LA TEMPORADA DE LOS 15 AÑOS: Luces y sombras del Teatro Real
LA TEMPORADA DE LOS 15 AÑOS
Luces y sombras del Teatro Real
Canarias 7, 5/09/2012
El recinto madrileño ha vivido jornadas gloriosas y otras no tanto y se ha hecho mayor, aunque su rumbo haya ido haciendo eses con cierta frecuencia.
El nuevo Real cumple 15 años. El Teatro ha pasado por diversas manos y ha sufrido no pocos embates. Ha vivido jornadas gloriosas y otras no tanto y se ha hecho mayor, aunque su rumbo haya ido haciendo eses con cierta frecuencia. Ahora, con Gerard Mortier al frente, revestido de todos los poderes, se quiere festejar el acontecimiento y se ha elegido un título sorprendente, muy distinto al que uno podía imaginarse: Moisés y Aarón de Schönberg. Pero démosle la bienvenida en lo que es, parece mentira, su estreno en Madrid. La obra se va a ofrecer en versión de concierto, lo que no deja tampoco de chocar. La entidad, envergadura y dimensión de la partitura precisan de su plasmación escénica. Es lástima que el propio Mortier rechazara hace un par de años una coproducción con la Ópera de Viena, apalabra- da por la anterior dirección, de costes bastante módicos y en la que se iba a contar con el coro y orquesta de la institución, de cuya calidad viene haciéndose lenguas el actual responsable.
Sin embargo, en esta ocasión, para sólo dos sesiones, se invita a dos formaciones foráneas: el EuropaChorAkademie y la Orquesta SWR Sinfonieorchester Baden- Baden-Freiburg, la misma que intervino hace dos temporadas en San Francisco de Asís de Messiaen. Una operación ruinosa que va a costar un potosí (se habla de más de 500.000 euros).
Mirando a la programación general, vemos que si en la pasada singladura abundaban los títulos contemporáneos, colocados sin aparente justificación ni ilación, con la incorporación de espectáculos muy discutibles y de relativa calidad artística –por mucho que atraigan a un cierto tipo de público, más o menos progre y enganchado a las supercherías de este tiempo, performances incluidas–, de los que «hoy se llevan», en la que comienza dentro de unos días, que incluye más óperas de las que podemos catalogar «de repertorio», el desequilibrio no desaparece. Bien está volver un poco la vista al aficionado de siempre, pero debe hacerse con un mayor cuidado. Apelotonar, por ejemplo, de repente, tres títulos de Mozart es excesivo si se olvida uno de todo el XVIII anterior. Aunque siempre agrade volver a escuchar Così fan tutte, Don Giovanni y Die Zauberflöte, pero con matices.
Tres óperas que han sido programadas recientemente en el Teatro. La primera, que va a ser encomendada al abstruso director de cine Michael Haneke, se exhibió en el mismo escenario en 2001 con dirección escénica de Josep Maria Flotats. La segunda, presentada en 2005 por Lluis Pasqual, está a cargo de uno de los registas preferidos de Mortier, el ruso Dmitri Tcherniakov, brillante e imaginativo, tal vez demasiado, ya que no tiene ningún re- bozo en cambiar libreto y música si al caso viene. La tercera conoció en el mismo año una caprichosa producción de La fura dels baus, la misma que, curiosamente, se había programado el año anterior en la Trienal del Ruhr, dirigida a la sazón por el actual responsable del coliseo madrileño.
La pregunta es: ¿por qué, teniendo en cuenta la precariedad de los presupuestos, la dificultad de conseguir liquidez para levantar cada espectáculo, no se emplean aquellas realizaciones, cuya escenografía descansa en los almacenes del Real? Evidentemente, por mucho que nos juren que no, se abaratarían costes. En caso contrario, programar otros títulos mozartianos poco o nada representados. La cuestión reza también para otras cuatro óperas. Una es Boris Godunov, de la que se exhibió hace mucho menos, en 2007, una producción de Klaus Michael Grüber y Eduardo Arroyo. No era muy convincente, pero planteaba cosas de interés. No tiene mucho sentido incluir esta obra sólo cinco años más tarde con otra propuesta escénica, debida en este caso a Johan Simons. ¿Por qué no Kovantchina, si queremos una creación musorgskiana?
Otra ópera ya representada hace relativamente poco en Madrid, en 2004, Macbeth, se repone para dar cabida de nuevo a una de las invenciones del mencionado Tcherniakov, en una tensa, técnicamente irreprochable, pero un tanto absurda puesta en escena que fue abucheada en La Bastille. Mortier quiere llevarse allá donde va las producciones, malas o buenas, que ha creado en sus etapas anteriores. La de Gerardo Vera tenía muchos problemas, pero era mucho más respetuosa y poética. Este año solamente hay un Wagner, Parsifal, representada en el Real diez años atrás en una plausible visión escénica del citado Grüber, que tuvo a Domingo y a Luis Antonio García Navarro como principales valedores musicales. Se trae de nuevo esta ópera de celebración, aunque esta vez en versión concertante.
Nueva reposición: Wozzeck, que tuvo una cita con el Teatro en año más reciente 2007. Una producción propia, en colaboración con el Liceo, firmada por Calixto Bieito. El planteamiento era muy discutible, ya que partía de una óptica a nuestro juicio equivocada, pero era un espectáculo muy importante, muy bien pensado. ¿Por qué, si se quiere contar otra vez con este título, no se emplea ese trabajo y se importa el de Christoph Marthaler? Probablemente, hemos de deducir de nuevo, porque proviene del mencionado teatro parisino, gobernado en ese instante por el regidor belga, de quien se ha criticado su escaso entusiasmo por nuestro patrimonio lírico. De momento, y eso que nos consta que tiene información al respecto, lo ha orillado. En cambio da cabida a creaciones que aunque estrenadas en España, no son propiamente autóctonas, como las dos óperas de Mercadante, I due Figaro, presentada la temporada pasada, y La rappresaglia, que se programa en ésta. No parece suficiente como justificación el que el producto venga avalado por Muti, empeñado en estas recuperaciones italianas, que exhibe en giras bien preparadas con sus conjuntos.
Novedad significativa es el estreno, en colaboración con la English National Opera, de The Perfect American, la última ópera de Philip Glass, un compositor muy hábil cuyas obras parecen trazadas con tiralíneas y asemejan gigantescos y fríos mecanos, construidos, como apunta Dibelius, a partir de piezas coordinadas que conforman superficies sonoras intercam- biables. Música habitualmente grata de escuchar. No sabemos si la más adecuada para pintar lo que, sobre texto de Peter Stephan, constituye un intento de sondear la personalidad de Walt Disney. De interés, asimismo relativo, es la presencia de la última obra del mexicano Daniel Catán, músico defensor de una suerte de lírico neorromanticismo con toques caribe- ños: Il postino, sobre la novela de Skármeta, con Pablo Neruda como protagonista. Plácido Domingo, quien encargó y estrenó la ópera en Los Ángeles en 2010, incorpora de nuevo la figura del poeta.
Muy importante es, sin embargo, la programación de Il prigioniero de Luigi Dallapiccola (1949), infrecuente en nuestros escenarios y reveladora de un fuerte pensamiento poético-filosófico-musical trasladado al pentagrama desde un lenguaje sutilmente dodecafónico. Sin duda muy distinto al manejado por Puccini en Suor Angelica, de clara impronta verista y melodramática, que es la ópera que la acompaña. El doblete no deja de tener, no obstante, su lógica: los respectivos protagonistas son víctimas de una sociedad represora. Lluis Pasqual lleva las riendas de la escena.
Cerramos está brevísima aproximación a la irregular temporada con la mención de dos óperas de signo romántico: Roberto Devereux de Donizetti y Les pêcheurs de perles de Bizet, ambas ofrecidas en versión de concierto. El máximo interés reside para el aficionado en la presencia de dos divos. Uno, la soprano Edita Gruberova, sesentona, no está ya para muchos trotes pese a que todavía pueda cultivar su tan discutible y elástico fraseo. Otro, el tenor Juan Diego Flórez, podrá demostrar su claro lirismo en las cálidas y tersas melodías bizetianas. Arturo Reverter
Últimos comentarios