La opinión de los críticos sobre “El buque fantasma” en el Real
Van apareciendo las críticas a “El buque fantasma” en el Real. Álvaro del Amo coincide curiosamente en su titular “”El barquito del fantasmita” con la opinión expresada a viva voz por Gonzalo Alonso a la salida del teatro “El holandesito perdido”. He aquí las de del Amo para El Mundo, Arturo Reverter para La Razón, Vela del Campo para El País y González Lapuente para ABC. Por una vez casi todos de acuerdo, excepto en matices: ¿Cantó bien el coro o chilló? ¿La Senta fue excelente o light? Ya ven…
ABC
Buscando el
rumbo
Enesta temporada que el Teatro
Real dedica a lo femenino,
sube ahora al escenario Senta,
la protagonista en «El holandés
errante». Lo hace sobre
una puesta en escena que
viene del Liceo de Barcelona
y firma Àlex Rigola, quien hizo
así su primer acercamiento
al género, y senota. Demasiada
banalidad, algún detalle infantiloide
y poco misterio para
un planteamientoque pasa
de puntillas por la obra pecando
de obviedad. El bueno de
Wagner advirtió de este peligro,
pero siempre hay quien
prefiere no escucharasus mayoresy
arriesgarse. Luego pasa
lo que pasa.
A la propia Anja Kampe,
que da vida a Senta en el primer
reparto, le sucede algo
parecido, llegando justa al papel
y deletreando su balada,
que es tanto como añadir leña
al fuego de la llaneza. Debería,
por tanto, salvar la nave
Johan Reuter, el Holandés,
pero para ello sería deseable
un punto de autoridad
que no alcanza. De manera
que en este «Buque» todo corre
por cubierta con cierta rusticidad.
El coro Intermezzo se
esfuerza y hasta chilla, y Stephen
Gould, Erik, se destempla
y tensa la cavatina. Afortunadamente,
en medio de todo
ello, está Hans-Peter König
que pone las cosas en su sitio,
porque lo suyo es amor de
padre y una voz con materia
más afín al papel, principios y
corpulencia. Es decir, que
marca el rumbo.
Jesús López Cobos así lo
entiendeydeja que la orquesta
también suene con soltura.
Se esmera en la obertura, que
incluso se aplaude, busca recodos
en el primer acto, deja
que el segundo acabe desleído
como el escenario que tiene
ante sus ojos y hace crecer
el tercero para terminar brillantemente.
Aél sedebe buena
parte de lo mejor de este
«Holandés» al que, por razones
coyunturales, en el estreno
de ayer se le obligó a vagar
mar adentro. Alberto González Lapuente
EL MUNDO
El barquito del fantasmita
Ópera. La banalidad de este montaje degrada la furia romántica
‘EL HOLANDÉS ERRANTE’
Autor: Richard Wagner. / Director de escena: Àlex Rigola. / Director musical: Jesús López Cobos. / Intérpretes: Hans-Peter König, Anja Kampe, Stephen Gould, Johan Reuter. / Escenario: Teatro Real. / Fecha: 12 de enero.
Calificación: **
El talento de Wagner compositor, aquí en el inicio de su esplendor, dibuja musicalmente un anhelo. Desde los primeros compases de la obertura nos advierte que va a hablarnos del ansia. Veremos una galería de personas inquietas. En tensión, al acecho, atormentadas por inquietudes complementarias, contradictorias, irreconciliables. A la orquesta se le exigirá un nerviosismo cercano al trance, el latido de la impaciencia a punto de desbordarse, la voz de alarma que anuncia un naufragio.
Jesús López Cobos así lo entiende y logra de la orquesta una versión vibrante en la exaltación y de reposada belleza cuando el ardor se remansa, para volver a encenderse poco después. La interpretación musical nos hablaba de las intenciones del compositor, difuminadas en las voces y la escena.
El talento de Wagner dramaturgo se basa en su habilidad para mezclar los más diversos estilos. Aquí acumula el cuento maravilloso, el drama burgués y el discurso filosófico. El primero nos presenta la leyenda del irredento salvado por la doncella mártir. El segundo narra la historia de una loca que se inventa un suicida para matarse ella también. Y el tercero nos propone inquietantes preguntas sobre el sentido del sacrificio, la definición de fidelidad y la dificultad de aceptar la vida en su modestia, su vacío y la monotonía de un horario laboral.
El director de escena tiene mucho, quizá demasiado, donde elegir. Ante la riquísima ambigüedad de la obra, Álex Rigola ha preferido quedarse fuera. El primer acto no comunica el brote terrible del buque fantasma en plena tormenta; se queda en un desangelado cruce de navíos. El segundo acto se ambienta en una cantina donde el coro femenino retoza infantilmente, hasta que Senta vuelve a cantar su balada, muy lejos del delirio desgarrador que la posee. En el tercer acto hay luces rojas, flacas diablesas desnudas, una coreografía de comedia musical y nada de la entrega al acantilado de la heroína.
Los cantantes parecen adecuados a los personajes, pero tampoco expresan la densidad ni la enjundia que exigen sus papeles. El novio, Stephen Gould, animoso como actor, resulta claramente insuficiente. Johan Reuter hace un Holandés voluntarioso pero de escaso mordiente. Casi indiferente parece la pobre Senta de Anja Kampe. Su padre, Hans-Peter König, podía alcanzar la rotundidad del marino avariento, pero se pasea como un vejete bonachón, que llega incluso a ofrecer un café al tenebroso viajero. Preocupa la mediocridad de funciones como ésta. Alvaro del Amo
LA RAZÓN
BAJO CERO
Wagner: “Der fliegende Holländer”. Johan Reuter, Anja Kampe, Hans-Peter König, tephen Gould, Nadine Weissmenn, Vicente Ombuena. Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica titular. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Alex Rigola. Coproducción Teatro Real-Gran Teatro del Liceo.
La historia de esta ópera, de 1842, fue recogida por Wagner de un libro de leyendas nórdicas de Heine. En la narración musical se combinan lo mágico, lo onírico, lo irreal, lo pensado y lo imaginado, con lo concreto, físico y descriptivo. Una mezcla de elementos que plantea no pocos problemas a los registas. Y que Rigola no ha sido capaz de resolver. De entrada, huye de lo poético y de lo trascendente y construye unos personajes prosaicos, exentos de grandeza. Es como si todo ellos fueran Daland que, en efecto, sólo mira el dinero.
En este sentido quizá sea un acierto situar la escena en una moderna fábrica de conservas noruega, Daland y Co.; lo que parece marcar la temperatura de la representación. El planteamiento inicial es hábil, con esa cubierta a la que se une, en una espléndida proyección, el navío fantasma. Pero luego, en momentos cumbre como el encuentro del Holandés y de la joven o el de las turbulencias tras la fiesta marinera, no advertimos imaginación, ni para el sentimiento amoroso ni para la fantasmagoría. Unos feos ventanales, en los que tienen lugar innecesarios subrayados, están de más. Como algunos detalles chuscos pretendidamente graciosos.
López Cobos llevó con autoridad la nave, aunque no impidió que en la obertura hubiera apreciables borrosidades. Su batuta firme, a veces seca y restallante en lo dramático, no tuvo ese sabor agreste que pide en ocasiones la partitura. Un aplauso para el coro, generalmente afinado y rotundo, que proporcionó los instantes de mayor reciedumbre y consistencia. Del reparto hay que destacar sobre todo a Anja Kampe, por belleza tímbrica –un hermoso tinte de lírica ancha-, por intención y calor, sólo un punto exenta de metal y con tendencia a abrir la emisión el agudo. Se comió literalmente a Reuter, que nos ha defraudado: hizo un Holandés exento de amplitud, pálido, gélido, pese a unas notas graves bien puestas. Gould fue un Erik gritón, sin lirismo, engolado; inaceptable. Buen instrumento de bajo el de König, sólido y oscuro, pero afina relativamente y no coloca arriba. Cumplieron sin más Weissmann y Ombuena. Arturo Reverter
EL PAÍS
EL PAÍS – Cultura – 14-01-2010
En su interesantísimo libro Romanticismo, una odisea del espíritu alemán (versión española en Tusquets, 2009), Rüdiger Safranski explora la pervivencia hasta nuestros días de “lo romántico”, lo que redunda, entre otras muchas cosas, en una búsqueda permanente del misterio y en conferir categoría de extraordinariamente elevado a algunos aspectos ordinarios. Wagner, claro, aparece en sus páginas, en las que queda explicada con naturalidad la necesidad hoy de sus óperas. Alex Rigola ganó el Premio de Jóvenes Directores del Festival de Salzburgo en 2004 con Santa Juana de los mataderos, una obra de Bertolt Brecht, a la que ponía música hip-hop del grupo Black Eyed Peas y un pinchadiscos.
En una entrevista para EL PAÍS entonces manifestó que su escena preferida era una “proyección de Juana de Arco, de Dreyer, con imágenes superpuestas de Coca-Cola, MacDonald o El Corte Inglés como si fuesen las marcas comerciales las que llevasen a la hoguera a Juana”. No es, por tanto, tan sorprendente que en su percepción de Wagner haya afirmado: “Tengo una moto Harley-Davidson, cuyo motor emite con fluidez sonidos en registros muy graves, a diferencia de los ruidos agudos de las motos japonesas. En esos graves constantes y en esa continuidad sonora hay algo que puedo relacionar con la música de Wagner”.
La puesta al día escénica de los títulos de repertorio puede desembocar en unos resultados artísticos admirables o quedarse en la banalidad. Mucho me temo que en el caso de El holandés errante presentado conjuntamente por el Liceo y el Real estamos más cerca de lo segundo que de lo primero. En el montaje de Rigola y su equipo hay ocurrencias, pero no una lectura compacta y actual de la leyenda, por muy buenas intenciones de modernidad que la animen. Se desaprovechan las posibilidades escenográficas que la ópera brinda, hay una dirección de actores que no define la psicología de los personajes y una cantidad de gags gratuitos que poco o nada enriquecen el material de partida. Rigola tiene mucho talento, pero esta vez no ha llevado a buen puerto la embarcación.
El holandés errante es una ópera romántica hasta las cejas. El director de orquesta Felix Mottl decía que “por donde se abra la partitura te pega el viento en la cara”. En la versión del Real o el viento está en calma o a lo sumo hay ráfagas racheadas. López Cobos es fiel a su estilo y plantea una versión ordenada, pero con dosis de pasión contenida. La orquesta hace lo que puede y el coro grita más de lo deseable. No le vendría mal un poco más de empuje al Holandés de Johan Reuter. Discutible el Erik de Stephen Gould y light hasta el amaneramiento la Senta de Anja Kampe, que dejó escapar sin pena ni gloria la fabulosa Balada. Se mantiene firme y musical Hans-Peter König como Daland. Con todo este panorama escénico y musical no se puede hablar, ni de lejos, de una buena representación de ópera. Lástima tratándose de un título tan admirable. Juan Angel Vela del Campo
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