El conjunto Il Pomo d’Oro, en formación minimalista de dos violines, viola y continuo (violonchelo, contrabajo y órgano) arrastró toda la noche una clara desigualdad entre los dos violines, que no sonaban de forma pareja en cuestión de articulación y fraseo, así como de definición del sonido, algo más abierto en el caso de Zefira Valova.
Nada que achacar al continuo y a la manera de afrontar las obras del programa, con versiones muy atentas a los acentos y a la rítmica, especialmente en un Stabat Mater de Pergolesi vivo, de ritmos bien marcados y de acentuación muy cuidada en los momentos más recogidos. Momentos como Inflammatus o el Amen final sonaron con fuerte carga expresiva, con ataques vigorosos de los arcos.
Hallenberg estuvo algo fría en la Salve Regina de Scarlatti. Pero esa purísima seda de su timbre, la profundidad de sus graves y el brillo de su registro superior, unidos a su capacidad de matización del sonido y del fraseo estaban allí y afloraron de forma magistral en la obra de Pergolesi. Color oscuro y emisión clara, con bellos y sutiles trinos.
Fue una feliz sorpresa escuchar a Jiayi Jin, soprano de timbre diamantino, de proyección inmaculada, fraseo cuidadoso y control completo de las agilidades y coloraturas. Hubo magia cuando cantaron juntas, con vocalizaciones trenzadas entre ambas voces, como las muy brillantes, a tempo di bravura, de Fac ut portem. E inolvidables los delicados arabescos de las dos cantantes en la pieza de apertura del Stabat Mater.
Hay que agradecer a la Asociación de Amigos de la Orquesta Barroca el que asuma la proyección de los textos. Pero hay también que advertirles de que hay que cuidar las traducciones, porque en esta ocasión había errores garrafales, como el que se puede observar en la fotografía que ilustra esta crítica. Y como éste hubo muchos más.
Andrés Moreno Menjíbar
Publicado en Driario de Sevilla el 12 de abril de 2025
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