La permanente maestría de Castillo
La permanente maestría de Castillo
A los veinte años de su estreno y a los casi diez de la desaparición de su autor, la tercera sinfonía de Manuel Castillo sigue siendo un monumento inalterable a la sabiduría compositiva y a la inspiración poética de su autor. Sin renunciar a la tradición heredada, pero sin perderle tampoco la cara a sus propios tiempos, Castillo elaboró un extenso tapiz de juegos tímbricos y de superposiciones texturales, siempre desde la maestría absoluta de la instrumentación y desde la compleja sabiduría para darle numerosos giros al material motívico. Sirva de ejemplo la manera en la que el compositor sevillano transforma y revitaliza el tema rítmico axial del primer movimiento.
Nadie como Juan Luis Pérez, perfecto conocedor de la música de quien fuese su maestro y compañero de docencia, para hacernos llegar toda la sutileza y toda la maestría de esta obra. Destaquemos la manera de graduar las dinámicas de los trémolos de las cuerdas en el Lentoinicial, la siempre sostenida tensión del Adagio y, ante todo, la claridad y la transparencia de su fraseo en la asombrosa Passacaglia final.
Tras unas Hébridas faltas de mayor incisividad en la acentuación del primer tema y lastradas por la lentitud, Ana Guijarro volvió a sentarse con la Sinfónica, esta vez con el brillante y lírico concierto de Grieg. La madrileña optó por centrarse en la dosificación de los recursos expresivos, con amplio rubato y sensibles ritardandi, antes que dejarse llevar por la dimensión más extrovertida y ‘visual’ de la interpretación de esta obra. Con un muy cuidado acompañamiento de una orquesta bien empastada y perfectamente controlada, Guijarro volvió a triunfar en Sevilla. Andrés Moreno Mengibar
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