La Recomendación: Harding en Ibermúsica
La Recomendación
Esta sección solo pretende ayudar. En Madrid hay mucha oferta de conciertos de música clásica y pocos lugares donde uno pueda hallar información comentada antes de que haya tenido lugar el concierto en cuestión. Por eso no se va a encontrar usted aquí con críticas; serán breves comentarios no acerca de lo sucedido sino de lo que esté por venir.
Más de uno no conocerá el acrónimo PGM. Son las siglas tras la que se encuentra un buen amante de la música al que le gusta compartir esos amoríos, aunque también el que hasta hace nada haya sido redactor-jefe de la revista RITMO durante 25 años y activo “recomendador” en Guía del Ocio, primero, y On Madrid, después, desde principios de los 90 del siglo pasado y hasta la defunción de la que fuera guía de espectáculos del diario El País.
Gracias a la perspicacia y amabilidad de Beckmesser.com, a cuya cita acudo agradeciendo su deferencia, voy a poder intentar que tantos años dedicados al periodismo musical puedan ahora seguir sirviendo para precisamente eso: ayudar.
El criterio para la elección de los conciertos se basa en el interés del repertorio o la calidad de los intérpretes. O las dos cosas.
Sencillo. Pedro González Mira
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EN LA ARDIENTE OSCURIDAD
Pedro González Mira
El Auditorio Nacional de Madrid se pone traje de ópera. A lo grande, y desafiando a aquellos para los que la ópera es, por ese orden, escena y música, y únicamente eso. No voy a ser yo quien defienda o discuta lo contrario, pero nunca radicalmente. A veces echar una canita al aire, cerrando un poco los ojos, no solo está justificado sino que es deseable.
Por ejemplo, siempre lo es escuchar el Tristán wagneriano, aunque la fiesta se reduzca a solo eso: escuchar. Es más, no está mal escuchar, sin ver, buscando el disfrute musical puro, y cuantas veces mejor, cuando se trata de una música tan radicalmente hermosa y única, bien difícil de entender y asumir para más de uno, de golpe, en una representación escénica, por añadidura en los tiempos que corren, tan dados a la digresión teatral injustificada. Siempre he defendido que los grandes aficionados-entendidos a la ópera en este país se han hecho en su casa, solos, sentados frente a un reproductor de sonido. Seguramente no habrán llegado así a convertirse en cultos e integrales seguidores al género (o sí), pero de lo que podríamos llamar disfrute musical lo saben todo.
No va a ser Tristán e Isolda completa; solo el segundo acto. Tiene todo el sentido del mundo; con Wagner este tipo de “mutilaciones” se han hecho toda la vida, y lo han hecho los grandes maestros, en vivo y en el estudio de grabación: que si la escena final de La valquiria por Knappertsbusch, que si el primer acto por Klemperer… En este caso el asunto es muy defendible, pues el acto segundo constituye una especie de unidad dramática en sí mismo: los personajes centrales nos explican su filosofía y negra práxis del amor en el dúo más eternamente maravilloso que nunca se haya escrito; la criada de Isolda en sus breves intervenciones lanza avisos desde el propio subconsciente de aquellos; el rey, prometido de la involuntariamente infiel Isolda, lanza su más sincera proclama al binomio amor-amistad, y al fin Tristán recibirá la injusta estocada, un pequeño preludio a su muerte, que necesitará todo un acto más para materializarse. O sea, casi una historia cerrada.
Pero antes de que podamos sumergirnos en la ardiente oscuridad de la noche tristanesca, se nos propone otra experiencia, diferente pero igualmente trufada de tristeza y drama desesperado. La sinfonía que Schubert dejó inacabada y que hace mucho se ha convertido en una de sus piezas más populares. La Octava de Schubert es música de profunda pero tremenda belleza. Sus pentagramas contienen de manera casi pormenorizada todas las contradicciones personales que Schubert solo sabe, y puede, expresar con su música. Como sucede con algunas de sus canciones, sonatas para piano o cuartetos de madurez , la música nos llega casi más como un castigo que como regalo; son notas, melodías, un discurso que nos lleva a comprender la belleza del sufrimiento. Romanticismo radical y adelantado a su tiempo, pues la partitura es solo de 1822. La Décima de Beethoven (es decir la Primera de Brahms) es de 1876.
Los protagonistas vocales del concierto serán un exquisito grupo de cantantes; Ibermúsica suele cuidar mucho estas cosas. Entre ellos destaca Peter Seiffert como Tristán –todo un especialista- y el gran Matti Salminen como Rey Marke. Como Isolda estará Melanie Diener, una estupenda Elsa en Bayreuth que ahora da el salto a Isolda. Y Brangania, por último, estará en manos de la excelente liederista Christianne Stotjin.
Al frente de todos ellos se situará Daniel Harding. Este señor tiene 38 años. Es decir, para la profesión que ha escogido, un chaval. Pero un chaval con mucho talento. Ahora bien, y como sucede con una buena parte de los buenos músicos jóvenes de hoy, ha realizado –hasta hoy- una carrera fulgurante, y muy rápida. ¿Es esto malo? Pues sí y no. Esta, digamos, raza nueva de jóvenes super-preparados suele dar una de cal y otra de arena, pero sus lobeznos más avezados atesoran una virtud que a mí me parece muy admirable; su capacidad creativa y su falta de pudor para emitir mensajes interpretativos nuevos aunque vayan en manifiesta contra a las tradiciones más consolidadas. No son exactamente iconoclastas; tampoco revolucionarios rompedores: sencillamente quieren establecer nuevas opiniones, y juegan con sonidos y ritmos de manera al menos singular. A mí me parece estupendo, y recomiendo seguirles de cerca, incluso aunque a veces no me gusten los resultados. Harding tiene aquí, en todo caso, una verdadera prueba de fuego.
Peter Seiffert,tenor; Melanie Diener, soprano; Christianne Stotjin, mezzosoprano; Matti Salminen, bajo;Mark Stone, barítono. Orquesta Sinfónica de Londres. Dir.: Daniel Harding. Obras de Schubert y Wagner. Domingo 24, 19.30. Precio: entre 73 y 200 €.
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