El Coro Nacional, preparado y dirigido por Miguel Ángel Cañamero, bordó el reto de afrontar una obra de tantas y diversas exigencias como es el “oratorio” (así lo llama su revisor, Abram Stasevich) Iván el Terrible.
Responsable último de esta rusísima versión fue Pablo González, uno de los maestros verdaderamente grandes del actual sinfonismo español. El director ovetense hizo sonar a la Orquesta Nacional empastada, briosa, idiomática y matizada hasta el detalle, en la que todas las secciones brillaron con luz propia dentro de una sonoridad unitaria y calibrada en sus opulentas y extremas dinámicas y registros. Hubo pulso dramático y sentido narrativo, además de perfecto equilibrio entre coro, orquesta y solistas. “Grandiosa”, efectivamente. Un lujo contar con la mezzo petersburguesa Olesya Petrova, y un lujazo tener al gran bajo moscovita Alexánder Vinogradov para la escueta pero fundamental intervención final del zar Iván IV. Él y su voz poderosa y plena de intención y calidades fueron el colofón de una versión que rebosó excelencia, y a la que no fue ajena la sustancial participación del actor José Coronado como más que idóneo narrador.
Iván el Terrible no fue la única maravilla de este programa en cuya primera parte figuraban dos obras para flauta y orquesta, disímiles pero parejas en interés. Ambas con otro lujo como solista: el suizo Emmanuel Pahud, quien, además del mejor virtuosismo, volcó musicalidad y fondo expresivo. Primero en el tamizado juego de ecos, espejos acústicos y resonancias que vierte Takemitsu en I Hear the Water Dreaming, página de 1987 inscrita en el conjunto de obras en las que bajo el título “Paisajes acuáticos” el compositor japonés, tan deudor de Debussy y Messiaen, evoca al agua como inspiradora de sonidos. “El agua es como un sonido y el mar es como la música”, dijo Takemitsu y recuerda Sandoval.
Como contraste, Pahud, los profesores de la ONE y González se adentraron en los compases tardorrománticos de la francesa Cécile Chamanide (1857-1944), que “no es una mujer compositora, sino una compositora que es mujer”, como dijo lucidamente Ambroise Thomas. De ella, interpretaron la que quizá sea su única obra que ha sobrevivido al cruel paso del tiempo: el Concertino para flauta y orquesta que escribe en 1902 para el concurso de final de carrera del Conservatorio de París. A tenor de lo escuchado, Emmanuel Pahud (él mismo Primer Premio en el Conservatorio Nacional Superior de París, en 1990), es acreedor a ese premio y a todos los del mundo. Es difícil imaginar uno sonido más rotundo, redondo, amplio, cantable y expresivo. Fue el intérprete ideal de este concierto admirablemente acompañado por Pablo González, quien antes de ser el maestrazo que es hoy, fue ya estupendo flautista. Lo recuerdan bien sus compañeros de la JONDE más temprana, aquella que fue cuna del esplendor sinfónico que hoy disfruta España: en Madrid y en la periferia. Justo Romero.
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