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Por Publicado el: 29/05/2008Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

La ópera, un enigma

La ópera, un enigma
Las dos últimas producciones del Teatro Real han dado ocasión para reflexionar sobre algunos hechos que se producen con frecuencia en la ópera de nuestros días. Sirvan “Orfeo” y “La clemencia de Tito” como base para dicha reflexión.
Hay producciones que desde un principio se plantean con grandes ambiciones, cuyo costo es elevado y cuyos resultados finales no acaban respondiendo a todas las expectativas. Es, a tenor de las críticas en la prensa nacional, el caso del “Orfeo” de Monteverdi con Pizzi. En cambio hay otras que, desde su modestia inicial, dan plenamente en la diana, como sucede con el “Tito” presentado por Carniti. Las consecuencias de estos contrastes, habituales en los teatros, serán tratadas otra semana pues hoy me centraré en el enigma de la ópera.
William Christie, Pier Luigi Pizzi o cantantes como Dietrich Henschel pueden ser sobre el papel bazas seguras para un éxito, pero en la ópera, como en el futbol o los toros, no hay nada seguro. Existen factores incontrolables y donde menos se espera salta la liebre. Eso es precisamente lo que atrae de los tres espectáculos: que un Villareal pueda ganar a un Barcelona.
La ópera supone el arte más completo, el arte total y son muchos los factores que pueden arruinar un espectáculo: los directores escénico o musical, la producción, la orquesta, un intérprete… Un crítico lo tiene fácil, porque juzga con el partido acabado. Para un director artístico es más complicado, porque ha de ser capaz de preveer. Para ello no sólo hay que conocer profundamente el medio, el repertorio, los artistas e incluso las relaciones de unos con otros, sino que se ha de poseer la intuición de Ulrica. Ha de ser capaz de imaginar cuáles son en cada caso las verdaderas claves del éxito, combinarlas adecuadamente… y encomendarse a Dios o al diablo. De ahí que los políticos, en Europa habitualmente responsables de los teatros y muy aficionados a meterse en berenjenales, hayan de tener mucho cuidado con los nombramientos de los directores artísticos. Habrían de pensárselo, no dos, sino tres veces.

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